Una ‘performer’ llamada Galatea

En ‘Este puede ser el lugar’ y ‘Lo que pesa una cabeza’, TEA revuelve

el contenido de los cajones del arte para crear nuevas posibilidades

Instalación 'Altar' de El Conde de Torrefiel.

Instalación 'Altar' de El Conde de Torrefiel. / Natalia Moreno

Natalia Moreno

En 1781, el artista francés Louis Jean François Lagrenée pintó Pigmalión y Galatea. Muestra el momento mitológico en que la escultura creada por este rey de Chipre se hace carne y desciende de su base, realizándose su sueño de encontrar a la mujer perfecta. Me pregunto si cuando Galatea abandona su pedestal pasa de ser una escultura a convertirse en performer. Quizás, ese primer milímetro en que el níveo pie se separa del frío mármol es un gran paso para la Humanidad o, al menos, para el Arte.

Esta extraña pregunta me surge en la intersección conceptual que generan Este puede ser el lugar. Performar el museo –comisariada por Natalia Álvarez y Javier Arozena– y Lo que pesa una cabeza. Escultura tras el 73, a cargo de Gilberto González, Néstor Delgado y el equipo TEA, visitables en este espacio hasta el 28 de mayo. Acertadamente, opino, la institución apuesta hace un tiempo por la doble inauguración de muestras para que se imbriquen entre ellas y, así, contaminándose, afloren planteamientos nuevos. Pues esto es lo que pasa.

Empecé por el final. Retrocedo. Escribió Baudelaire: «¿Por qué la escultura es aburrida?» a propósito del Salón de 1846 argumentando que se trata de un arte primitivo (del Caribe, especificaba) mientras que la pintura, que consideraba encumbrada por Delacroix, requiere un nivel de pericia y refinamiento artístico y humano muy superior. No intuía que, con el tiempo, ambas disciplinas, a las que se sumarían otras, se retorcerían, estirarían y se fundirían tanto que no existe ya apenas distinción entre ellas, como excelentemente explica Rosalind Krauss en su texto La escultura en el campo expandido (1978). Los que aún mantienen el arte en compartimentos estancos, que se queden en casa o, mejor todavía, que vayan con este mantra: «Cuando se toma una postura tan poco sutil, la de esto o aquello, siempre se corre el riesgo de ejercer en última instancia un discurso violento y, en consecuencia, autoritario» (Formas de mirar en el arte actual, Aurora Fernández Polanco, 2004).

Lo que pesa una cabeza. Escultura tras el 73 se articula en torno a la obra Penetrable (1973) del artista venezolano Jesús Rafael Soto. Este sugerente título es, en realidad, bastante neutro, ya que es uno de los tres tipos –el que supone un mayor grado de interacción entre espectador y obra– en los que se clasifica la escultura cinética. Se instaló, con motivo de la I Exposición Internacional de Escultura en la Calle ese mismo año en el santacrucero parque García Sanabria y entre sus filamentos se columpió buena parte de los baby boomers de la ciudad.

Tanto manoseo hizo que se deteriorara. Ahora, restaurada, reaparece en un espacio muy distinto, el museo. Las obras de arte no son el material con el que fueron creadas sino que necesitan del público para ser y este nuevo espectador –maduro, sensato y educado– sabe que, en el museo, las manitas quietas. Esta vez Penetrable es, definitivamente, otra cosa; no un columpio, ni siquiera una escultura. Estamos ante dispositivos artísticos complejos que, según destaca TEA, «no pretenden en la mayor parte de las ocasiones perdurar sino que, al contrario, se presentan como reflexiones urgentes sobre la fragilidad de lo material y del propio espacio». Junto a la obra de Soto se exhiben piezas de otros 28 artistas con escasísima presencia de piedra, bronce o mármol, materiales habituales en la escultura durante siglos.

Dicen que Dios escribió Los diez mandamientos en piedra, para que perduraran eternamente. Hoy, nuestros pilares se sostienen sobre algas, como propone Paula García-Masedo en Nada separado (2023), entre la jabonosa espuma de Cloud Canyons. Bubbles machines autocreative sculptures) (2016) de David Medalla o sobre los pétalos de buganvilla que aparecen en Lady (2023) de David Bestué. Quizás resuma esta idea la pieza Der Lauf der Dinge (El curso de las cosas, 1987) de los grandes Fischli & Weiss exhibida en la última sala que, aunque se me antoja demasiado abigarrada, imaginé rematada, como postre, por la pieza Comediante (2019) de Maurizio Cattelan conocido vulgarmente como «ese plátano pegado a la pared con cinta adhesiva que es la vergüenza del arte y señal inequívoca del fin del mundo».

Pero, entonces, ¿qué es hoy una escultura? Con toda franqueza, ni idea. Es más, tampoco definiría categóricamente nada. Por ello, supongo, añadimos cincuenta hashtags para etiquetar un gato en las redes sociales. Esta es, seguramente, la seña de identidad de nuestros días.

Este planteamiento resulta potenciado –como señalara al inicio de este texto– por su puesta en diálogo con la muestra paralela, «Este puede ser el lugar. Performar el museo». Ambas proponen planteamientos convergentes aunque, en este caso, expuesto en términos de movimiento y cuerpo (ya sea presente o ausente). El asunto principal de esta exhibición es, precisamente, indagar sobre si es el museo el lugar idóneo para que las artes escénicas dialoguen con el resto de disciplinas artísticas al tiempo que diluir las fronteras que, artificialmente, las separan. Al fin y al cabo, generan obras tan cinéticas como Penetrable.

Encuentro excelente la selección de piezas realizada por Álvarez y Arozena para reflexionar sobre esta cuestión. Aparecen, entre otros, decorados de piezas teatrales, perfomances, piezas sonoras, fragmentos de películas y «esculturas» hinchables. Recordé diversas exposiciones que, principalmente a finales de los 60 y los 70, llevaron al cubo blanco piezas de land art que tuvieron que enfrentarse a cómo meter en formato museo o galería obras de naturaleza poco encorsetable.

Las soluciones las conocemos: vídeos, fotografías… dando pie, por ejemplo, al interesante planteamiento de Robert Smithson acerca del site/non site (emplazamiento/no emplazamiento). Pregunta: un documento visual que documenta una perfomance, ¿es un documento visual que documenta una perfomance, la perfomance, una pieza nueva de vídeoarte… o todo al mismo tiempo? Recurro de nuevo a Krauss que aporta un concepto fascinante: «fundamento»; esto es, las condiciones de posibilidad. No le pidan al arte que salve el mundo; añade elementos en un proceso de despojamiento en un intento de llegar a la esencia de los asuntos.

Finalizo. Si Galatea es, actualmente, escultura o performer no es, en realidad, lo relevante sino el mismo hecho de cuestionarlo. Añadan todos los hashtags que puedan. Creo que, más que el famoso plátano, nos acerca a la extinción el hecho de que hoy aparezca, junto a La Escultura, el David de Miguel Ángel, #pornografía.