Una historia real, cercana. Durante la batalla campal que fue su matrimonio estuvo tan enfrascada en defenderse de las agresiones de su amante bandido que se refugió en el trabajo para olvidar su dolor, su soledad, el infierno que vivía. Construyó un mundo donde no admitió, siquiera, a sus niños. Se sentía abochornada, cómplice de un secreto oscuro y timoneaba como podía sus dos vidas: la divertida que el mundo observaba y el infierno en su hogar. No le dio a sus hijos el amor y la atención que demandaban, todo lo que ella no recibió de niña y tanto necesitó. Tiene 47 años. Un día se envalentonó y un amigo un varón le puso en el camino de la liberación. Hay vida fuera, le dijo, no estás sola, puedes y debes. Plántale cara a la vida, al agresor, grita tu dolor que muchos son los oídos que alzarán las orejas al primer aviso, le dijo. No podemos ser insensibles a los atropellos que visten faldas, se pintan los labios, lucen tacón de aguja y nos necesitan. No podemos. Recuerden que estamos aquí. Las estadísticas dicen que en España cada mes mueres tres mujeres asesinadas. Frente a los datos fríos y al asfalto ensangrentado nunca es mala idea dedicarles unas letras a las agredidas y paralizas. Para que no se sientan solas, sin consuelo, sin. Nunca está de más repetirlo. Estamos aquí, que lo sepan.