Literatura

Poemas impertinentes

Berbel encara su herramienta, el lenguaje, con la sospecha de que si bien el lenguaje nos es imprescindible para comunicarnos, también puede ser cárcel del pensamiento

La poeta Berbel. | |

La poeta Berbel. | | / Andrés Cruz

Javier Doreste

Javier Doreste

Por mucho que algunos afirmen lo contrario, somos en cuanto nos relacionamos. Y siempre nos relacionamos por medio del lenguaje, sea por medio electrónico, hablado, escrito. Las palabras son la herramienta de nuestra vida, aquella que no podemos ignorar, presente de forma constante en cada uno de nuestros actos, de nuestros pensamientos, de nuestra relación con el otro, los otros. De ahí la necesidad de regularlas, normalizarlas, dotarlas de un código que nos sirva para elegirlas, orientarnos en ellas. Sin ese código, la gramática, nos es imposible la comunicación con los otros.

Todo esto son verdades de perogrullo, y si las traemos aquí es porque la poeta Berbel encara su herramienta, el lenguaje, con la sospecha de que si bien el lenguaje nos es imprescindible para comunicarnos, también puede ser cárcel del pensamiento, de las costumbres, tener doble sentido, mostrarnos o definirnos una realidad con la que no estamos de acuerdo. Y que uno de los primeros actos de rebeldía ante lo que no estamos de acuerdo es la translocación del lenguaje como forma de cuestionarnos el mundo que no nos satisface, incluso de cambiarlo, o al menos de interrogarlo de otra manera.

Tal parece la intención de Berbel con estos Poemas Impertinentes. Si en sus Poemas Imprevistos nos hablaba de alguno de los temas universales de la poesía, la nostalgia, la infancia, los abuelos, el amor y trastocaba cuentos clásicos como Blancanieves o El Lobo y los siete cabritos, con versos de indudable calidad, ahora reflexiona y nos hace reflexionar sobre la herramienta que usa, el lenguaje, las palabras, la gramática, los signos ortográficos. Recuerda al segador que, de vez en cuando, se detiene para afilar su guadaña y así avanzar más rápido y eficiente.

Berbel sospecha, como Cortázar, que el lenguaje además de servir para comunicarnos, tiene otros fines, escondernos la realidad, disfrazarla. De ahí viene la polémica sobre el lenguaje inclusivo, que no es sino la forma de visibilizar a las mujeres, hasta entonces invisibilizadas por el poder del patriarcado. No es que su poemario se centre en esta cuestión. La poeta alza la vista más allá y nos plantea si el uso normalizado puede servirnos siempre para expresarnos o comunicarnos. Quizás, por ello, su actividad creadora abarca otros campos además del poético. Es guionista, pintora, fotógrafa, como si de esa forma pretendiera comprender o explicar el mundo desde otras facetas, otras luces.

Las múltiples vida de la palabra

Por ello, en estos Poemas Impertinentes, trabaja nuestro idioma con la intención de ir más allá de lo aparente, lo podemos ver en estos versos: Con qué ironías, con qué paradojas, / con qué onomatopeyas almorzar cada día, / estirar el mantel de la palabra. Sabemos que las palabras no son manteles ni se pueden estirar. Sin embargo, la autora nos ofrece la posibilidad de que pensemos que ese mantel de palabras está cubriendo, escondiendo bajo él, la mesa de la realidad, impidiéndonos ver lo que hay debajo, el tablero, las patas de la mesa. Y continúa: guarnecida de pensamientos sublimes/ sobre lecho de patrañas y mentiras/ sazonadas a la sazón/ con las exquisiteces de toda una gramática…

Su reflexión va más allá. Llega a dotar a las palabras de vida propia, las convierte en seres vivientes, que pueden funcionar autónomamente, más allá de la intención del emisor: Era el pleonasmo de mi vida, lo lavé con esmero/ y lo perfumé con el aroma fresco de mil flores, / le abrí la puerta y lo lancé a la calle/ y le dije: «Cómete el mundo». Con estos versos está diciéndonos que muchas veces, aquello que decimos o escribimos, escapa a nuestro control. Desde que la palabra o la frase son pronunciadas o escritas, emitidas, puede ocurrir que por medio de la mala interpretación o los prejuicios, sea entendida de otra manera, que ruede por la sociedad y el mundo y termine significando lo contrario que pretendíamos, perdiendo su intención inicial. De ahí, nacen el humor y el drama. Si Romeo hubiese sabido a tiempo que el primer suicidio de Julieta era fingido, sus amores hubieran terminado de otra manera. Este recurso es la base sobre la que pivotan muchos de los cuentos de Cortázar, la irrupción en la realidad de algo que no debiera estar ahí, desde el oso que habita en las cañerías o el viaje de los autónautas. Algo que el cuento, o el poema, intentan aprehender, exponer, apresar. Diciéndonos que las cosas no son tan nítidas como parecen, que siempre hay algo nuevo o escondido o que nos esconden, ya sea con los discursos manidos, los tópicos, las palabras o expresiones de moda. Que no hacía falta que Orwell nos hablara del neolenguaje porque este ya habita entre nosotros. El poder lo sabe y, por eso, algunos creadores intentan ir más allá del lenguaje y sus normas, sin caer en el error de lo ininteligible.

Berbel es consciente de ello y que el control sobre nuestros propios mensajes es siempre, o casi siempre, dudoso. Por eso, busca la palabra precisa, la imagen más nítida, para evitar cualquier escapada de sus versos, aun sabiendo que es muy difícil, o casi imposible, que un pleonasmo o una perífrasis se mantengan quietas allí donde un autor las quiere fijar: Sigo arrastrando metáforas, /tirando de elucubraciones mentales/ hechas de sintaxis y pensamiento, / acomodando cada silaba/ con cualquier diéresis malamañada, / especulando entre un buen complemento directo/ o cualquier adyacente… He aquí una descripción perfecta del trabajo de la poeta, de cualquier creador con la palabra; la busca del término o del signo que defina o exponga adecuadamente la imagen que se tiene: Después de malvivir/ con toda clase de signos de puntación precisos,/ de ver cómo se sublevaban/ las admiraciones y las interjecciones miserablemente/ de sentir el latido de los puntos suspensivos,/ de aclamar al cielo ante mis dudas/ las interrogaciones más temibles./ De pelearme con los verbos irregulares/ y disgustarme con toda la ortografía.

Asume así la responsabilidad última del artista. Intentar comprender el mundo o al menos dotarnos a los demás de las herramientas que nos permitan comprenderlo. Y, por eso, son tan necesarios y pertinentes estos Poemas Impertinentes de Berbel. Leerlos es pararnos a pensar sobre el idioma común, ese que usamos de manera automática, sin cuestionamientos, como muchas veces tampoco nos cuestionamos el mundo.

Es cierto que al mismo tiempo corre el riesgo del ostracismo cultural, de que se la señale con el dedo como la subversiva de la gramática, la que no se conforma con dar esplendor sino que además quiere usar ese esplendor académico para iluminar. Pero, sin riesgos no hay creación ni arte ni poesía, ni vida. Eso sí, tengan cuidado, no sea que el pleonasmo liberado por Berbel los asalte en la calle y quién sabe qué les pedirá o les obligará a hacer.