Nieves Hernández la madre de Sara Morales: “Si pierdo la esperanza me pregunto para qué vivir. Nunca la pierdo. Nunca pierdo la esperanza de que un día mi niña llegue a casa; ese día nada le preguntaré, que me diga lo que me quiera decir”. Nieves aún hoy, nueve años después, duerme detrás de la puerta de entrada en un sillón que han colocado ahí mismo y sueña; sueña con Sara: “La peor pesadilla, el peor despertar es soñar que escucho la llave, la veo, tal como te digo; la veo, me da un beso y me dice “mamá, ya estoy aquí” y me despierto y veo que era un sueño. Me echo a llorar…”.

Nieves Hernández, la madre de Sara Morales, se prodiga poco en los medios. Desde hace unos tres años sus apariciones públicas son escasas. Se acaban de cumplir nueve años de aquel domingo 30 de julio de 2006 cuando a su hija de 14 años se la llevaron del Centro Comercial La Ballena. Su madre la recordó el martes en La Ser en “Crónica en Blanco y Negro” sección a la que cada semana invitamos a un personaje. Nieves habló de la investigación, de su vida sin Sara, de sus recuerdos y de su deseo de que Sara no caiga en el olvido. Nieves dice “no tener lágrimas para llorar tanto dolor”.

Nueve años después ni hay una pista. Nada se sabe, nada. A Sara “se la tragó la tierra” pero esa expresión no la comparte Nieves, que tiene claro que la tierra o se traga a nadie; “sigo pensando que se la llevaron, que la empujaron y la metieron en un coche, que le taparon la boca, era domingo por la tarde, no había mucha gente y…” Nieves recuerda que su hija salió aquel domingo porque tenía una cita con un amiguito “que a ella le gustaba, cosas de chiquillos”. Quedaron a las cinco de la tarde en la puerta de La Ballena pero el muchacho al ver que Sara no aparecía llamó a Nieves y le alertó. “Desde ese mismo momento la llamé mil veces y me saltaba el buzón de voz. Ya me puse nerviosa porque a las hijas nadie las conocemos como las madres y mi hija siempre me decía dónde iba y dónde no iba…”. Amigos, familiares, vecinos, etc., todos rastrearon esa tarde lugares cercanos a su casa. Ese día se emprendió la búsqueda cercana, del barrio. Fue a eso de las seis de la tarde cuando acudió a la Comisaría de Policía y le dijeron que no se precipitara denunciando tan pronto la desaparición de su hija: “Señora, tiene 14 años; se habrá ido con algún chico. Aquí vemos esos casos cada fin de semana”. Pero se equivocaron. Desde ese día nadie ha sabido nada de Sara. Se ha movido cielo y tierra. Nieves ha recurrido a videntes, a excavadoras, a investigar pistar faltas, atender llamadas de quienes decían haberla visto “en Tenerife y en otra isla a la misma vez”, y ella no lo ha dudado. Ha ido.

Nieves Hernández con Marisol Ayala

Nieves Hernández con Marisol Ayala

Una tiene la impresión de que Nieves, que vivió los primeros seis años al filo de la navaja, escuchando esas pistas falsas, pidiendo ayudas, llorando hasta quedarse sin lágrimas tenía la necesidad de hacer un paréntesis en su vida, sacar la cabeza respirar. Una depresión, un estado de ánimo bajo mínimos, lógico, la aisló durante dos años; “lo necesitaba”. Y se le respetó. Se sometió a tratamientos psicológicos para ordenar su alma herida y su cuerpo agotado. Ahora, después de esos dos años, tiene otra actitud ente la vida: “Vivo con mi pena. En casa no la olvidamos un solo minuto, ni Soto, mi marido, ni su Alba, su hermana, pero tenemos que seguir viviendo para que esa tragedia no nos lleve por delante”. Alba es un personaje central vital en este proceso. Ella tenía seis años aquel 30 de julio de 2006 cuando se llevaron a su hermana. No fue fácil para la criatura manejar el tsunami de dolor que comenzó a vivir en su casa. Sin su única hermana, Sara, a Alba la vida se le llenó de periodistas. Una niñita para poder entender qué hacían su madre en televisión, los abuelos y tíos pegando carteles, la policía tocando en la casa. La vivienda se llenó de un dolor que se colaba en todas las habitaciones.

Desde aquel día de julio toda la familia convirtió la casa de la abuela Josefa en el cuartel general donde se lloraba, comían, esperaban llamadas, atendían a la prensa y vivían, en el caso de que vivir fuera eso.

Y Alba. Hablamos de Alba porque Nieves habló de ella ayer. “Con 15 años hoy vive la desaparición de su hermana de otra manera. Es lógico. Los primeros días tuvimos que ir a su colegio para que no pegaran carteles alusivos a Sara porque la niña sufría mucho”. De hecho, cuenta Nieves, “ha sido este último año cuando ha comenzado a hablar de su hermana, pero casi sin nombrarla. Nosotros sabemos que habla de ella pero no la menciona expresamente. Hace unas semanas cuando se acercaba el noveno aniversario de la desaparición me preguntó que por qué no salía ya en la prensa cada año “es cómo si la hubieran olvidado”. Una actitud que Nieves interpreta como la necesidad de que su hermana no sea olvidada. Alba ya es una mujercita, buena estudiante orgullo de sus padres.

En torno al “caso Sara Morales” ha habido de todo, gente buena y alimañas que han querido sacar algo de una familia destrozada. Nieves podría contar actos de apoyo y cariño que sorprenderían. Personas conocidas que se han acercado a su vida para ofrecerle ayuda, hacerle un mimo, tener un detalle con Alba, preguntarle qué necesita. En fin, mucho amor. Pero como ya sabemos no todos son iguales.

De pronto ayer en la radio nos vimos hablando de su matrimonio, de qué manera ha afectado en sus vidas la desaparición de Sara. “No te miento. Hemos estado a punto de separarnos. Mi marido no puede con tanto dolor. Yo, que físicamente no lo parezco, soy más fuerte que él. De hecho Soto no aparece casi nunca en los medios salvo los primeros días, luego los médicos le aconsejaron que se mantuviera en segundo plano. Y bueno, eso hicimos. Poco a poco hemos ido remontando y aquí seguimos. Sobrevivir a tanto dolor es muy difícil”.

Doña Josefa

La madre de Nieves, Josefa, ha sido su salvavidas. De edad avanzada y salud así así, la buena de Josefa es la orilla en la playa de Nieves, Soto, Alba, de la familia entera. Lo he vivido de cerca con ellos y me consta ese amor que se profesan, cómo se cuidan, cómo Nieves llama a su madre cual si de una niña chica se tratara para decirle: “Mamá, que llego un poco tarde”. Y nos reímos. Mucho cariño hay en esa casa de Ciudad Alta, mucho. Josefa jamás tiene una mala contestación, siempre buena cara, siempre buscando la manera -a veces sin que su hija lo sepa- de buscar las llaves de esas puertas que inesperadamente se le han cerrado a su hija. “Yo no puedo hablar de mi madre. No puedo. Me conmueve tanto verla sufriendo y disimulando que solo tengo que darle gracias a Dios por ella, por mis hermanos, mis sobrinos y esa gente que nunca nos han dejado solos”.

Nieves sueña. Sueña mucho. Hace poco soñó que de madrugada alguien entraba, hizo ruido con la llave. “Era Sara. Se acercaba al sofá y me decía mamá ya llegué”.

El despertar más doloroso posible.