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ANÁLISIS

Los Alvarado y su casa en Teror

Sebastián pidió licencia en 1878, al regresar de Cuba, para levantar la vivienda en la Plaza del Pino - Comienzan las obras de rehabilitación

Obras de rehabilitación en el edificio de familia Alvarado en la Plaza del Pino, ayer. | | LP/DLP

El apellido Alvarado, de hondas resonancias a conquistadores y capitanes de tropas, entró en las raíces genealógicas de nuestras islas por varias líneas. Tal como escribe la investigadora Cristina López-Trejo Díaz en su artículo sobre los repobladores de las tierras de Telde y el Señorío de Agüimes es apellido toponímico con asiento en una pedanía del municipio de Badajoz.

De allí mismo procedía el Alvarado más presente en nuestra historia: el Gobernador de Gran Canaria Alonso de Alvarado que con Antonio de Pamochamoso aquí llegó en 1595 y a fines del mismo año ya tuvo ocasión de demostrar méritos y valías en la defensa de la isla en el intento de invasión del corsario Drake al frente de la armada inglesa del que nuestras gentes bajo su mando salieron victoriosas. No sería así en el otro hecho bélico con que cerró nuestro siglo XVI: la invasión holandesa de Peter Van der Does. El 20 de agosto de 1599 Alonso de Alvarado falleció a consecuencia de un mosquetazo recibido en aquella contienda de tan tristes recuerdos.

Pero sería el vizcaíno García de Alvarado, casado con María Mayor, natural de Telde y de procedencia aborigen, el que instalado en esas fechas en la episcopal Villa de Agüimes traería esta otra línea que ha dejado Alvarados en Agüimes, La Vega y Teror; junto a otros de idéntico apellido pero diferente procedencia.

Pasaría como digo, nuestro Alvarado de Agüimes a La Vega y de allí a Teror con el matrimonio de Sebastián de Alvarado García, nacido en Las Palmas en 1785 y casado con la terorense Luisa Alonso Quevedo. Su hijo Antonio o Antonino nació en la Villa el 2 de septiembre de 1809 y aquí casó con María José Melián de Quintana; tía de la familia Yánez Melián que fueran tronco de los Yánez Matos de Tunte. Su hijo nació el 29 de febrero de 1836 y al día siguiente fue bautizado con los nombres de Sebastián Antonio Juan Bautista de la Concepción.

Aquí vivió durante casi dos décadas hasta que a mediados de la década de 1850 decidió partir rumbo a la isla de Cuba donde su padre llevaba ya varios años para ayudarle en las tareas agrícolas y, sobre todo, en la explotación de la caña de azúcar.

Retorno a Teror

Cuando Sebastián llevaba allá casi otras dos décadas y tras el fallecimiento de su padre, decidió volver a la Gran Canaria con alforjas y baúles cargados de la abundante fortuna que en ese tiempo logró amasar en las Antillas.

Nada más llegar y con el acuerdo de su madre, pide en matrimonio a su prima Luisa, hija de su tía María del Pino Alvarado y de Juan Suárez Montesdeoca, que había nacido también en Teror el 18 de abril de 1853. Le pasaba 17 años y además de ser bastante común en los indianos ricos el casar con parentela también lo era el encargar cuando partían para América que le guardaran jóvenes para matrimoniar con ellas a la vuelta. La afirmación de “a esa niña me la custodia, que me caso con ella cuando retorne” fue durante tiempo mucho más frecuente que lo que pudiéramos pensar con la visión de hoy en día.

Casaron en Las Palmas sobre 1873/74 y comenzó una imparable carrera para afianzarse como una familia de la pujante burguesía que por entonces y tras el marasmo que significó la epidemia de cólera de 1851 comenzaba a empujar con fuerza la economía grancanaria, de toda Canarias. La presencia de los hermanos Juan y Fernando León y Castillo, la construcción de carreteras y puentes, los enlaces comerciales con Inglaterra y, por encima de todo ello la culminación del Puerto de La Luz, significaron un avance sin igual en los siglos anteriores. Y los Alvarado estaban allí para verlo y ayudar a construirlo.

Para afianzar una perfecta familia de esa burguesía que preparó a la ciudad de Las Palmas para entrar en el siglo XX hacían falta hijos y comenzaron a venir nada más casarse. Y así llegaron al hogar familiar de la calle Pérez Galdós, Antonino nacido en 1874; Amada nacida sobre 1875/76; Angelina nacida en 1877; Pino nacida en Teror en 1879 y Luisa nacida sobre 1880.

Y Sebastián comenzó a adquirir fincas de plataneras, estanques, solares; a prestar dineros con buenos intereses y a fletar barcos para mandar a Cuba todo lo que allí pudiera venderse con los contactos que dejo. Los Alvarado Suárez vivieron bien, lo que quería un indiano rico que sustentaba esa riqueza sobre muchos años de trabajo en las lejanas tierras de Cuba. Pero no por ello se olvidaron de la Villa Mariana y de su deseo de tener casa en el lugar donde habían nacido.

En la Plaza del Pino, frente a la fachada del templo y junto a las casonas que pertenecían a destacadas familias del propio Teror y de toda la isla existían construcciones vetustas con siglos de antigüedad. Sebastián se fijó en las que cerraban el espacio de la misma por el norte; y allí compró a parentela una de ellas que unió a otra heredada. Y el seis de mayo de 1878 solicitó licencia del ayuntamiento para “hacer casa en la Plaza, eliminando un pequeño callejón o servidumbre de paso”. El consistorio concedió la misma con el acuerdo de comunicar a los que tuvieran derechos en esa servidumbre, entre ellos María José Melián su madre, la decisión de Alvarado.

Y los dineros salieron prestos de los bolsillos del indiano porque tan sólo un año después, la casa se estrenaba por decisión de la pareja con el nacimiento de su hija Pino en 1879. Una casa enorme, alta, con simetrías de huecos extraña en las casas de la Plaza, que imponía por su presencia y que a partir de su construcción fue fondo de postales y fotografías para siempre, marcando con su impronta todo el espacio circundante. Es la misma vivienda que ahora está en rehabilitacion.

Sebastián Alvarado y Luisa Suárez sobre 1870, cuando construyeron la casa. | | LP/DLP

Antonino Alvarado-vicepresidente del Cabildo- y su esposa Joaquina Duarte | | LP/DLP

Fincas de Los Perules, en Las Palmas de Gran Canaria. | | LP/DLP

A la izquierda, las viviendas que se derribaron para construir la Casa de los Alvarado en Teror. | | FEDAC

Una casa de esparcimiento

Los Alvarado no habitaron nunca su casa en Teror de una manera continuada. Eventos familiares, las Fiestas del Pino, los veraneos, los traían desde la capital a Teror con relativa frecuencia y, al igual que tantos miembros de la colonia veraniega durante casi un siglo, los niños disfrutaron aquí de los juegos infantiles, las nuevas amistades y todo lo que por entonces significaba la Villa Mariana: uno de los lugares preferidos por la sociedad capitalina para pasar los calores del estío.

Las hermanas recordaban pasados los años como uno de sus juegos más divertidos era el que su madre Luisa Suárez las dejara meterse en la despensa de la casa situada en el sótano esquinero, donde el frescor era mayor y donde un ventanillo casi rastrero con la acera y cerrado con unos barrotes metálicos les permitía ver desde aquella oscuridad todo el discurrir de gentes y mercaderías de la Plaza del Pino.

Bodas, muertes y conventos

Pero la vida continuó y con ello el crecimiento familiar en estudios, preparación, y formación de nuevas familias. Antonino era el mayor y único varón; dos buenas razones por entonces para ser el elegido en suceder a su padre en los negocios. Se preparó bien para ello el primogénito. Antonino Alvarado estudió Leyes en Valladolid y Granada y volvió a su tierra para ser uno de los hombres que por entonces marcaban desde los distintos órganos de gobierno insulares el futuro isleño.

Casó el Padre Cueto a Antonino con Joaquina Duarte Guerra en “el domicilio de la contrayente”, situado en la Plaza de Santa Ana 2; porque Joaquina descendía por parte de madre de familias de conquistadores y nobles pobladores de Gáldar y Guía. Y al árbol genealógico de los Alvarado vinieron a unirse los Pineda, Valdés y otros de la comarca norteña. La antigua casona de Santa Ana sería sustituida finiquitando el siglo XIX por otra que es una singular y atractiva muestra de las distintas tendencias que se aglutinan en Las Palmas de Gran Canaria. La casa de Susana Guerra -madre de Joaquina-, la casa de las cariátides, fue obra del arquitecto Fernando Navarro que la inició en 1899 y culminó el 24 de enero de 1901.

La descendencia de este matrimonio son los únicos que llevan en la actualidad el apellido Alvarado. Fueron hijos del mismo Sebastián, Manuel, Luis, María del Carmen, Pilar y Eduardo Alvarado Duarte.

Con el segundo y tercero de sus retoños se iniciaron los dolores de cabeza para Sebastián y Luisa. En aquellos momentos de fines del XIX, la sociedad insular comenzaba a recuperarse en el sentido religioso, del golpe que había sido el proceso desamortizador y de desaparición de los seculares monasterios grancanarios. El obispo Pozuelo y el Padre Cueto fueron los artífices de comenzar a retomar esa vida y de crear los dos lugares que llamaron a hijas del matrimonio a seguir la vida monacal.

Angelina Alvarado cambiaría su nombre por el de Sor Inés de la Cruz a Cuestas y sería de las primeras Dominicas de la Enseñanza, orden que fundara el Padre Cueto en 1895 y estando en ella, cuatro años más tarde, conseguía el título de maestra. Amada Alvarado aprovecharía uno de los viajes a Teror y fue una de las primeras novicias que entró en el Císter de la Villa con el nombre de Sor Amada de la Cruz.

La reacción paterna no se hizo esperar. Ninguna de las dos había cumplido la veintena cuando tomaron la decisión y hasta la Guardia Civil intervino defendiendo la autoridad de Sebastián sobre ellas para tomarla. Pero de nada sirvió y ambas recibieron la legítima en dote. Dicen que el Císter se alegró porque de las tierras de Sor Amada en el municipio de Teror consiguieron sacar agua; algo que entonces y ahora también era un verdadero regalo del cielo.

No sabemos si tendrá relación o no; pero nada más producirse estos hechos enferma la aún joven esposa y Luisa Suárez Alvarado falleció en el hogar familiar de Pérez Galdós el tres de diciembre de 1897, a los 43 años.

El viudo quedó abatido por el dolor, cerró la casa familiar, envió a sus hijas Pino y Luisa al domicilio de un pariente en la calle Travieso y él se encerró a poca distancia de su casa, sin nada cerca que le recordara a su mujer, en el “Quiney’s British Hotel” de la Plaza de San Bernardo. Allí poco vivió porque sin pasar un año fallecía el indiano terorense que fabricó la casa en la Plaza de Teror.

El tres de septiembre de 1898 cuando su pueblo natal se preparaba para celebrar las Fiestas del Pino con la carretera recién inaugurada fallecía Sebastián Alvarado Melián. La prensa dejo pronta constancia del respeto que la gente de la isla, de la capital le profesaba. “Ha dejado de existir en esta ciudad el respetable anciano don Sebastián Alvarado y Melián, persona aquí muy apreciada por sus hermosas prendas da carácter…” dijeron entre otras muchas muestras de esa condolencia.

El siglo XX

El 29 marzo de 1901, Pino Alvarado casaba con el abogado aruquense Salvador García Pérez. Natural del barrio de La Goleta, era hombre serio, trabajador, de fuertes convicciones familiares y laborales y que al obtener una notaría, originó en que los García Alvarado, siguientes propietarios de la casa de Teror, fueran una familia afincada en Guía durante las siguientes décadas. Y también con ellos fue su hermana Luisa para la comarca norteña. Por ello, sus hijos Luisa, Sebastián, Rafaela, Pino Salvador, Angelina, Manuel y Mari García Alvarado fueron guienses veraneantes en Teror con sus primos Duarte hasta que en 1947 la casa se alquilara definitivamente. La última hija de la familia sería la única que casara dos veces, quizá para resarcirse de esperar tanto.

Luisa Alvarado casó en primeras nupcias con Francisco Farinós Rosa en la capilla del Hospital de San Martín el dos de febrero de 1907. Él era hijo del valenciano Eduardo Farinós Vicent, Teniente Coronel del Batallón de Guía, y de Micaela Rosa Báez. Francisco fue tristemente célebre por haber fallecido en el primer accidente de automóvil de gravedad de Gran Canaria. El 1911 murió en la Vuelta del Caminero de Miraflor

Seis años de viudedad más tarde, Luisa volvía a casar el 21 de mayo de 1917 esta vez en Teror con el farmacéutico de orígenes toledanos, Eduardo Bermejo y Sánchez-Caro.

Los Perules y el Banacacao

El siglo XX se inició en Las Palmas con el obligado crecimiento urbano hacia la zona intermedia entre los antiguos muros y la pujanza del Puerto de La Luz desde su inauguración en 1883. Dentro de la Portada ya no quedaban ni los solares de los expropiados conventos. Había que ir Fuera de “la Portá”. Y ahí, los Alvarado Suárez tenían mucho que decir.

Porque eran dueños de una de las fincas más grandes sobre las que se iba a planificar dicho crecimiento: la finca ubicada en Los Perules que sus padres les habían dejado en herencia.

La finca heredada medía 28.457 metros cuadrados, de los que, descontados los espacios para las calles, quedarían para los hermanos Alvarado 20.457 metros cuadrados. Gran parte de la urbanización que emanara de los proyectos de arquitectos como Laureano Arroyo, Fernando Navarro o el mismo Miguel Martín Fernández de la Torre -amigo de la familia-, tendría que hacerse sobre los terrenos ocupados por plataneras y gañanías (hoy en día la Plaza Padre Hilario) y que don Sebastián Alvarado adquirió al volver de Cuba. La Ley General para la Reforma, Saneamiento, Ensanche y otras Mejoras de las Poblaciones de 1864 y su Reglamento de 1867 aconsejaban urbanizar tal y como se iba a hacer allí.

Cientos de casas, pisos para alquileres, negocios, colegios surgieron en estos terrenos y baste hoy el de un ejemplo que, por lo singular, me resisto a no traer aquí.

Eduardo Bermejo, esposo de Luisa, más que farmacéutico era negociante, inventor, urbanizador, con lo que Canalejas, Perojo, Murga, fueron para él. Hermano del capitán Pedro Bermejo, militar fallecido en la Guerra de Melilla a inicios del siglo comenzó a ver como otros muchos las posibilidades que las Canarias han tenido siempre y de las que los canarios hemos sacado siempre tan poco provecho.

Y rodeado de plataneras (los de otros y los de su propia familia política) se metió en un negocio que por lo extraño es digno de recordar.

Eduardo Bermejo comenzó a trabajar, inventar y luego comerciar con un derivado del plátano y que tanto podía aportar a la correcta alimentación que propugnaba. En 1918 sería la propia harina con el nombre de Banarina. Y en los años 20 el Banacacao, una mezcla de cacao y plátano que en una lata litografiada con la imagen del niño Eduardo Alvarado Duarte estuvo intentando venderse en nuestras islas sin mucho éxito, lo que obligó a Bermejo a trasladar fórmula y negocio desde la calle Canalejas donde se fabricaba hasta Barcelona donde creó la empresa con socios capitalistas y tuvo mayor éxito que aquí.

Aunque estoy seguro que la costumbre de desayunar leche con gofio tuvo más que ver con el fracaso del novedoso producto que el poco apoyo político y social que el farmacéutico argumentaba como causa del mismo, a mí me hubiera gustado probarlo.

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