Muere a los 107 años Eugenia González García

Nenita, nacida en Agaete, falleció en Las Palmas de Gran Canaria rodeada por su familia

Eugenia González García.

Eugenia González García. / LP/DLP

Maximiliano Paiser

El pasado 14 de marzo nos acaba de dejar en Las Palmas con casi 107 años, Eugenia González García, Nenita, (Manena para sus nietos), nacida en Agaete el 17 de marzo de 1916. Quizá la persona más longeva de esa localidad norteña.

Había nacido en el barrio de San Sebastián. Su padre Antonio González González tenía una humilde panadería donde diariamente, desde el primer cuarto del siglo pasado. elaboraba con sus manos y las de todos sus hijos, el pan cotidiano para los vecinos del pueblo. Su madre, Esperanza García Saavedra falleció cuando Nenita contaba apenas 5 años.

A pesar de esa triste adversidad casi todos los recuerdos de su infancia eran alegres y llenos de optimismo. Una de sus mayores virtudes fue la paciencia. Nunca consideró las dificultades imposibles de superar. Supo ver siempre el lado positivo de las cosas. Tenía bellísimos recuerdos de la escuela, que frecuentó hasta los 11 años, debiéndola dejar para ocuparse de las tareas de la casa desde tan temprana edad. Además de ayudar en el hogar debía también subir a los montes a traer leña para el horno y repartir el pan casa por casa desde que amanecía.

La familia, con el fin de mejorar su situación, poco después se trasladó al Puerto de la Luz, estableciéndose en la calle Bernardo De la Torre, donde continuaron con la misma actividad de panadería. Nenita y todos sus hermanos mantuvieron siempre estrechos vínculos a lo largo de toda su vida con Agaete. Se unió en matrimonio en el año 1943 con Salvador Juan García Álamo, agaetense como ella, fruto del cual fueron sus 5 hijos.

Lucidez

Nunca olvidó sus humildes orígenes y con gran lucidez nos desvelaba múltiples anécdotas, detalles de muchos de sus habitantes y la vida de esa villa que tanto amaba. Recuerdos muy antiguos como el de la gente que venía desde las zonas altas del valle a pie, a intercambiar productos por ellos elaborados, como verduras o manteca de vaca que transportaban envuelta en hojas de ñamera y que en el pueblo cambiaban por pescado u otros productos locales. Los tiempos no eran abundantes como los de ahora y con una sonrisa en el semblante, relataba que para ella tenía un valor enorme, el que su padre algunos domingos pudiera comprarle un mango.

Nos sabia describir minuciosamente los paisajes de su infancia y las costumbres de aquella época. No olvidaba ni los nombres ni apellidos de vecinos o parientes que habían dejado el pueblo o la isla para emigrar a Venezuela o Cuba, como lo había hecho a su tiempo su propio padre y algunos de sus hermanos mayores. Las dificultades económicas de esos años obligaron a muchos a tener que buscar un mejor futuro lejos de Agaete y de la isla.

Seria interminable referir todas sus experiencias a lo largo de una vida tan dilatada, de tantas épocas diferentes y que tan bien sabia narrar. Su prodigiosa memoria fue fundamental para ayudarme en la tarea de reconstruir la historia de varias personas que habían sufrido la represión tras el golpe de estado de 1936, no solo de Agaete sino también de Las Palmas, y que, de no ser por ella, no hubiéramos podido conocer perdiéndose de forma irremediable.

Le encantaba expresar sus sentimientos por escrito, cada vez que había alguna celebración familiar o acontecimiento social. Escribía con gran sencillez y afecto sus reflexiones sobre el amor, la amistad, la familia, su tierra, etc., de lo cual ha dejado una buena y valiosa colección para sus descendientes.

Cuantas personas tuvimos la suerte de conocerla, pudimos comprobar sus maravillosas cualidades humanas. Mujer de gran humildad y extremamente generosa. Se nos ha ido tras una larga trayectoria vital. Todos sus descendientes y amistades cercanas hemos podido aprender de los extraordinarios valores que nos ha transmitido.