No era nadie, más que un simple aparcacoches de la zona de la calle Venegas de la capital grancanaria enganchado a su perniciosa aliada. Una heroína que lo convirtió en mártir-verdugo de su propia existencia.

Hacía medio año que unos prominentes quistes le afloraron invadiendo cara y cuello. Su aspecto provocaba el rechazo de viandantes y conductores. Se dejó ir. Su obsesión fue curar de urgencia el síndrome de abstinencia cada seis horas. Ese fue su sentido de tener buena salud: borrar el dolor con la cicuta adulterada.

No pretendo describir la vida de un ruina, sí una vida en ruinas. La de un sin techo que por la ausencia o mal uso de sus herramientas y habilidades lisió sus muchas cualidades como ser humano.

Servicial, atento, humilde y ausente de agresividad, aun en los peores momentos cuando su autoprescrita posología lo hundía en su pozo, que él mismo cavó, hasta que conseguía las monedas para satisfacer la pócima inhalada.

Juan Carlos, te fuiste con ropa limpia, con las manos aseadas (como siempre te insistía) acogido por tu hermana que perdonó los rosarios de "tus imperdonables", finalmente siempre perdonados.

Tu aparición en Antena 3 Canarias, subrayada con la coletilla del locutor: "Advertimos que las imágenes que van a ver pueden herir la sensibilidad del telespectador"... fue el último intento por salvarte de la quema. "Demasiado tarde", recoge el diagnóstico su historia clínica.

Donde quiera que estés, sé que estarás bien. No te encontraste (como nos pasa a todos en algún momento) porque no te buscaste. Ahora todo ha cambiado. Ya tienes vida, vida nueva que ahora estrenas con tus pantalones planchados de última hora y la camisa con pliegue recto.

Para mí no eres un don nadie. En todo caso, un nadie con Don, querido Juan Carlos.