La obsesión del valenciano Pep Brocal por los mundos paralelos y por teñir de un halo poético a algunos desequilibrios mentales, a través de historias en las que el lector no sabe con seguridad si se encuentra en un argumento que desarrolla el primero o el segundo de los casos anteriores, recuerda un poco la primera época del director Roman Polanski.
El ejemplo paradigmático de todo eso es este Inframundo en donde la siniestra odisea que emprende la protagonista trae a la memoria, hasta cierto punto, a filmes del realizador polaco como Repulsión o Un cuchillo en el agua. La protagonista, Amalia, decepcionada de su propia vida tras un fracaso amoroso, ocupa el puesto de portera del edificio que dejó su madre al morir.
Su intención inicial es refugiarse durante un tiempo de ese mundo que considera hostil. Pero han pasado los años y el plan ya le está bien, no necesita más. Ahí en su semisótano vive tranquila con su rutina, sus libros y su gato. Un día llega al inmueble un personaje con la extraña misión de encontrar y llevarse en su maleta las almas de aquellas personas que han quedado solas, aisladas del resto de la sociedad, como es el caso de un vecino fallecido en el ático del edificio.
En pleno traspaso del anciano, el gato de Amalia se cuela también dentro de la maleta. Tan sólo ella ha visto lo que acaba de pasar. Su propósito a partir de entonces será seguir al misterioso hombre para rescatar a su minino, aunque para ello tenga que adentrarse en el peor de los lugares y vivir lo que allí le espera. Y en ese peregrinaje Brocal realiza una exhibición de alusiones a la iconografía del imaginario colectivo que, desde la Edad Media, la actualidad, hemos visto reflejado sobre cómo es el más allá.
La historia es una continua pesadilla en la que el lector, a través de este trasunto siniestro de Alicia en el País de las Maravillas, atraviesa por dimensiones ocultas de todo tipo con la aparición continua de seres fantasmales.
Sin embargo, y para descargar la tensión, Brocal incluye flashbacks en los que se narran la infancia y juventud de la protagonista y que nos retrotraen a una severa realidad. Y, curiosamente, al final no sabemos cuál de los dos mundos resultaba más insoportables. Una obra, lúgubre, pero apasionante, que nos devuelve al autor de Walter o la verdad invisible en plena forma.
