Las mujeres de rojo

Yapci Ramos ocupa la ermita de San Miguel con “contraesculturas” de féminas guanches

Algunas piezas de la exposición de Yapci Ramos.

Algunas piezas de la exposición de Yapci Ramos. / NATALIA MORENO

Natalia Moreno

Hace algunos años, en la Facultad de Bellas Artes, realicé un trabajo en grupo: un “proyecto respuesta” a Islas, la conocida obra de Jaume Plensa, de 1995, reubicada recientemente en el Parque García Sanabria. Como saben, Islas se compone de setenta y tres cajas luminosas colgadas en árboles y fue concebida como homenaje a los grandes apellidos del arte; entre ellos sólo aparece uno femenino, Kahlo. Aquel proyecto académico consistió en poner en valor el mismo número de artistas femeninas en un espacio público y, además, decidimos concentrarnos en artistas canarias.

Me acordé de este trabajo al visitar Monumenta. Nueve encarnaciones guaches, una instalación de Yapci Ramos que puede verse actualmente en la lagunera ermita de San Miguel —aunque ya fue presentada en el Museo de Naturaleza y Arqueología (MUNA), en 2022— ya que esta artista estaba entre las elegidas para el proyecto y por suponer Monumenta una especie, también, de respuesta a otra “instalación”.

Me interesa Yapci Ramos porque desarrolla de forma interesante lo que para mí es más fascinante del arte contemporáneo: la indagación, el cuestionamiento, la puesta en crisis de certezas y la problematización de asuntos; en definitiva, me fascina el proceso. ¿Qué nos propone en Monumenta? Principalmente evidenciar la escasa presencia en espacios públicos de monumentos que representen a las mujeres guanches y otras identidades subalternas, así como del origen precolonial y la esencia del territorio. Se ocupa, por tanto, de la Historia de las ausencias, algo habitual, actualmente, en la línea del arte contemporáneo que trabaja en torno a la memoria.

Ramos elabora —encarna, apunta el título, aunque no hay carne sino un material rojo biodegradable con aspecto plástico— nueve esculturas de mujeres guanches, una por cada antigua demarcación de Tenerife a las que bautiza con un nombre propio y otorga una identidad a partir de las características de los territorios que representan, su cultura ancestral y tradición oral.

Y es que todas esas esculturas de personajes célebres que salpican los espacios públicos del mundo entero no son sólo objetos, adornos u obras de arte, son homenajes a los representados por parte de las sociedades que, a su vez, también quedan representadas; acaso, ¿no son lo primero que caen en momentos de crisis y cambio? Suelen erigirse en piedra, bronce o mármol, materiales infinitamente más resistentes que nuestros convencimientos.

Ya apunté que, como aquel trabajo de clase, podría decirse que Monumenta es una instalación “respuesta” a las esculturas de los nueve guanches —los actuales, de bronce, son obra de José Abad que sustituyeron, en 1993, a los originales, de piedra volcánica, obra de Alfredo Reyes, en 1959— colocados en la Plaza de la Patrona de Canarias en Candelaria. Las mujeres rojas de Ramos son, algo así, como contraesculturas. Es interesante la ausencia de pedestales en esta instalación; creo, no pretende competir con sus compañeros masculinos sino visibilizar, hacer imagen, el importante papel que las mujeres desempeñaron en la sociedad guanche. Los guanches sí, pero las guanches, también.

Ramos propone una revisión de la identidad a partir de los imaginarios urbanos, construcciones sociales, para poner en valor la imagen visual como vehículo productor de identidad, la cual aparece a través de un sinnúmero de negociaciones en diferentes dimensiones.

Destacable la lectura de Sin garantías. Trayectoria y problemáticas en estudios culturales, de Stuart Hall, quien analiza las dos principales tendencias vigentes en las discusiones sobre la identidad. Por un lado, la motivada por una resistencia a la progresiva globalización y unificación del mundo, que elimina peculiaridades y, por otro, aquella que permite emerger nuevas y plurales identidades gracias a procesos de etnogénesis así como su reconocimiento social, político o económico.

Un aspecto de Monumenta con muchos flecos a analizar es el espacio en el que está ubicada, la ermita de San Miguel. Muy a favor. La apropiación y, sobre todo, la resignificación de un espacio eclesiástico como este me resulta punzante ya que la historia bíblica del Paraíso, la debilidad y perversidad de Eva ante la serpiente, bla, bla, bla... hizo mucho por la consideración de la mujer como un ser inferior. Las consecuencias ya las conocemos. Además, el reducido espacio de la ermita hace que las figuras lo ocupen prácticamente por completo, dando mayor rotundidad a la instalación que, ya desde la puerta, parece reivindicar, principalmente, presencia.

Sin embargo, esta ubicación tiene un punto, digamos, peculiar. Mi visita a Monumenta duró, más o menos, una hora en la que se produjo un importante trasiego de visitantes. La mayoría acudía en grupos guiados a conocer la ermita como uno de los espacios de interés en su recorrido por La Laguna, esto es, turistas que no esperaban encontrarse con las rojas señoras; escuché explicaciones de los guías que me procuraron tanto risa como llanto. Un ejemplo: “ahora hay una exposición con esculturas de mujeres guanches; lo de los tacones es porque, aunque no lo crean, los guanches tenían una cultura muy avanzada para su tiempo”. En fin… las guanches palidecieron ante mi propio sonrojo.

Respecto a las figuras destaco una disposición totalmente diferente a la de los guanches de Candelaria, que aparecen en fila creando una barrera defensiva, al tiempo que exhiben sus magníficos cuerpos con gran poderío. Las guanches se muestran en círculo, dándose la espalda, haciendo fuerte el espacio central que, a pesar de estar vacío, contiene todo, todo lo que protegen evidenciando un rol maternal, cuidador de tradiciones… Personalmente, las hubiera colocado mirándose las caras —un poco a lo Juan Muñoz— envolviéndolas, así, en sororidad, diálogo y complicidad entre ellas, sobre todo porque uno de los puntos clave de Yapci Ramos, opino, es un discurso desarrollado desde la feminidad.

Dicho esto, la materialización de su investigación en estas figuras no termina de convencerme. Opino que esta instalación peca de literalidad algo que, como le escuché a Manuel Borja-Villel recientemente, obvia el enigma. Es cierto que permite que esto del arte contemporáneo sea algo menos críptico para muchos pero, creo, se ha de jugar con el lenguaje propio de este tipo de arte de una forma más compleja; en la indagación para encajar qué nos cuenta el artista y cómo lo hace se produce la verdadera reflexión del espectador.

Al mismo tiempo, las esculturas, cada una con su nombre, outfit, historia, complementos… me recuerdan a los personajes de los juegos de rol y se me antoja extraño, en el discurso de Ramos, esta repetición del estereotipo de mujeres bellas, mas bien maniquíes, que componen un escenario en que las señoras parecen listas para un desfile de Alexander McQueen.

Acabo. Como ya indiqué, de todo esto me interesa el proceso de visibilización y reflexión al que nos lleva la artista acerca de qué nos cuentan sobre nosotros mismos las representaciones en los espacios públicos que, básicamente, sirven para reforzar relatos. Apunta Didi-Huberman en el prólogo de Desconfiar de las imágenes de Harun Farocki: “Frente a cada imagen, lo que deberíamos preguntarnos es cómo (nos) mira, cómo (nos) piensa y cómo (nos) toca a la vez”.