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Entrevista | José María Pou

"Representar al capitán Ahab en Gran Canaria es mi regalo a Orson Welles"

"Me enfrento a este personaje con la misma locura con que Ahab se enfrenta a la ballena blanca", destaca el actor y director teatral

El actor José María Pou, en la piel del capitán Ahab, en 'Moby Dick', de Andrés Lima. LA PROVINCIA / DLP

Al igual que el capitán Ahab se enfrenta a la gran ballena blanca, ¿cómo afronta el reto de interpretar a un personaje tan visceral, atormentado y suicida?

Lo cierto es que, a lo largo de mi carrera, me ha tocado siempre este tipo de personajes grandes e, incluso, legendarios. En este caso, me enfrento a este personaje con la misma locura y con el mismo sinsentido con que el capitán Ahab se enfrenta a la ballena blanca. Mi experiencia es que este tipo de personajes, si se piensan, no salen adelante. Pero es, por descontado, un personaje atractivo para cualquier actor, porque es un personaje digno del mejor Shakespeare. Y ahí coincido con algunos grandes autores y críticos literarios que, a lo largo de los años, han coincidido en decir que Ahab es un personaje que merecía ser de Shakespeare y figurar en el repertorio del teatro de Shakespeare, a la altura de Othello, el rey Lear o Macbeth. Para mí, el capitán Ahab es el personaje que Shakespeare se olvidó de escribir. Realmente, el personaje de Ahab es como todos los personajes de las grandes creaciones literarias: un personaje maravillosamente bien construido, pero enormemente complejo e, incluso, inaprensible, porque se te escapa de las manos como agua líquida, como arena. Y al interpretarlo, eres consciente de que nunca llegas a tenerlo, entenderlo y expresarlo en su totalidad.

Muchísimos autores han querido aproximarse al clásico de Melville, ¿cómo se embarca usted en este proyecto, donde el peso de la novela en la piel de Ahab recae sobre sus hombros?

Pues, curiosamente, yo me vi metido en este proyecto hace ya muchos años y yo soy de los que cumplen sus compromisos. Nos remontamos a 2005 cuando me plantearon por primera vez el proyecto de Moby Dick. ¡13 años han pasado ya! Aquel año tuve la suerte de interpretar El rey Lear, de Shakespeare, dirigido por Calixto Bieito, con un montaje enorme que me cambió completamente la vida. Entonces, al terminar aquella aventura tan intensa, Calixto y yo, con los productores de la empresa Focus, nos confabulamos y comprometimos a que nuestro próximo proyecto juntos fuera una adaptación teatral de Moby Dick, que es una empresa que, efectivamente, ha tentado y han intentado muchos profesionales de todo el mundo. Pero nosotros nos planteamos un proyecto muy ambicioso, que se fue retrasando y, luego, llegó la crisis, que se llevó por delante muchos proyectos interesantes. Y el tiempo siguió pasando hasta que, hace dos años, Calixto me anunció que se bajaba del barco, pero que yo debería hacerlo. Y como yo había dado mi palabra y me había entrado el gusanillo en el cuerpo, me metí en este desafío con Andrés Lima. Ya llevo seis meses haciéndolo desde que lo estrenamos en Barcelona y he comprobado que, realmente, es una locura entrar en este personaje, que, sin duda, es el más agotador, más complejo y que me deja más exhausto de todos los que he hecho nunca. Y yo tengo tradición de grandes personajes, pero pocas veces he sido consciente de dejarme tanto, tanto la piel como en este gran personaje de Herman Melville.

Dice que el rey Lear le cambió la vida, ¿en qué medida los grandes personajes que han apuntalado su trayectoria teatral han sido el sedimento de otros posteriores, como el capitán Ahab?

Cada personaje me ha formado para ser mejor actor porque el mejor actor se hace con la experiencia, o con la edad, si lo prefieres. Por otra parte, yo sé y estoy convencido de que, más allá de por mi forma de hacer o mis capacidades actores, muchos grandes personajes me han sido dados porque el físico condiciona: yo soy un hombre de envergadura, mido 1'95, así que también hay papeles que me están velados. Precisamente hace un rato estaba hablando con un director teatral que me estaba ofreciendo un proyecto y yo le sugerí que no insistiera mucho más, porque se trataba del personaje de un pobre hombre, voluble y sin carácter. ¿Quién se iba a creer que un hombre con mi envergadura encarnase un personaje así en el escenario? ¡Nadie! (risas) El físico condiciona a un actor y, por eso, desde que empecé, me han ofrecido siempre grandes personajes, lo cual me ha comportado cosas muy buenas, porque he tenido acceso desde muy joven a grandes personajes y eso ayuda mucho a construirte como actor. Y eso es lo que ha marcado mi carrera, que empezó en mayo del 68 con el papel del Marqués de Sade en el montaje Marat/Sade, una revolución en los teatros en aquella época. Y también me facilitó el que ha sido otro de los personajes de mi vida, el rey Lear, que interpreté muy pronto, con 50 años, porque es un personaje que los actores sueñan con hacer cuando cumplen 70. Y equivocadamente, a mi juicio, porque el rey Lear se considera el más grande de los personajes que se pueden representar en teatro y creo que se debe de hacer cuando se tiene suficiente energía para ello. Yo lo hice en su momento y me marcó muchísimo como actor, porque me hizo descubrir muchas cosas de las que era capaz y que no sabía que era capaz de hacer, así que me abrió muchas puertas en todos los sentidos. Otro gran personaje fue Sócrates, que era muy feliz interpretando porque me entusiasmaban las cosas que decía. Y aun siendo todos estos personajes tan grandes como agotadores, no llegaban ni a la mitad de lo que es este capitán Ahab.

Parece que hubiera una serie de filamentos que conectase todos esos distintos personajes teatrales entre sí, ¿pero cuál ha conectado más con José María Pou?

Ante esta pregunta me resulta inevitable mencionar mi representación de Orson Welles, otro personaje enorme, con el que me identifiqué mucho. Y en este instante, hablando contigo, me estoy dando cuenta de que con Moby Dick se cierra un círculo, porque Welles, que también fue un actor de grandísimos personajes, estaba obsesionado con Moby Dick y con interpretar al capitán Ahab. ¡Era su gran sueño! Lo persiguió muchísimos años y, al final, consiguió interpretarlo en teatro. Él mismo escribió una adaptación teatral de Moby Dick que, tristemente, hay que decirlo, fue un fracaso horroroso. La estrenó en Londres con un gran reparto y la función apenas estuvo 8 días en cartel, con unas críticas terribles. Lo repitió en Nueva York y fue otro fracaso. Luego, el pobre Welles, que era un genio lleno de frustraciones, se quedó con el gusanillo de no poder hacerlo ni siquiera en cine, porque confiaba en que su amigo John Huston le confiara el personaje de Ahab, pero los productores de la película se negaron, porque Welles tenía fama de ser un hombre problemático, así que tuvo que conformarse con interpretar a otro personaje maravilloso, el padre Mapple, en aquella escena famosa del sermón que hoy todos recordamos de la película. Pero el gran Welles se quedó con las ganas de hacer de capitán Ahab, así que siento como si ahora yo hiciera un acto de justicia hacia Welles y le regalara el personaje que él no hizo en el cine, porque el hecho de haber estado interpretando también al propio Welles durante casi dos años me acercó mucho al capitán Ahab. Y ahora estoy descubriendo que se cierra el círculo al ir a interpretarlo a Gran Canaria, donde se rodó la película, ¡qué curioso y qué bonito es cómo la vida da círculos y se mezclan, en esta especie de remolino de casualidades, los grandes personajes! Me transmite una especial ilusión por representar Moby Dick en Gran Canaria, como un regalo a Welles.

Y con todo, ¿qué representa, a su juicio, la persecución de la ballena blanca por parte de Ahab?

De entrada, podríamos hablar de un hombre que se mueve posiblemente por un instinto de venganza, porque es un marinero de mucho prestigio, que capitaneaba grandes balleneros y que, de repente, da con una ballena que le arranca una pierna, lo cual era un accidente muy habitual entre los marineros de los barcos balleneros, pero a él le produce un trauma tan grande que se convierte en obsesión. A partir de ese momento, no sueña más que en vengarse de esa ballena blanca, condicionando toda su vida y la del resto de sus hombres a bordo del Pequod a la caza y muerte de este leviatán, lo cual es una empresa, si eres consciente, prácticamente imposible: el hombre, esa pequeñez humana, luchando contra la fuerza enorme de una ballena que, de un coletazo, se carga un barco entero. Pero Ahab está convencido de que puede matar a la ballena blanca. Y ese deseo de venganza se convierte en una obsesión, que, alimentada con el tiempo, se convierte en locura, con lo cual yo creo que Melville quiso reflejar, más allá de una auténtica aventura marina, la lucha del bien contra el mal. Pero yo creo que lo más terrible del capitán Ahab es que él se arroga a sí mismo la defensa del bien y que la ballena encarna el mal, cuando quizás es al revés, porque también se puede leer en la figura de Ahab un trasunto de lo que son o han sido los grandes tiranos del mundo, que, dentro de una ambición o lucha puramente personal y al servicio de su locura, son capaces de arrastrar a todos los que le siguen hacia la guerra y la muerte.

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