Crítica

Un alarde sinfónico de marca tinerfeña

G. García-Alcalde

En muy buena forma, la Orquesta Sinfónica de Tenerife abordó un compromiso difícil con el excelente director alemán Michael Boder en el podio. Después de algunos conciertos fallidos en los últimos festivales, esta recuperación es una de las grandes satisfacciones del concierto.

Las tres obras elegidas, muy diferentes en carácter y exigencias, completaron uno de los programas sinfónicos más interesantes en lo que va de Festival.

La primera, el tan refinado como divertido Concierto para dos pianos y orquesta del francés Poulenc, despertó las risas con sus ocurrencias temáticas y humorísticas, llenas de malicia y admirablemente construidas en el primer movimieto, desenfadado e irónico, así como un admirativo respeto en los siguientes. En ellos desarrolla el autor su propio criterio del impresionismo tardío, con sustanciosas alusiones a Debussy, Stravinski y otros.

Pulso idóneo en la batuta y brillantez de los dos jóvenes y exquisitos solistas, la indio-americana Pallavi Mahidhara (que habla un perfecto español aprendido durante su periodo formativo en la Escuela Superior Reina Sofía, de Madrid; y el poliédrico español Mario Marzo, que también verbalizó lo suyo. El éxito fue tan grande que animó a los dos solistas a dar de manera impecable un bis de lujo, las Variaciones del polaco Witold Lutoslawsky sobre et tema de Paganini más «variado» de la historia. Exitazo total.

Seguidamente, escuchamos La Ascensión cuatro meditaciones sinfónicas del también francés Olivier Messiaen, muy arriesgadas para los vientos, que inician en solitario la estructura solemne de la primera y prosigue con las otras tres un proceso para el tutti con escrituras de las cuerdas solas y mixtos de amb9d bloques. Admirable la batuta en el clima de solemne misticismo ilustrativo de una de las tesis crísticas, y excelentes los músicos en la densidad espiritual y sonora de una escritura grandiosa y llena de riesgos y bellezas formales.

Finalmente, un clásico magistral de la primera mitad del siglo XX: la sinfonía Matías el pintor, tomada de su propia òpera por el alemán (después nacionalizado estadounidense) Paul Hindemith.

La narración plástica de Matthías Grünewald, artista medieval, despierta en la inspiración del compositor una música de enorme formato en loa estética del nuevo realismo. Los epígrafes de los tres movimientos anuncian el carácter humanista del asunto y su puesta en música. Son demostraciones impresionantes del saber de Hindemith en la actualización de las estructuras históricas, empezando por la fuga, El efecto expansivo es impresionante esecialmente en el gran final, cuya grandeza sobrepasa toda perfección.

Concierto magnífico de un director sabio, una orquesta en estado de gracia y unos solistas encantadores.