Defino FB como un gran patio de vecinos donde cada cual, desde donde esté su teclado, se asoma a una ventana, pega un grito, cuenta, miente y casi de inmediato tiene a una legión de “amigos” que están dispuestos a dejarse la vida en su ayuda, una falsedad más de la red, aconsejar y dedicar palabras huecas tan engañosas que aún así todavía hay quienes creen tener 5.000 amigos, el tope, tremenda barbaridad porque quien tantos amigos no puede tener ninguno. No hay tiempo para atender ni a esos amigos virtuales ni a los de carne y hueso. Pero el mundo FB es curioso, a mí me lo parece, porque, nos ha pasado a todos, de pronto te encuentras con uno de esos “amigos” en la calle y no tiene reparo en saludarte efusivamente hasta el punto de incomodarse si ese saludo no es devuelto con la misma efusividad. “Somos amigos de ... ¿no te acuerdas?”. No. “En mi perfil tengo la foto de mi perro”. Que yo recuerde ninguno de mis amigos tiene cara de perro, digo, y nos reímos.

En la red he vivido experiencias curiosas porque FB no tiene edad y por ahí va mi columna de hoy. Uno de mis primeros “amigos” virtual fue Manuel Fabre, unos 80 años, un ser animoso que descubrió en la red una forma de comunicarse. Fue hace cinco años. Con Manolo hablé mucho; él opinaba y se enfadada. Un día mi viejo me confesó que la red más popular del mundo le sacaba de su rutina. Nunca le vi en persona pero sabía de sus proyectos, del libro que no terminó… Podría decir que ejerció de “padre” en FB, ese que te aconseja, “con ése no te metas, Marisolilla”. Cuando enfermó decidí guardar el recuerdo del hombre rubio y coqueto, y despedirlo desde el teclado. Cosa más rara.

Ahora resulta que tengo cinco amigos especiales en la red. Rondan los 85 años. De ellos, tres son mujeres que combaten su soledad asomando la cabecita para contar qué han hecho, cómo son sus nietos, sus hijos, o contando cómo les ha tratado la vida. Todas han hecho un esfuerzo para aprender a manejar un ordenador. Ya sé que a una le gusta Marlon Brando a otra las pelis de amor y que a otra le disgustan los tatuajes y es fan de Luis Miguel. Me dan el parte médico diario y si me retraso en contestarles, me cae una bronca. Como la familia, vamos.

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