Empoderamiento sonoro

Revuelta feminista a ritmo punk-rock

El libro ‘Las chicas al frente’ documenta con detalle la historia del movimiento Riot Grrrl de la década de 1990

Su legado está muy presente en el feminismo y la música popular actuales

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Ramón Vendrell

El Riot Grrrl de la década de 1990 fue pequeño en dimensión y grande en impacto. Sara Marcus prácticamente se cuela en las habitaciones de adolescentes y universitarias donde se fraguó en Las chicas al frente, vívida crónica de una revuelta feminista vehiculada a través de fancines, una intensa correspondencia, reuniones, fiestas de pijamas, eslóganes en el cuerpo y un puñado de bandas con una misión evangelizadora. El libro transmite la emoción de mujeres muy jóvenes al descubrir que no eran las únicas que se sentían oprimidas por una cultura machista, a la vez que contextualiza y analiza el movimiento.

El espíritu Do it yourself (DIY) del punk arraigó de manera especial en Olympia (estado de Washington), cuna del crucial sello independiente K Records y donde era poco menos que obligatorio hacer algo creativo aunque no tuvieras la técnica para hacerlo. En Washington DC el hardcore, estructurado en torno a la no menos crucial indie Dischord, había alcanzado altas cotas de solvencia instrumental y politización. En la primera ciudad nació la rebelión y en la segunda cogió impulso. Desde esos dos polos consiguió adeptas en todo EEUU. Tampoco es que fueran legión: a la primera convención nacional del Riot Grrrl, celebrada en la capital en 1992, asistieron menos de 200 chicas. Pero a activas no las ganaba nadie.

«Las escenas de Olympia y Washington DC diferían en estética y onda —dice la autora de Las chicas al frente—, pero compartían algunas perspectivas políticas y sociales profundas que permitieron una síntesis bastante armónica. El enfoque amateur característico de Olympia ayudó a las chicas de Washington a poder cumplir sus ideales DIY, y el enfoque político más pragmático de Washington formó buena pareja con el idealismo de Oly. El movimiento entre una ciudad y otra de las pioneras del Riot Grrrl contribuyó a que este fuera la fuerza que fue».

Hostilidad

Bikini Kill se las tuvieron muy en serio con un matón en un concierto suyo en la sala Middle East de Boston, donde actuaron con varias bandas masculinas de hardcore en 1992. Un mes después supieron que el tipo había asesinado a su exnovia y se había suicidado. La tensión no era extraña en las actuaciones del grupo encabezado por Kathleen Hanna, de Bratmobile y de Heavens To Betsy, los tres conjuntos fundacionales de la división musical del Riot Grrrl, a los que pronto se sumaría la formación británica Huggy Bear. Y eso que vivían en la burbuja del punk, una subcultura progresista. El pogo en las actuaciones era un testosterónico deporte de riesgo. Las riot grrrls adoptaron como gesto de autodefensa y a la vez proclama atrincherarse en las primeras filas cogidas de la mano. No todo el mundo lo entendía.

«Había hostilidad total en algunos sitios —explica Marcus—. Creo que se debía a que tenías a un grupo de punks diciéndoles a otros punks: ‘Decís que sois diferentes a la sociedad convencional, pero algunos de los problemas del mundo exterior están vivos y bien en la escena punk’. No es por justificar, pero muchos punks estaban convencidos de haber construido algo utópico y debió de sentarles como un tiro que les dijeran que también había conflictos en su escena».

Los inicios del Riot Grrrl coincidieron con el bombazo de Nirvana con el álbum Nevermind (1991). De repente todo lo underground se hizo atractivo para los grandes medios de comunicación. Y las riot grrrls eran un caramelo. Ellas eran muy conscientes de los riesgos de la exposición mediática para una guerrilla juvenil (y hasta quinceañera) sin jerarquía y que utilizaba la confrontación y la provocación como armas. Hubo intentos de establecer una ley de silencio. Imposible. «La actitud de la prensa hacia el Riot Grrrl fue sobre todo condescendiente —considera Marcus—. Muchos artículos tenían como punto de partida la asunción de que las actividades de las adolescentes son por definición superficiales y bobas. Si esa actitud condescendiente fue más afilada en algunos casos, pienso que fue reflejo de la dificultad de encajar las actividades extremadamente serias de las riot grrrls en el estereotipo de las adolescentes».

El feminismo no estaba en su mejor momento en los años 90 en EEUU. Las riot grrrls lo revitalizaron y modernizaron. «Las feministas veteranas sabían que el movimiento no podría sobrevivir sin las aportaciones de jóvenes, y las jóvenes eran las expertas en qué tipo de feminismo necesitaban en sus vidas», señala Marcus. De modo que el Riot Grrrl fue recibido con «excitación». La National Organization for Women organizó una cumbre del feminismo joven en 1995 para impulsar las nuevas energías, y la más radical revista Of our backs? dedicó un extenso artículo a las amotinadas en 1994.

Difundir herramientas

Las riot grrrls nunca buscaron la aprobación adulta. «Su objetivo era difundir herramientas de educación política, empoderamiento creativo y construcción de comunidad entre gente en la adolescencia o los primeros 20 —indica Marcus—. El rock y los fancines eran accesibles para cualquier estudiante. Y, más importante, podía hacerlos cualquier estudiante».

¿Misión cumplida? «El Riot Grrrl revivió una forma de activismo feminista dormida desde finales de los 70: conversaciones intensivas entre mujeres afectadas por el sexismo y el patriarcado —informa Marcus—. Esas conversaciones permiten ver que las experiencias cotidianas de una persona están conectadas con las de las otras y, por extensión, con fuerzas sociales mayores. Este método de discusión y crítica cultural está muy vivo ahora y forma parte del legado de las riot grrrls».

Más evidente en la música popular: «Antes de ellas, era relativamente raro ver a mujeres haciendo música ruidosa y agresiva. El metal, el punk y el hip-hop eran abrumadoramente masculinos, y las estrellas femeninas estaban en estilos más amables como el pop y el R&B, por regla general cantando y tocando el piano como mucho. El Riot Grrrl fue parte de un momento en los primeros 90 en el que todo eso cambió y fue clave para que ese giro tuviera significación feminista».

Entre otras cosas, una superestrella como Miley Cyrus es una espectacularización de cierta actitud del Riot Grrrl.

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