El Tenerife salió anoche tocado de Cádiz y con un resultado que complica hasta el hartazgo el sueño del ascenso. Le maniató casi por completo el conjunto gaditano, que le ganó la partida a base de insistir y frente a un equipo desnaturalizado, que no se acercó nunca a su mejor versión. Un gol de Ager Aketxe en la segunda mitad arruinó la ida a los blanquiazules, ahora obligados a remontar en el Heliodoro. Y a mejorar su nivel de ayer, tan flojo como desilusionante.

El partido de ida respondió a todas las expectativas (la tensión por las nubes y los nervios a flor de piel) pero no se vio en ningún momento al Tenerife que ha vivido media liga en los puestos altos. Atenazado por la responsabilidad, el cuadro de Martí se distanció de su mejor nivel y naufragó en ambas partes. Eso sí, el pase a la final no está resuelto. Los nervios se estiran (hasta el domingo) y la incertidumbre, también.

Estos partidos del play off nada tienen que ver con cualquier otro. Como si de una partida de ajedrez se tratase, cualquier movimiento suma y cualquier decisión influye. Más todavía cuando al frente de los banquillos comparecen dos estrategas confesos, Martí y Cervera, que se conocen al milímetro y juegan sus cartas desde la discreción. Tanto es así que no se confirmó el once blanquiazul hasta última hora. Ni el del Cádiz, con sorpresa incluida.

El caso es que ayer apostó Martí por una fórmula que no funcionó. Tejió el técnico blanquiazul una combinación en la que aparecían casi todos los futbolistas que han sido capitales en el camino a la promoción: Gaku, Aarón y Amath, todos dispuestos a profanar el Carranza desde el minuto uno. Eso sí,con un retoque extraño, pues Aitor cambió su posición por la de Shibasaki, que empezó más atrás que de costumbre. El experimento fallido no llegó ni al intermedio.

La eliminatoria es a 180 minutos pero al Tenerife nunca se le vio cerca del gol. Marcar era el primer objetivo, si bien se demoraron las aproximaciones blanquiazules. En el Cádiz, un sorpresón. Había estudiado al milímetro Cervera al Tenerife con el ánimo de no reproducir las sensaciones infelices de marzo y apostó por Rubén Cruz. Contra todo pronóstico, pues se cayó Ortuño de la lista de titulares.

Los compases iniciales los dominó la tensión, sobre todo en el cuadro blanquiazul. En medio de un ambiente espectacular -el recibimiento al Cádiz fue apoteósico, lo mismo que el comportamiento ejemplar de las varias centenas de blanquiazules desplazados- se jugó un partido marcado por el más absoluto miedo al error. Nadie quería equivocarse, así que ambas escuadras extremaron las precauciones y echaron el cerrojo.

El más cómodo era el Cádiz. Dominaban los locales, que disfrutaban de la posesión de pelota y también de las primeras opciones a balón parado. Germán y Vitolo, providenciales al cruce, evitaron que el marcador quebrase con prontitud en medio del indiscutible gobierno amarillo. Por si fuera poco, Aridane embocó a portería y al gol no se le dio validez por una supuesta falta. No parece que la hubiera y la sensación que quedó fue que el arbitro erró.

Agua por señas

Las oportunidades (todas) eran para los anfitriones y el Tenerife pedía agua por señas. Desbordado, jugaba a merced del rival cuando ya se había rebasado la primera media hora. Sin chutar a portería ni una sola vez, el cuadro canario sólo podía conformarse con el empate. Y hasta celebrarlo. De hecho, el 0-0 al intermedio era una excelente noticia.

El segundo episodio arrancó con idénticos protagonistas -sin permutas en ninguna de las escuadras- pero con un mayor empuje por parte de los visitantes. Un primer disparo a portería de Aarón se envenenó por tocarlo un defensa (48'). A continuación, Amath fue a embocar pero le detuvo Aridane (52'). El partido tenía otra pinta, había mudado su decorado y parecía que emergía un Tenerife mucho más aseado. Con espacios, el partido brindaba a los canarios una nueva oportunidad de llevarse a la Isla un resultado esperanzador. De ahí que Martí optase por Choco, que reemplazó a un Tyronne que casi pasa desapercibido. Ahora bien, toda mejoría fue un espejismo.

En esas estaba el partido cuando un disparo envenenado y cruzado de Salvi se encontró con la madera. La suerte, como en el primer acto, volvía a aliarse con los de Martí. Lo mismo que cuando Aketxe disparó a renglón seguido una falta en la frontal del área y se estrelló su tiro contra la barrera. Demasiadas opciones como para creer en un milagro, pues a la enésima no falló el vasco, que en un ensayo lejanísimo al fin halló fortuna.

El partido se ponía cuesta arriba y, en una situación crítica, los isleños se veían obligados a marcar para enderezar el rumbo. Salió Alberto y el panorama no varió. Hizo lo propio Suso y apenas hubo noticias felices. Ni por asomo. De hecho, las oportunidades brillaban por su ausencia y las soluciones en ataque, también. Lo único, un tiro lejano del Choco, que buscó el gol y no lo encontró.

Sale el Tenerife tocado de Cádiz y se encomienda (desde ya) al embrujo del Heliodoro y al empuje de su afición, que jugará el domingo un papel estelar. Todos los ojos del fútbol nacional mirarán el domingo a la Isla -como años atrás, cuando los tiempos de vino y rosas- y tendrán que dar los de Martí una versión infinitamente mejor. No valdrán medias tintas ni recortar esfuerzos. A todo o nada, toca revertir el dislate y seguir adelante. Como dice el himno, sin temor a la meta final, que en todo caso está a tres pasos. Tan cerca, tan lejos, el regreso a Primera o la melancolía. Una de dos.