Todavía se hace raro no ver el pequeño puesto de cupones que ya formaba parte de la cotidianidad de la calle León y Castillo. El hueco vacío, justo al lado del bar La Planchita, lo ha dejado Valentín Galván Viña. Fue el pasado sábado por la mañana después de sufrir un ictus, a los 48 años de edad. "Fue feliz, porque siempre hizo lo que le dio la gana", cuenta con una mezcla de orgullo y emoción uno de sus hermanos mayores, José Luis (Naniana). Su simpatía y generosidad no dejaron indiferentes a quienes se cruzaron con él. Tampoco la enorme pancarta con la que animaba a la UD desde la ventana de su casa, ni mucho menos su pasión por el FC Barcelona. Son muchos los que han querido dejarle la última muestra de cariño a través de mensajes escritos en el mismo lugar donde despachaba los boletos. El último adiós, se le podrá dar mañana, a las 19.30 horas, en la iglesia de San Agustín (Santa Rita).

"Era el sexto y cuando nació, nadie daba una perra chica por él", cuenta Naniana. Pero Valentín "siempre fue un rebelde" y a pesar de haber venido al mundo en diciembre de 1966 de manera prematura y con una discapacidad auditiva, consiguió salir adelante. "Mi madre luchó mucho por él y por todos nosotros". Y es que Isabel de Hungría Viña crio sola a Juanma, Isabel, José Luis, María Angustias, Roberto, Valentín y Santiago.

Fue en el chalé de Los Betancores donde estudió "lo justo", porque no le gustaba y porque, además, en aquella época "la integración no estaba tan desarrollada". De hecho, en casa no sabían lengua de signos española, pero se entendían "a la perfección" gracias al dialecto que crearon. "Era nuestra propia lengua de signos", rememora. Y es que la comunicación nunca fue un problema para Galván Viña, si no una barrera que logró sortear. "A pesar de casi no saber leer ni escribir, Valentín se comunicaba con el mundo".

"Él era muy independiente". Tanto que, a pesar de su diabetes y su falta de audición, se emancipó hace años en un piso que compró en Siete Palmas y que tenía vista privilegiada al estadio de la Unión Deportiva Las Palmas. La ubicación de su vivienda y la enorme bandera que colocaba en la ventana le valieron también la fama. "La casa daba justo para la zona donde se ponen las televisiones, así que fijo le enfocaban a él y a mi madre". No obstante, su gran pasión futbolística tenía colores blaugrana. El vendedor de la ONCE era acérrimo del FC Barcelona hasta el punto de pedir la réplica de la última copa que ganaron los culés. La misma que sus familiares metieron en el féretro junto al gorro con el que siempre veía los partidos y una bandera amarilla.

"El varapalo de mi hermano fue la muerte de nuestra madre, hace cuatro años". Ella también fue un referente y un ejemplo de superación, no solo por la crianza de su prole en solitario. "Ella llegó de La Palma sin saber leer ni escribir y consiguió trabajar como auxiliar en la clínica del Pino, después de sacarse el título a los 50 años", comenta Naniana sin poder ocultar en su tono de voz el orgullo, "y fue la primera gran fortaleza de Valentín".

Galván también se desvivió en su trabajo. Con frecuencia se le podía ver gesticulando, bien porque 'charlaba' alegremente con algún amigo sordo, o porque luchaba para hacerse entender con los clientes. En cualquiera de los casos, la sonrisa era la tónica general. Hace apenas unos meses, eran sus manos las que transmitían la alegría que le causaba el tener un puesto nuevo donde poder atender a la clientela.

Uno de los mayores sueños de Galván Viña era tener su propia familia. "Le encantaban los niños". Pero lo cierto es que tan solo pudo disfrutar de sus sobrinos. "Él fue muy pillo, pero siempre fue muy respetuoso. Y la verdad es que no tuvo gran fortuna en el amor", arguye su hermano mayor. No obstante, lo encontró. La suya fue una historia cargada de "ternura".

Skype y Oovoo eran las plataformas que utilizaba para conversar con familiares y amigos. Fue en el chat de esta última donde conoció a Josefina, una sevillana de 60 años de la que se enamoró. "Estaba muy ilusionado y le propuse ir a verla". El viaje se lo organizó el propio Naniana para el puente de mayo del año pasado, pero los nervios le jugaron una mala pasada y terminó ingresado en el hospital días antes de subirse al avión. "Él era muy morrúo", cuenta también. Así que no dudó en organizar él mismo otra visita que sí se efectuó en el puente de Canarias. "Era la primera vez que él viajaba y lo hizo solo, con todo lo difícil que podía ser para alguien que no oye y que desconoce el lugar". Pero, una vez más, Valentín demostró su capacidad de superación, en este caso, motivado por el amor. "Pasaron unos días maravillosos y hasta se intercambiaron las llaves de sus casas". Fueron los últimos de Josefina, quien falleció el mismo día que Galván se volvió a la Isla.

"Eso le hizo decaer. Él quería volver a Sevilla y yo también me quedé con las ganas de llevarlo al Camp Nou. Uno piensa que el tiempo siempre está ahí". Ninguna de estas cosas pudo ser, pero lo cierto es que, a pesar de ello, "Valentín fue feliz" y se hizo querer. "Al tanatorio vino a despedirle mucha gente y nosotros estamos muy orgullosos de él". Justo al lado del bar La Planchita, en la calle León y Castillo, aún se recuerda al vendedor de la eterna sonrisa.