Resiliencia soldada con tenacidad

Youssef Aabid comenzó su proyecto migratorio en 2008 y hace un año llegó a Gran Canaria, donde ha contado con la ayuda de CEAR para aprender español y formarse

Youssef Aabid, sentado delante de la sede de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado, en la capital grancanaria.

Youssef Aabid, sentado delante de la sede de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado, en la capital grancanaria. / JUAN CARLOS CASTRO

Isabel Durán

Isabel Durán

La de Youssef Aabid es una historia resiliencia, perseverancia y valentía. Su proyecto migratorio comenzó en 2008, cuando cruzó el Estrecho en el bajo de un camión. Después de una década en Italia y Suecia, volvió a Casablanca y montó un negocio de soldadura. Entonces inició una larga lucha para migrar legalmente, pero esa vía se le cerró y arriesgó la vida en una patera rumbo a Gran Canaria, donde ahora busca trabajo.

De madrugada. Con la oscuridad absoluta invadiendo el campo de visión a kilómetros. En algún lugar del Atlántico, sin coordenadas. En su cabeza estalló el pensamiento de que iba a morir junto a sus 46 compañeros de viaje. Cuando la esperanza quedó tentada a saltar por la borda de la patera, la aparición entre el oleaje de un barco de Salvamento Marítimo les cambió el ánimo. Dejándose llevar por la euforia de saberse ayudados para llegar a tierra firme, algunos de los ocupantes de la barquilla se pusieron en pie y la desestabilizaron. Tres hombres cayeron al mar y nunca los pudieron encontrar. Youssef Aabid se agarró con todas sus fuerzas a la embarcación en ese instante como se ha agarrado siempre a la vida. Ese solo sería un escollo más de los que este marroquí encontraría en su proceso migratorio, que había arrancado 15 años atrás. «Ni aunque me dieran un millón de euros repetiría esa travesía en patera», afirma Aabid, desolado por el recuerdo de un viaje que comenzó en una playa cercana a Dajla (Sáhara Occidental) y terminó en Gran Canaria. Tres días y tres noches; algo menos de 72 horas que se le hicieron eternas.

Aabid arribó a Canarias en junio de 2022 con las ideas claras y una mochila repleta de experiencias previas que le han ayudado a levantar los cimientos de su futuro. Su objetivo más inmediato es lograr un trabajo que le dé estabilidad económica y que le permita renovar la documentación del permiso de residencia. En Marruecos se formó como soldador y llegó a dirigir su propia empresa especializada en el manejo del acero inoxidable. Aquí, Aabid se ha preparado para trabajar en la hostelería con un curso que le da un certificado de profesionalidad, gracias al Proyecto Integral de Atención para la Inserción Laboral de Inmigrantes y Refugiados (Piailir) de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), donde también ha aprendido español y ha recibido asesoramiento para enfrentarse a la gigantesca burocracia y poder tramitar su permiso de residencia. Quienes le han servido de apoyo en Canarias lo describen como un hombre brillante, ejemplar y comprometido. «Todavía no he conseguido todo lo que esperaba, estoy mejor aquí que allí, porque sé que tengo más oportunidades», explica.

Con 24 años, Aabid dejó atrás a su madre y a su hermano para cruzar el Estrecho –desde Tánger a Algeciras– de manera clandestina entre las ruedas de un camión. Una vez en España puso rumbo a Italia, donde se estableció durante tres años con un empleo como cuidador de personas mayores. Su empeño por mejorar sus condiciones de vida lo llevaron hasta Suecia y allí pudo desarrollarse profesionalmente en el sector de la construcción. Cuatro años después decidió volver a Italia previa visita a su familia en Casablanca. Viajó en avión hasta Roma, pero la policía lo detuvo y lo deportó inmediatamente por no contar con un permiso de trabajo. Lejos de rendirse, Aabid reunió el coraje para emprender en su país y montó su propio negocio de soldaduras. Después de varios años al frente del taller, comprendió que era necesario invertir en maquinaria nueva para hacer crecer la empresa. La falta de recursos económicos le llevó a la conclusión de que no podría seguir adelante con ese proyecto si quería mejorar su vida.

Reordenando sus ideas y tras mucha reflexión, Aabid comenzó el largo trámite que conlleva tratar de emigrar legalmente desde el continente africano. Solicitó el visado para trasladarse a Portugal, España, Francia o Croacia. Pero perdió todas las batallas. «Me denegaron el visado en todos los países, a pesar de tener algo de dinero ahorrado y una nómina en el banco», lamenta. Las puertas de la emigración segura se le cerraron de golpe. A cal y canto. En este punto, no le quedó otra salida que arriesgar su vida de nuevo para volver a Europa, donde ya había vivido casi una década.

Rociados de gasolina

«Llamé a una chica que me dijo que tenía que llegar a Dajla y pagar 2.500 euros para subirme en una patera», relata Aabid, quien añade que él tuvo la suerte de dormir solo una noche en el desierto esperando a que zarpara la embarcación, pero muchos otros chicos pasaron hasta 50 días. En una barca de apenas cuatro metros de eslora subieron a 47 personas, entre ellos algunos adolescentes, y se lanzaron al mar. «No te garantizan nada, ni tu propia vida», detalla.

Desde el primer momento se les mojó la ropa con el romper de las olas contra la patera. Durante las primeras horas los ánimos les permitían hablar unos con otros para pasar el tiempo y pudieron comer. Después, solo silencio. El azul del mar y el azul del cielo; y la negrura de las noches. «El hombre que capitaneaba el barco nos rociaba con gasolina cada vez que uno se movía para estirarse», rememora Aabid. Cuando llegaron a tierra todos tenían quemaduras en la piel provocadas por la mezcla del combustible, el salitre y el sol.

Nada más llegar a Gran Canaria pudo avisar a su madre de dónde estaba. «Ella no sabía a dónde había ido, pero me aseguró que en los días de mi travesía había soñado que yo estaba en altamar», apunta. Su colaboración con la Policía, su buen comportamiento con Cruz Roja en el centro de acogida Canarias 50 de La Isleta y su tenacidad para formarse en CEAR han sido imprescindibles para conseguir la residencia en España. «Por mi experiencia previa sabía que no sería fácil, pero la mayoría arriesga su vida en el mar con una idea equivocada de lo que va a encontrar en la otra orilla», lamenta.

Este joven marroquí se ha enfrentado a infinidad de dificultades. Sin embargo, lo que le resulta más complicado es estar lejos de sus seres queridos. Aabid explica que piensa mucho en su madre y en que se siente en la obligación de mandarle dinero para ayudarla a pasar los años que le quedan de vida en mejores condiciones. Hace unas semanas pudo regresar a Casablanca para visitar a su familia y tramitar el carnet de conducir. En este viaje a Marruecos pudo conversar con la madre de uno de los chicos que falleció al caer al mar antes de que interviniera Salvamento Marítimo. «Ella no sabe nada de su hijo desde hace más de un año, pero está convencida de que vive en algún lugar de Europa porque nadie la ha informado de lo que había ocurrido», afirma Aabid, quien detalla que muchos de los que compartieron patera eran de su misma región y algunos se conocían previamente. En su caso, pese a los varapalos, seguirá soldando las piezas de la vida que sueña con los chispazos de resiliencia que sean necesarios.

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