Música
La excelente Orquesta de Kiev pone fin al 39º Festival de Música
G. García-Alcalde
Concluye el 39º FIMC con marchamo de excelencia en músicas e intérpretes y clara percepción de que los problemas de las últimas ediciones están superados. Por si fuera poco, el cierre a cargo de la Orquesta Sinfónica de Kiev ha sumado a sus versiones una carga de emotividad casi tan perceptible en la expectación como en los estallidos de palmas y gritos que celebraron, en todo momento, la calidad de la cultura ucraniana, el poder de su reacción por la libertad y la entrega a un peregrinaje internacional desde el propio exilio.
Este jueves era el día en que el presidente Zelenski habló en persona al pleno del Parlamento de una Unión Europea ya entregada al objetivo de sumar a Ucrania como miembro de pleno derecho. Ojalá que sea muy pronto y concluya el sufrimiento de este y de todos los países con guerras de invasión y genocidio como la que contemplando con tanta indignación como vergüenza.
En estas circunstancias, una música nacional es mucho más que música. Tres obras de compositores ucranianos estaban en el programa. Las dos primeras eran del repertorio normal y la tercera un caos sinfónico que devolvía en violentas alocuciones la ira de la guerra y su vergüenza. Una golosina dieciochesca, la muy breve Primera Sinfonía en Do, de Maksym Berezovsky (1745-1777) abrió fuego con vitalidad potenciando los artificios orquestales de un tiempo ya superado en la fecha de su estreno. Guardo la sospecha de que la muy larga ovación del público al final del primer movimiento disuadió al director de completar la obra.
Prosiguió el concierto con una pieza mundana y elegante: el Concierto para arpa y orquesta de Gliere (1875-1956) admirablemente ejecutado en el solo por Catrin Mair Williams (titular de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria). El éxito fue rotundo y el público ganó el regalo de una melodía tocada por la arpista y el concertino.
Finalmente, el estruendo de la guerra, su descoyuntada angustia, tuvo descomunal presencia en la Tercera Sinfonía de Boris Lyatoshynsky, (1895-1968) subtitulada La paz vence a la guerra, es un cuadro sonoro aterrador, más próximo a la saturación tímbrica y rítmica del primer Schönberg que al Shostakovich con quien algunos le encuentran semejanzas.
Demasiado ambiciosa quizás, esta sinfonía es una apoteosis del ruido en el que gravitan docenas de temas sin desarrollar, sueltos en el grito, estridentes en dinámica y nacidos de un estado de desesperación que solo se aplaca al final con el tímido contraluz de una paz precaria. La instrumentación gigante nos ha persuadido hasta agotarnos de que la guerra, ciertamente, es odiosa.
Éxito espectacular de los artistas ucranianos y de su director Antonio Gaggero, cuyo código forte suma cuatro o cinco efes.
La huella de este concierto será perdurable en nuestra memoria. Como también del éxito personal del viceconsejero de Cultura del Gobierno de Canarias y el director del Festival, que han acertado al devolverle el nivel de lo memorable.
¡¡Viva Ucrania libre y europea!!
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