Sin suspensiones ni medias tintas, Robe Iniesta volvió ayer con la guitarra puesta y el pelo suelto a la oscuridad del Gran Canaria Arena. Hay días en los que se olvidan los resquemores, las penas y queda nada más que la celebración de quienes cantan desgañitados hasta que salga el sol porque la música es la única cuna compartida.

Esa es la magia que despierta el mítico cantante entre sus acólitos: un embrujo que los envuelve y los hace saltar, bailar, corear, mientras él mantiene el tipo sobre el escenario, aunque lo que querría fuera entremezclarse con los suyos. Por eso, arrancar con Del tiempo perdido fue la declaración a su público para que recordara con ellos quién fue, quién será, y nunca permitirá dejar de ser.

Disfrutar del instante

Entre las humaredas y su grupo incandescente, el cantante se elevaba Por encima del bien y del mal, y ante todo, condenó a la masa a disfrutar del instante: «Espero que disfrutéis de la noche, estad atentos y no os perdáis nada, si no sois vosotros, quiénes, si no es aquí, cuándo, vosotros estáis aquí y ahora». Orgulloso, el oriundo de Plasencia sacó garra al defender los movimientos y flujos concéntricos de Mayéutica, su último regalo a quienes lo han perseguido de una punta a otra del país en el tour de force que ha sido Ahora es cuando.

Ante unas 5.000 personas, sonido definido y cuasi túnica roja, Robe siempre Querrá lo prohibido. Buscaba la complicidad de sus músicos, lo que más le gusta de su proyecto, tanto en el clarinete, el violín, el teclado, su batería, bajo y guitarra. Había quien estaba por los viejos éxitos de Extremoduro, las que esperaban con una caña en alto al clímax y los que estaban enganchados a las historias que borbotea la garganta rasgada de un poeta que se curte entre riffs y arreglos temblorosos de orquesta.

Ganas acumuladas

La última vez que lo vieron planeando sobre el Archipiélago, en busca del elemento urbano que lo curte, fue allá por 2014, después de cancelar las fechas de su anterior gira, por lo que las ganas se han ido acumulando para quienes tienen sus recuerdos garabateados entre los libretos de tantos discos que los han empujado a vivir otro asalto.

El receso de rigor hizo que la calma formara un oasis entre los negros teñidos de letras dulces y perversas, como la Nana cruel. "Ojalá que me despierte y no busque razones…", reza Si te vas, pero no la cantó. No hizo falta. Iniesta hace tiempo que dejó las razones atrás, solo se mueve por impulsos, por emociones viscerales que lo distraen de los pesares cotidianos. Para qué desnudarse si no es con el fin de amar a destajo, sin contemplaciones.

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Ese rock transgresivo que lo catapultó al estrellato tanto con Canciones prohibidas, Yo, minoría absoluta o La ley innata, se ha transformado en un recital en el que bordean el camino los versos de Antonio Machado, Federico García Lorca, Manolo Chinato o el propio Cicerón. Y, por qué no, lo macarro y sucio que es salir de juerga y no ver ponerse el sol, como cuando hizo saltar a sus vástagos con "Salir, beber, el rollo de siempre, meterme mil rayas, hablar con la gente, llegar a la cama y... ¡joder, qué guarrada! Sin ti". Ahí, miras a tu lado, y saltas más aún.

La entrega fue absoluta, y la pregunta que queda en el aire es ¿qué quedará de Robe Iniesta en el tiempo? Solo el verso responderá.