Playas de familias que tiran ‘pa'casa’

Rincones en el Sur como San Agustín, Triana, el Pajar o el Perchal ayudan a pasar el calor entre familia y sus pocos asiduos no notan masificación ni olas de calor

Las costas del sur insular no son solo para los turistas. Las familias, lugareños y visitantes de otros municipios visitan estos rincones que todavía son de los canarios. Las playas de Triana, El Pajar, San Agustín, o la renovada El Perchel en San Bartolomé de Tirajana y Mogán, guardan un encanto familiar que no quieren perder. Hasta las olas de calor pasan desapercibidas y no hay masificación.

Carlos Álamo se encontraba ayer junto a sus tres nietas el la playa de El Pajar, en Mogán. Las instruía en una pequeña y básica master class para enseñarlas a pescar. «Ayer pesqué mi primera vieja» decía a gritos Karla Álamo, que junto a sus primas Ainhara y Lucía, se preparaban gracias a las enseñanzas de su maestro instructor, su abuelo, para participar en un campeonato de pesca para menores que se celebrará en Pasito Blanco.

Una historia maravillosa y de vida que se encuentra en los pequeños rincones playeros de la isla, casi acotados para el entorno familiar por su tranquilidad durante el verano y todo el año. Todo lejos del turismo masificado del sur grancanario, salvo algún despistado que se cuela en estos entornos.

La playa de El Pajar ayer solo la ocupaba la familia Álamo, oriunda del barrio; la playa de San Agustín sigue casi acotada para las familias y lugareños; la inaccesible playa de Triana, no apta para personas con movilidad reducida pero maravillosa, sólo alojaba a cuatro o cinco bañistas; o El Perchel, que hoy luce una nueva cara tras una transformación con piscina natural, playa nueva y zona de chill out incluida con hamacas o nuevo restaurante. Son solo una muestra de playas conocidas por casi todos pero que ofrecen un escenario, en pleno verano con continuas olas de calor, que resulta idóneo para una escapada.

Son una pequeña muestra en el catálogo de rincones playeros del litoral insular que lejos del turismo, quieren mantenerse como están.

El patriarca Álamo, junto a la madre de una de las niñas, Rita, se escudaba del sol bajo una gran sombrilla, con nevera con comida y bebidas para pasar el día. Las tres incipientes pescadoras llegaron rápido para salir en la foto, mientras practicaban la pesca en una playa que ayer solo era para ellos.

«Primero hay que saber lanzar la caña, sin anzuelo; el segundo paso es saber manejar la tanza y después, recoger el carrete», explicaban las niñas bajo la indicación asintiendo con la cabeza del maestro José Álamo, retirado y que quiere que sus artes de pescador habitual, no se pierdan.

Allí pensaban pasar el día, porque «a don José solo le damos libre el viernes para que descanse, el resto de la semana está aquí con nosotros y él dándole clase de pesca a las niñas», decía orgullosa y sonriente Rita.

De hecho, las niñas pretenden sacar un buen puesto en el concurso de pesca de Pasito Blanco. Y no se lo toman en broma. Mientras juegan en el agua de la playa de El Pajar, no sacan de vista ni las tres cañas ni a su abuelo.

Peor no se lo pasaba una familia al completo que venía desde Telde, cada vez que podía, a pasar el día en la playa de El Perchel, también en Mogán. Dos hombres, dos mujeres y una niña, la pequeña Suhayla.

Entran al competo en sus vacaciones de agosto y buscaban en Arguineguín ayer la tranquilidad de estos rincones playeros, sobre todo para los niños y confiesan que no les cuesta desplazarse para conocer nuevos sitios.

Ciara, compañera sentimental de Iván son los padres de la pequeña Suhayla, y ella espera ahora a un bebé. Será niño y su hermana ya lo bautizó con el nombre de Dylan. A medida que desinflaban la piscina de la pequeña, explicaban que querían ir a recorrer otras playas del sur y daba igual la lejanía. Anteponen sobre todo que tanto ellos como sus pequeños estén tranquilos y sin mucha gente. Junto a ellos se encuentra otra pareja de Telde, Daineris y Adonay, que también se desplazó desde ese municipio al sur isleño buscando huir de la gente y algo tranquilo.

Está claro que ninguno de los visitantes ni lugareños que acuden a diario a estas playas quieren que «se corra la voz. Así estamos bien como estamos», recalcaban.

Para huir de los masificados y emblemáticos rincones costeros también existe otro muestrario de especiales rincones, cada vez más acotados por las autoridades municipales para poder acceder.

Hay muchas playas a las que literalmente no se puede entrar sin pegarse unas caminatas y dejar el vehículo en unos espacios en los que no se permite aparcar salvo en el arcén de una carretera ya de por sí un tanto precaria para la circulación.

«Cada vez hay más montículos de tierra que colocan las autoridades para evitar que los coches puedan aparcar y acceder a las playas». Así lo relataba Octavio, que llegaba en su furgoneta a la playa de Triana, en San Bartolomé de Tirajana.

«Aquí tienes que dejar el coche en un arcén pequeño y arriesgarte a una multa, solo para ir a una playa», enfatiz Octavio.

«Ahora no hay espacio para caravanas, ni lugares habilitados ni para aparcar», se queja el bañista, que asegura que «en Canarias ya está hecho todo para el turismo, y nada para los canarios. Nos han quitado todo para los canarios».

Teresa, Jaime y sus niñas, Manuela y Gabriela, vienen de Bilbao cada año a veranear en San Agustín.

Teresa, Jaime y sus niñas, Manuela y Gabriela, vienen de Bilbao cada año a veranear en San Agustín. / Juan Carlos Castro

«Venimos todos los años a San Agustín de Bilbao, es tranquilo»

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La playa de San Agustín, en San Bartolomé de Tirajana es conocida por su familiaridad. Allí casi todos se conocen, aunque ahora estén lejos. Un ejemplo lo plasma Jaime, que desde niño tuvo casa en esta playa. El destino lo llevó a Bilbao, donde se casó con Teresa, bilbaína, y que ahora tienen dos niñas. Manuela y Gabriela. «Desde que nació la mayor, hace seis años venimos todos los veranos desde Bilbao, nos encanta esta playa, tanto por su tranquilidad como porque es familiar y lugar de encuentro con gente que conozco desde niño», reseña Jaime. Señala que desde que tenía 2 años empezó a ir a esta playa y ahora quedará en la memoria de sus hijas.

También sobre la arena de la playa de San Agustín jugaba al fútbol Atanay con su hijo, Ángel. Él y su mujer llevan 25 años veraneando en San Agustín. «Nos encanta por su tranquilidad» coinciden con el anterior matrimonio. 

Sus planes son pasar todo el mes de agosto en esta playa junto a sus familiares, abuelos, padres y hermanos, que también consideran esta playa un «privilegio». 

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