Crisis volcánica | Un año del ‘apagón’ en Cumbre Vieja

Un volcán ya sin signos vitales pero ‘auscultado’ por la ciencia

Hace un año el volcán palmero se apagó de forma abrupta | Los científicos utilizan los conocimientos adquiridos para prepararse ante la próxima erupción

Verónica Pavés

Hace un año el volcán de La Palma se apagó súbitamente. Había pasado 85 días escupiendo lava, cenizas y rocas desde las profundidades del manto. 85 días en los que los ríos de fuego, las cenizas y los gases tóxicos arrollaron pueblos enteros, obligaron a más de 7.000 personas a abandonar sus hogares y desolaron la biodiversidad que encontraron a su paso. Tan solo dos días después de convertirse en la mayor erupción de La Palma de los últimos 500 años, el Valle de Aridane se quedó en silencio.

Tras una poderosa traca final de lava y piroclastos, el volcán acabó con la emergencia más complicada a la que ha hecho frente Canarias en su historia reciente. Un proceso largo de un fenómeno del que apenas se tenían precedentes, y que desembocó, casi en paralelo, en un drama humano, una atracción turística y una oportunidad para ampliar el conocimiento científico. En la incertidumbre y el temor que causaba emergencia, la ciencia ganó un papel protagonista tanto para arrojar luz sobre aquel fenómeno al que la sociedad canaria había dado la espalda durante muchos años, como para ayudar a las autoridades a tomar las medidas adecuadas y así evitar víctimas mortales.

Hoy, cuando se cumple un año del fin de la erupción, los científicos siguen aprendiendo de las enseñanzas que les dejó Tajogaite. Un volcán muy parecido a otros que han emergido de las profundidades de las Islas, pero singular por el riesgo tan alto al que expuso a los canarios debido al intenso crecimiento poblacional del Archipiélago en los últimos 50 años.

El lugar y la duración de los volcanes en Canarias son aún incógnitas asociadas a la gestión del riesgo

Las visitas a la isla se han convertido en una parte importante del trabajo de campo de todas las instituciones científicas del Archipiélago. Como mínimo una vez al mes, los científicos de los centros de investigación de Canarias recogen datos de la fase posteruptiva, observan la evolución de los ecosistemas terrestres y marinos, miden el calor de las coladas de lava y calculan las concentraciones de gases tóxicos. Un trabajo en el que además destaca un análisis pormenorizado de la gestión de la emergencia volcánica en aras de mejorar la respuesta de cara a la próxima erupción que suceda en Canarias.

La vida un año después

Un año después de que el volcán se quedara en silencio, la flora y la fauna ha empezado a emerger, tímidamente, en el lugar; mientras que en el océano no queda rastro del paisaje submarino asolador que generaba la caída de cenizas ni de los daños que ocasionó la llegada de la lava al mar. «La zona ha tenido un progresivo aumento de la tasa de colonización», explica el investigador del Instituto Español de Oceanografía (IEO), Eugenio Fraile. Pero no todo ha vuelto a la normalidad. Los gases tóxicos no paran de emanar en los barrios de La Bombilla y Puerto Naos, manteniéndolas como zona de exclusión. Y lluvias intensas como la de hace una semana recuerdan que el interior de las coladas permanece aún a cientos de grados de temperatura.

Un volcán ya sin signos vitales  pero ‘auscultado’ por la ciencia

Un volcán sin pulso ‘auscultado’ por la ciencia / Verónica Pavés

Desde que culminó la erupción los científicos de todas las instituciones participantes están realizando un ejercicio de autoevaluación de lo sucedido durante aquellos 85 días. Para el Instituto Geográfico Nacional (IGN), institución encargada de la vigilancia volcánica en España, esta erupción ha supuesto una notable mejora de los procesos de vigilancia. Las redes desplegadas son ya muy amplias, pero falta, a ojos de Itahiza Domínguez, sismólogo del IGN, «automatizar» el sistema de gestión de emergencias. «Hoy en día, por ejemplo, los terremotos se localizan de forma manual», explica. Aunque en un contexto de calma esto no suele ser un problema, en la erupción robó «tiempo» para interpretar los datos, dado que los técnicos tenían que enfocarse «en el análisis». Y aunque así se pudo dar cobertura a la emergencia, el investigador considera que «se puede mejorar».

Otro de los aspectos en el que los científicos coinciden que se debería perfeccionar, es el Pevolca (siglas de Plan de Emergencias Volcánicas de Canarias). «Al igual que ocurrió tras la erupción de El Hierro, tenemos que evaluar qué cosas funcionan y cuáles no», insiste Domínguez, que destaca la necesidad de actualizar tanto este plan de actuación como los planes insulares de riesgo volcánico. No en vano, se trata de un recurso que ha demostrado tener un gran valor para afrontar este tipo de emergencias. «Tomar decisiones en base al consenso científico ha sido un punto a favor que nos ha convertido en referentes mundiales», insiste Nogales.

En la mejora de estos planes se encuentra volcada la Cátedra de Riesgos de Desastre y Ciudades Resilientes de la Universidad de La Laguna (ULL), que en las últimas semanas ha participado en las jornadas T-Alerta impulsadas por el Cabildo de Tenerife para avanzar en la Estrategia de Implantación del Plan de Actuación Volcánica Insular. En las jornadas participaron todas las entidades que se vinculan al operativo del plan, operativos y técnicos municipales relacionados con la protección civil, además de empresas de servicios esenciales, expertos en prensa y comunicación, así como representantes del sector educativo y del tercer sector.

De problemas a aprendizajes

Muchos de los aprendizajes que servirán para el futuro, fueron durante la erupción un problema muy difícil de resolver. Para los oceanógrafos –que ya tenían experiencia con la erupción de 2011 en El Hierro–, la mayor dificultad estuvo en las características subaéreas del volcán, dado que no conocían exactamente las consecuencias la lava al llegar al mar. Los biólogos, por su parte, se tuvieron que «inventar» en mitad de la emergencia una metodología para hacer seguimiento de la biodiversidad, dado que era la primera erupción del mundo en la que se iba a realizar.

El peligro intrínseco de la erupción fue una dificultad añadida. «Fue complicado, especialmente por la emanación de gases», explica el biólogo Manuel Nogales, delegado canario del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Como reseña, la calidad del aire «interrumpió muchísimo la actividad científica», pero también les obligó a trabajar con un equipo multidisciplinar que permitió «mejorar la interpretación» de lo que ocurría durante el proceso eruptivo. En aquel momento tampoco se sabían interpretar el comportamiento del volcán activo. Nadie se atrevía a prever en qué derivaría una deformación del terreno o un pico de sismicidad, unos indicadores que, gracias al Tajogaite, podrán entenderse mejor en el futuro.

Un volcán ya sin signos vitales  pero ‘auscultado’ por la ciencia

Un volcán sin pulso ‘auscultado’ por la ciencia / Verónica Pavés

Si bien muchas de estas nuevas situaciones se fueron resolviendo con la experiencia, hay otras cuestiones que aún hoy son difíciles de resolver. El lugar en el que emergen y la duración de los volcanes en Canarias son dos de estas incógnitas. «En casi ningún lugar del mundo se puede pronosticar una erupción», reseña Domínguez. En el caso de Canarias, además, las previsiones se complican porque tampoco es fácil saber dónde va a emerger un volcán –por su carácter monogenético–. «Obviamente tienes precursores, pero en La Palma, por ejemplo, al final surgió algo más al norte de lo que se creía», insiste el sismólogo. Desde el IGN se está tratando de incluir en sus procesos de vigilancia todo el conocimiento científico mundial y local para entender mejor el vulcanismo isleño. «Estamos incorporando todas las innovaciones que van surgiendo en el mundo», insiste Domínguez.

Pero si en algo ha contribuido la erupción de La Palma es en conseguir que la población isleña comprenda el riesgo que conlleva vivir en islas volcánicas. «Nos vendieron durante muchos años que las erupciones canarias eran tranquilas, y este volcán ha demostrado que existe un riesgo y que hay que invertir en mejorar todos los sistemas», resalta Domínguez. «Hemos aprendido que cualquier erupción puede ser un problema importante», resume, por su parte Jaime Díaz, geógrafo de la Cátedra de Reducción de Riesgos de Desastres de la ULL, que advierte que esa percepción del riesgo puede disminuir con el tiempo. «Si una amenaza lleva años sin manifestarse puede atenuar la percepción del riesgo», por lo que, a su juicio, no se debe permitir «que el paso del tiempo atenúe nuestra atención hacia la amenaza volcánica».

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