Canarismos

Donde hubo, siempre queda

Donde hubo, siempre queda

Donde hubo, siempre queda

Luis Rivero

Luis Rivero

En las islas se emplea con cierta frecuencia este dicho en relación a un sentimiento, generalmente de amor, de amistad o de cariño. Aunque este puede ser el valor asociado más común, no menos usual resulta la referencia relativa a la pericia acumulada durante años de experiencia en un oficio, para señalar que la buenas mañas no se pierden nunca y, a pesar los años, siempre algo queda. También puede escucharse como piropo elegante o adulador dirigido a una mujer madura cuya belleza y atractivos en su juventud eran conocidos. Y es que «donde hubo, siempre queda», se suele expresar en cada uno de estos supuestos. En el refranero popular español se documentan diversas variantes del mismo registro, en las que se recurre a la metáfora del fuego. Así pueden escucharse expresiones tales como: «Donde hubo fuego, cenizas quedan» o «donde hubo fuego, siempre quedan rescoldos». Como antónimo de esta paremia se puede apuntar este otro registro propio de las islas: «donde no hay, no hay», pleonasmo que pone en evidencia o lamenta la carencia de cualquier virtud destacable en un individuo. [Correas (1627) documenta también algunas formas negativas del mismo refrán: «Do no hay fuego, no se levanta humo»; «Donde no hay fuego ninguno, no sale humo»]. Y entre la fraseología popular de las islas encontramos este otro dicho afín a los anteriores, situado a caballo entre la añoranza y el resentimiento por una amistad perdida: «¡Amigos que fuimos!», que viene a veces pronunciado con ironía y cierto resentimiento, otras, en tono quejumbroso, denotando aflicción por la pérdida.

Con el dicho «donde hubo, siempre queda» se evocan los sentimientos, la memoria, el recuerdo, la nostalgia del pasado, de la pérdida, la añoranza de un amor o de una amistad, de la belleza y lozanía de la juventud, o el conocimiento, la habilidad y la maestría mostradas en el trabajo en otro tiempo.

Coexisten en la frase, el pasado (hubo) con el presente (siempre queda). Que en sentido amplio tiene el valor de donde «hubo» amor, amistad, belleza, conocimiento o cualquier otra virtud de mérito, «siempre queda (algo)» (presente y futuro), que quiere decir, que subsiste todavía, que palpita en alguna parte de la memoria.

Más evidente es la relación que se formula en esta otra versión de la frase que dice: «Donde hubo fuego, siempre quedan brasas» en la que puede establecerse un paralelismo que surge por asociación de ideas entre «fuego/brasa» y «amor/memoria». La simbología ígnea conserva el sentido dado por Heráclito como «elemento de transformación» –común a varias tradiciones antiguas– , pues «todas las cosas nacen del fuego y a él vuelven». El fuego es el germen, la chispa que se reproduce en las vidas sucesivas («asociado a la libido y a la fecundidad»). Lo que nos traslada la imagen del terreno calcinado por el fuego que se vuelve más fértil con las cenizas, propiciando el crecimiento de mieses y plantas silvestres. La brasa puede ser vista como fuego en estado latente, flama potencial, simboliza un tiempo pasado que rememora «el fuego de la pasión», el amor que sigue vivo. Se relaciona con la locución «avivar el fuego» que como metáfora nos sugiere el remover los rescoldos (rescoldo es la ceniza que conserva algo de brasa, pero también tiene el sentido de ‘residuo que queda de un sentimiento, pasión o afecto’), mover recuerdos soterrados que siguen vivos. La frase expresa prevalentemente que de entre las cenizas que quedaron como restos de una relación amorosa se puede reavivar el fuego de la pasión en cualquier momento. [Rien ne se rallume si vite que l’amour (nada se reaviva tan rápido como el amor) expresa un refrán afín en la tradición gala].

«Donde hubo, siempre queda» sugiere, pues, que, a pesar del paso de los años, cuando ha habido afecto o cariño, algo persiste siempre y lo mismo se puede decir de cualquier otra virtud o cualidad que se le reconocía a alguien.