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Cien años de Roald Dahl

La editorial Nórdica publica el cuento ilustrado 'El librero', después de lanzar 'La cata' en 2014 en el marco del primer centenario del nacimiento del escritor galés

Ilustración de 'El librero', de Federico Delicado (Ed. Nórdica). LP / DLP

Cuando el lector se interna en los senderos narrativos de Roald Dahl, y toma los giros sorpresivos de sus relatos noir, o navega por las alocadas aventuras de sus cuentos para niños, cada curva de sus pasajes literarios desemboca en un mismo lugar: la media sonrisa, mitad porque bordea el absurdo que revisten las contradicciones de los hombres, mitad porque el vuelo de la imaginación, el humor, la ternura y la sensibilidad clarea cualquier penumbra. Mitad porque la magia, tristemente, sólo es posible en los libros. Mitad porque, por fortuna, existen los libros.

Este año se cumple el centenario del nacimiento de Roald Dahl (Cardiff, 1916-Oxford, 1990), el más célebre escritor de literatura infantil del siglo XX, pero también un excelente autor de cuentos oscuros e irreverentes, que toman el pulso de la realidad a través del humor más corrosivo. La editorial Nórdica publica este año El librero, uno de los grandes relatos del escritor galés, arropado por las ilustraciones de Federico Delicado, quien evoca en la delicadeza paródica de sus trazos la atmósfera siniestra que envuelve la librería de William Buggage y su ayudante, la señorita Tottle. "Hace tiempo, si uno se dirigía a Charing Cross Road desde Trafalgar Square, en cuestión de minutos se encontraba con una librería situada a mano derecha y sobre cuyo escaparate un cartel anunciaba: WILLIAM BUGGAGE. LIBROS RAROS", comienza el relato, escrito en 1987.

Se trata de una aventura editorial que comenzó el pasado 2014 con la publicación ilustrada de La cata, fábula para sibaritas que contó en esta ocasión con el talento del dibujante Iban Barrenetxea. Ambos relatos, desdoblados en la literalidad de sus ilustraciones, ponen de manifiesto la agudeza de Dahl para asomarse a las miserias humanas y retratarlas en un viaje fascinante y enigmático, narrado en estilo directo, mordaz, sin concesiones, con grandes dosis de humor, belleza literaria y finales abruptos. Sin embargo, la tensión narrativa de sus relatos, como la batalla gastrodialéctica que libran Richard Pratt y Mike Schofield a la mesa de La cata, o el imperio macabro sobre el que se cimienta El librero, sirven en realidad como pretexto para enmarcar un determinado ambiente social y reírse de sus convenciones.

Así lo refleja, por ejemplo, un fragmento magistral que describe al anfitrión de La cata y que, hoy en día, podría dirigirse a la gastroburbuja que impera en estos tiempos: "...Era agiotista en el mercado de valores y, como muchos de su clase, parecía algo incómodo, casi avergonzado, por haber ganado tanto dinero con tan poco talento [?]. En el fondo de su corazón sabía que no era más que un corredor de apuestas -un corredor de apuestas empalagoso, infinitamente respetable y secretamente corrupto-, y sabía que sus amigos también lo sabían. Así que ahora estaba tratando de convertirse en un hombre culto, cultivar un gusto literario y estético, coleccionar cuadros, discos, libros y todo lo demás. Su pequeño sermón sobre el vino del Rin y el Mosela formaba parte de esa cultura que anhelaba".

Esta clave picaresca, que sostiene el clímax de intriga, perversión y sátira hasta el desenlace, articula toda la narrativa breve de Roald Dahl, en la que destacan títulos como Lady Turton, Mi querida esposa, Hombre del sur -adaptada por cineastas como Hitchcock y Tarantino- o Cordero asado, muchos reunidos en la compilación de Relatos de lo inesperado, publicada en España por Anagrama. Por sus páginas desfilan mujeres que asesinan esposos con piernas de cordero, hombres que lucen obras de arte tatuadas en la espalda, dedos amputados a cambio de Cadillacs y máquinas que retransmiten el llanto de las plantas.

Los cuentos ilustrados de Nórdica brindan una magnífica aproximación al universo literario de Roald Dahl que, además, siempre ha formado un tándem perfecto con el dibujo, como ponen de manifiesto sus títulos infantiles, asociados a las ilustraciones de Quentin Blake. En este sentido, aunque se debe reivindicar que Dahl fue más que un escritor de cuentos infantiles, lo cierto es que ambas vertientes literarias dialogan entre sí pues, si bien su obra se prodigó en ambos terrenos, la media sonrisa nunca es completa si no se frecuentan títulos como Matilda, Charlie y la fábrica de chocolate, Las brujas, Agu Trot o Danny, campeón del mundo.

El universo literario de Roald Dahl aloja tantos filamentos que conectan entre sí sus cuentos para adultos y para niños que, incluso, habría que empezar por identificar su única diferencia, que estriba en que, mientras los cuentos para adultos retuercen la realidad para alumbrar nuestras sombras, los cuentos para niños las iluminan con aventuras memorables, que introducen lo mágico en lo cotidiano. Por eso, las lecturas de Dahl constituyen siempre un viaje rebelde, transgresor y divertido, pero que adquiere su máxima significación en sus maravillosos cuentos para niños, donde un billete dorado es la llave al Olimpo de los sueños o el amor por los libros transfiere poderes contra la infamia.

Con todo, para comprender el imaginario de este escritor galés de ascendencia noruega también habría que remitirse a los avatares de un pasado difícil, que relata con un fantástico humor en sus biografías Boy y Volando Solo. Aquí descubrimos que su literatura nace entonces como un grito, aunque será leyendo cuentos a sus hijos en voz alta cuando decida que jamás subestimará a sus lectores, en especial, a los más pequeños. Tal vez por eso supo transmitir a tantas generaciones el amor por los libros. "¿No dejas nunca de leer?", reza un pasaje de Matilda. "Y así, Matilda nunca dejó de leer, enseñándonos que la soledad en la vida puede ser muy bien aprovechada".

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