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XXV Aniversario de su muerte

Severo Ochoa, un nobel marcado por el acento canario

Cobra actualidad la influencia decisiva que recibió de Juan Negrín y José Domingo Hernández Guerra

Severo Ochoa, primero por la izquierda, sentado junto a Juan Negrín durante su estancia en la antigua Leningrado, hoy San Petesburgo.

La efeméride en este mes de noviembre del XXV aniversario del fallecimiento de Severo Ochoa, Nobel de Fisiología y Medicina 1959, devuelve a la memoria los recuerdos del acento canario de su entorno que marcó decisivamente algunas etapas de su vida. Desde Juan Negrín, titular de la cátedra de Fisiología en la Universidad Complutense de Madrid, a Charo Martín, su secretaria, pasando por José Domingo Hernández Guerra, profesor auxiliar de Negrín.

El laureado científico español por la Academia Sueca no escatimó en reconocimientos a estos tres canarios con los que trabajó codo con codo. Primero en su periodo de formación universitaria en la capital de España y alojado un tiempo en la emblemática Residencia de Estudiantes , y luego como investigador, antes de dar el salto a Alemania, Inglaterra y Estados Unidos.

El alto concepto que tenía de sus dos tutores académicos y de la colaboradora canarios lo dejó reflejado en una densa entrevista que el Nobel de origen asturiano concedió a este periodista para Diario de Las Palmas en su residencia estival de Luarca en julio de 1991, dos años antes de su muerte, acontecida el 1 de noviembre de 1993.

Elogio y decepción con Negrín

Al abordar su experiencia universitaria con Juan Negrín (Las Palmas de Gran Canaria, 1892-París, 1956) Severo Ochoa (Luarca, 1905-Madrid, 1993) demuestra su admiración por el catedrático canario. Lo hace en términos elogiosos nada equívocos, aunque tampoco oculta su decepción cuando su maestro se aleja de la docencia para dedicarse a la política y escalar a cargos ministeriales en el Gobierno de la República en los años 30 del pasado siglo, alcanzando incluso la Presidencia.

"Negrín era para mí un buen maestro. Abrió amplias y fascinantes posibilidades en mi imaginación no sólo a través de enseñanzas de laboratorio, sino también mediante su consejo, estímulo y ánimo a leer monografías científicas en otras lenguas que no eran en español. Luego, Negrín se echó a perder..." Ochoa dijo esto último en alusión al salto a la política que dio su principal referencia académica.

"Sentí mucho que se pasara a la política porque era un buen científico y un excelente maestro", matizó en la misma conversación con Diario de Las Pal mas, a finales de julio de 1991, y publicada el lunes 5 de agosto siguiente.

En este encuentro periodístico evoca también en un tono distendido con ribete irónico su fracaso muchas décadas atrás al opositar para la cátedra de Fisiología de la Universidad de Santiago de Compostela, ante un tribunal presidido por Negrín. La versión del "damnificado" fue la siguiente durante la entrevista:

"Negrín me había presionado para presentarme (...) Quería que todos sus discípulos obtuvieran cátedra. Y luego me suspendió porque él sabía ya que yo iba a iniciar una colaboración con el doctor Jiménez Díaz. Negrín me insistió a participar en una oposición que yo no quería hacer. Me interesaba más el puesto que me había ofrecido el prestigioso doctor Jiménez Díaz en su instituto. Le anticipé a Negrín mi decisión, iniciativa que debió disgustarle. Demostró luego en tales oposiciones que él tenía ganas de darme en la cabeza...Yo quería hacer investigación y que me dejasen tranquilo". Pese a lo anterior y a otras posibles desavenencias, Ochoa nos valoró positivamente la relación entre ambos:

"En conjunto fue casi siempre bastante buena y bastante cordial. Siendo ministro de la República, todavía no había llegado a presidente, Negrín me facilitó un papel de 'misión especial' para salir del país con mi esposa (vía Valencia y Barcelona) al estallar la guerra (1936). Le vi por última vez durante mi residencia en Nueva York. Su hijo me sorprendió un día con su visita". Se dieron un abrazo, y más tarde invitó a almorzar a ambos, a Juan Negrín y su hijo, tras enseñarles el laboratorio de la universidad neoyorkina en que seguía trabajando.

Difícilmente Ochoa podía mostrarse crítico con el Negrín científico y docente que de manera clave en su carrera le procuró, además, importantes contactos con colegas de prestigio en Alemania. Varios de ellos fueron galardonados con Premios Nobel, con anterioridad al suyo. Entre otros figuras de su especialidad, coincidió y trabajó con Otto Warburg, Hans Krebs y Fritz A. Lipmann.

Al margen de los méritos que sin duda concurrían en el esfuerzo y vocación de investigador que acreditaría Severo Ochoa como profesor ayudante de Fisiología y Bioquímica de la Facultad de Medicina de la Complutense, el prestigio internacional de Negrín en el ámbito académico le abrió muchas puertas fuera de España. Por ejemplo, en Glasgow, Londres, Berlín, y fundamentalmente en Heidelberg, donde trabajó para el Instituto Kaiser Wilhelm bajo la dirección del profesor Otto Meyerhof, personaje determinante para definir su futuro posterior en Estados Unidos. Con el bagaje científico adquirido, acudió al Congreso Internacional de Fisiología de Boston. De todos era conocido que cuando Negrín tenía problemas de agenda para asistir a un evento de estas características era Ochoa el mejor representante de su cátedra.

Su labor junto a colegas sobresalientes como el citado Otto Meyerhof, y el intercambio de conocimientos con la ilustración académica y europea de entonces, propició una estimulante actividad del científico asturiano en el campo de la investigación, que completaría y alcanzaría su cenit años después en Nueva York. Hasta que en 1959 le llega el Premio de la Academia Sueca.

Era el máximo espaldarazo internacional a sus trabajos sobre la síntesis del ácido dexosirribunocleico (ADN) que sentó las bases de la biología molecular, iluminando al mismo tiempo un camino a nuevas perspectivas para combatir el cáncer. Una distinción que recibió y compartió solemnemente en Estocolmo con su discípulo el doctor Arthur Komberg.

El otro profesor grancanario que Severo Ochoa nunca quiso olvidar era José Domingo Hernández Guerra (Tejeda, 1897- Madrid, 1932). Deja constancia en "Diario de Las Palmas" de su elevada estima por este médico, catedrático y fisiólogo grancanario, fallecido prematuramente a los 35 años de edad tras un derrame cerebral.

Aprendizaje con Hernández Guerra

"Negrín delegaba la dirección de gran parte de sus trabajos en su paisano Hernández Guerra", explicó Ochoa, con detalles menos relevantes. "Recuerdo que era algo alto y grueso, con cierto atractivo físico. Era auxiliar de cátedra con Negrín. Y su fidelidad al maestro era total".

"Hernández Guerra me enseñó mucho porque era un buen conocedor de las técnicas. Siempre mantuve un gran afecto por él. Hice con el mismo una de mis primera publicaciones titulada "Elementos de Bioquímica", resumió el Nobel español en esta ocasión.

Charo, secretaria

Tampoco ahorraría Severo Ochoa adjetivos elogiosos para Charo Martín, su secretaria en el Departamento de Biología Molecular de Madrid en los últimos años del investigador. Algunos de ellos recogidos en esta misma entrevista, calificándola de "eficiente y lista". Otros son reseñados por Marino Gómez-Santos en una completa y amena biografía bajo el título "Severo Ochoa, la enamorada soledad" (Plaza-Janés), con una portada cuyo fondo se ilustra con una foto grafía del Nobel bailando con Carmen, su esposa, durante la gala de la Academia Sueca en Estocolmo.

El científico asturiano se jactaba casi siempre de haber sabido rodearse de colaboradores aplicados sin dejar de ser atractivos, perfil que adornaba a su juicio la canaria Charo Martín, originaria de La Palma.

De ella "me has oído decir siempre que vale su peso en oro. Por su acento canario, para mí tan próximo desde los tiempos en que trabajé con Negrín y Hernández Guerra, algunas personas suelen creer que es sudamericana", confesó Severo Ochoa a su biógrafo y amigo.

El volumen editorial abunda en el relato de vivencias con estos tres canarios, coprotagonistas en buena parte de su desarrollo universitario e investigador.

A la vez que reitera su respeto por Negrín como profesor, también desliza en el texto unas confidencias reveladoras y críticas, poco o nada indulgentes con su mentor por supuestas conductas inapropiadas en el plano extra-académico.

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