Entrevista | Inés Martín Rodrigo Escritora

«La felicidad es mucho más sencilla si renunciamos a lo inabarcable de esta realidad»

La escritora galardonada con el Premio Nadal 2022 estará el próximo 4 de abril en la Casa-Museo Pérez Galdós en el marco del ciclo de escritoras

La escritora Inés Martín Rodrigo.

La escritora Inés Martín Rodrigo. / LP/DLP

Martina Andrés

Martina Andrés

Viene a Gran Canaria la próxima semana a hablar de su trayectoria literaria y de su concepción de la novela. ¿Qué puede adelantar de esta ponencia? 

Soy una maniática casi obsesiva de las palabras. Creo que las palabras nos describen, describen realidades y describen mundos. Hay que tener mucho cuidado a la hora de emplearlas y elegirlas. Y a mí la palabra ponencia es una palabra que me resulta un poco antipática, porque va asociada tal vez a cierto magisterio, como a un academicismo, a un mundo académico del que yo siempre he huido. Con lo cual, me gusta más la palabra charla, la palabra conversación, incluso la palabra presentación. Creo que la literatura tiene muchas cosas bonitas, pero una de las más preciosas es la posibilidad de compartir tiempo, de compartir espacio con los lectores. Este tipo de actos, es lo que te regala. Con lo cual, empezando por ahí, con mi reticencia a la palabra ponencia (risas), lo que me gustaría hacer es charlar sobre mi concepción de la literatura. Ya no solo como escritora, sino también como lectora. Porque siempre he tenido muy claro que si soy escritora es porque he leído, porque leo y porque leeré. Una no puede ser escritora sin haber leído. Yo soy escritora gracias a todos los libros que he leído y a todos los que sigo leyendo.

¿Cuál es su concepción de la literatura?

Mi concepción de la literatura es una concepción muy amplia, muy heterogénea. No me gustan las etiquetas, las definiciones obtusas y abstractas que lo que hacen es limitarnos, tanto al escritor como al lector. Me gusta la idea de una literatura abierta, en la que convergen diferentes realidades, y gracias a la cual el escritor y el lector dialogan. Creo que la idea de novela como un ente limitador, como un ente con frontera… Las fronteras son absurdas, tanto en la literatura como en la realidad. Partiendo de la base de que ficción y realidad son las caras de una misma moneda que es la vida. Lo que busco es plantear un poco ese diálogo que, a mi juicio, deben mantener siempre la realidad y la ficción. El escritor estadounidense James Alter, que es uno de mis autores de cabecera, decía que desconfiaba de los escritores que decían que se lo inventaban todo. Para él, la vida era la principal fuente de inspiración. Él llevaba una libretita siempre en uno de los bolsillos de la chaqueta o de la camisa. Y ahí iba apuntando escenas que le llamaban la atención, retazos, trozos de conversaciones. Todo ello lo empleaba como material para escribir su literatura. Esa es la concepción que yo tengo de la literatura y de la novela.

Hablando de este diálogo entre realidad y ficción, en una de sus columnas ha contado que desde hace un tiempo, lee dos libros a la vez, uno en casa y otro en el transporte público. Para casa deja la ficción, y para fuera, la no ficción. ¿Por qué?

No ha sido una decisión que haya tomado de manera consciente. En la lectura y la escritura, creo que las mejores decisiones son las que tomas de manera inconsciente. Y esta es una de ellas. Yo soy muy maniática, necesito que todo esté en orden a mi alrededor para tener la sensación de que en mi cabeza también está todo ordenado. En casa solo leía un libro y no me gustaba ser infiel a ese autor. Hasta que no lo terminaba, no cambiaba de lectura. De repente, un día, probablemente gracias al libro del que se trataba, que era El arte de perderse, un ensayo de Rebecca Solnit, gracias a eso, de repente, me apetecía empezarlo y me vi cómoda leyéndolo en un entorno diferente, que es el entorno más público. Me pareció ideal compartimentar de alguna manera mis lecturas. En casa poder disfrutar de la novela y, en el espacio más público, disfrutar de este ensayo que habla precisamente de cómo habitamos los diferentes espacios por los que transitamos. Ya no solo a lo largo del día, sino a lo largo de nuestra vida.

Imagino que será de las pocas personas que todavía lee un libro en el transporte público.

Pues desgraciadamente, sí. He de decir que tengo otra manía un poco compulsiva. Como en Madrid me muevo mucho en transporte público y camino mucho, me gusta muchísimo caminar, porque escribo mucho mientras camino, no solo pienso. A veces escribo más mientras camino que cuando me siento en ele escritorio. Tengo la manía de que cada vez que me encuentro a alguien en la calle, en el metro, en el autobús o en un banco y está leyendo, le hago una foto. Es verdad que lo voy buscando, me voy fijando en quién va leyendo, pero es cierto que es una triste realidad que la atención está cada vez más fijada en los móviles que en los libros.

En un extremo opuesto, también ha escrito sobre esa gente que lee seis libros a la vez. ¿Cree que vivimos en una época en la que intentamos abarcar demasiadas cosas? Ya sea a nivel de lecturas, como de relaciones, amistades, aficiones…

Creo que vivimos en una época en la que la rapidez ha sido sustituida por la instantaneidad. Ya no vivimos rápido, vivimos de manera instantánea. Estamos sometidos a una especie de presente continuo de la inmediatez. Eso hace que cada vez prestamos menos atención a lo realmente importante, que reparemos menos en esos detalles que construyen la cotidianidad y que, al final, cuando nos encontremos al final de este camino, van a ser a los que nos agarremos con más fuerza para no sentirnos desequilibrados. Estamos sometidos a multitud de estímulos, a través de las pantallas, de las redes sociales, de las series en streaming, de catálogos inabarcables de películas… Eso hace que intentemos abarcar mucho más de lo que nos haría felices. La felicidad es mucho más sencilla si tratamos de renunciar a lo inabarcable de esta realidad. O sería mucho más plausible. Creo que conviene detenerse de vez en cuando, darle al botón de pausa. Que el botón de pausa no es el de stop ni de final, sino un botón reflectivo que todos podemos apretar, de verdad. Y pararnos a pensar, observar la realidad que nos rodea. Otra de mis escritoras de cabecera, que es Alice Munro, precisamente lo que hace es fijarse en los detalles, convertir lo ordinario en extraordinario. Eso solo se puede conseguir cuando prestamos atención, cuando no estamos abrumados ante la multitud de reflejos, de cosas que nos rodean. Eso se ve mucho en los niños pequeños, que están insatisfechos permanentemente. Ya no saben cómo aburrirse, han perdido la noción de aburrimiento. Reciben más estímulos de los que pueden abarcar. Y eso genera una insatisfacción que se va fijando a la vida y, a medida que vas creciendo, esa insatisfacción puede ser una tremenda fuente de infelicidad.

Con respecto a su trayectoria literaria, ¿cuándo diría que empieza usted a considerarse escritora?

Cuando empiezo a escribir públicamente o a publicar. Está ese absurdo síndrome de la impostora que creo que planea alrededor de todos los artistas y creadores y que, especialmente, es muy cruel con las escritoras. Creo que eso ya ha llegado el momento de superarlo. Por supuesto que soy escritora. Por supuesto que soy creadora. Simplemente escritor es aquel que escribe. Hace relativamente poco, hablaba por Margaret Atwood y le preguntaba precisamente que, si partiendo de la base de que todo ser humano es un narrador, porque la narración es inherente al ser humano y ha permitido su supervivencia, ¿qué hace que alguien sea escritor? El momento en el que se pone a escribir. Yo escribo, por lo tanto, soy escritora.

¿Cómo han evolucionado sus referentes literarios a lo largo del tiempo? ¿Siempre estuvo presente la literatura escrita por mujeres?

Sí. Además, yo lo considero una obligación. En el sentido de que no puedo perder de vista a toda esa brillante genealogía de mujeres que me han precedido y gracias a las cuales yo hoy estoy aquí hablando contigo y la semana que viene estaré en la Casa-Museo. Para mí es muy importante ser agradecida, no obviar las referencias de aquellos que te han construido como eres. Ya no solo a nivel literario, sino también a nivel personal. Soy una persona profundamente agradecida. Me considero una persona muy muy afortunada, también en lo literario. Tuve la suerte de crecer en una casa en la que había libros. Algo que no siempre sucede. Se trata de un privilegio casi de clase. No todo el mundo ha tenido la suerte de crecer rodeada de libros. Mi madre era profesora y nos inculcó el placer por la lectura, tanto a mi hermana y a mí. Eso hizo que yo fuera poco a poco descubriendo a escritores y a escritoras que me han ido acompañando a lo largo de mi trayectoria hasta hoy mismo. Me encanta cada vez que descubro a una nueva escritora. Acabo de descubrir hace poco a una escritora estadounidense que se llama Sarah Manguso que me tiene fascinada. Mis referentes son tanto los que he descubierto ayer o hace una semana, como las que me llevan acompañando desde hace décadas.

Antes ha comentado lo importante que son para usted las palabras. En una entrevista, dijo una frase que era así: «Cuidemos las palabras para que podamos cuidarnos». ¿Cómo se pueden cuidar más las palabras?

Las palabras se pueden cuidar apretando el botón de pausa (risa). Siendo muy cuidadosos. Pensando antes de hablar. Parece una tontería, pero yo creo que hemos renunciado a pensar antes de hablar. Tengamos esa empatía, que es una cualidad básica e imprescindible en todo escritor y escritora. Tengámosla presente también en nuestra vida diaria, a la hora de relacionarnos con nuestros amigos, con nuestros compañeros de trabajo, con nuestra familia, con nuestra pareja… Pongámonos en el lugar del otro. Solo de esa manera podrás ser cuidadoso a la hora de elegir las palabras, que pueden herir, ¿verdad? Las palabras son entes maravillosos, porque pueden permitirte querer a alguien, pero también destrozar a alguien. Pensemos en lo que significan las palabras, no las lancemos como dardos o armas arrojadizas. Y cuando empleamos un término como feminismo, seamos consciente de lo que significa. Y cuando digo feminismo, también puedo pensar en otras palabras que se emplean con demasiada frivolidad. Seamos cuidadosos, pensemos un poco más a la hora de hablar. Yo creo que bastaría con eso.