Crónica

Introducción de la caña de azúcar en Gran Canaria

El cultivo dio origen en 1857 a la fiesta de la «cañadulce» en Jinámar

Su transformación constituyó el principal motor económico a partir del siglo XVI

Introducción de la caña de azúcar en Gran Canaria

Introducción de la caña de azúcar en Gran Canaria / Pedro González-Sosa

Pedro González-Sosa

El cultivo de la caña de azúcar en Gran Canaria –como en el resto de las islas —constituyó, desde el momento mismo de su incorporación de la isla a Castilla, uno de los elementos importantes de su economía con un contribución importante en el desarrollo social. Podría asegurarse, sin hipérbole alguna, que el azúcar fue el motor principal económico en base al cual fue notorio el progreso paulatino de las islas, allí donde se plantaron y cultivaron grandes o pequeñas extensiones de este tipo de caña. Y no solo en proyección económica, sino que el azúcar sirvió de trueque para el intercambio con otras naciones de mercancías y obras de arte, principalmente, los lienzos de famosos o menos conocidos, pero estimados en su tiempo y mucho mas hoy, pintores flamencos. Se ha repetido por numerosos investigadores que han trabajado y tratado el tema, que la industria azucarera propició para Canarias un gran negocio y, consecuentemente, un no menos extraordinario tráfico mercantil, derivado de la exportación del producto hacia diversas zonas europeas, principalmente, que propició que las islas se beneficiaran de necesarias mercancías. Guillermo Camacho, por ejemplo, enumera algunos de estos intercambios o trueques: de Génova venían remesas de telas y otras mercancías, -varas de lienzo de presilla, lienzo crudo, paño azul, sedas, alpargatas, juegos de naipes, etc.- procedente de la industria lombarda. Y de Flandes, paños de figuras, clavos de cobre, pinturas y los dos retablos, uno de talla y otro de pincel, que se conservan en la parroquia de San Juan de Telde y en poder de la familia Castillo Olivares, respectivamente.

La caña de azúcar –popularmente conocida aún en nuestros días como «cañadulce»—se introduce en Canarias procedente de Madeira inmediatamente después de la conquista, según recoge Rumeu de Armas al afirmar que fueron famosos en Gran Canaria los primeros ingenios de azúcar establecidos una vez que finalizó nuestra incorporación a los reinos de Castilla y de León para lo que Pedro de Vera hizo venir desde aquella isla maestros que enseñaron no solo el cultivo, estableciendo las primeras plantaciones, sino también los oficios que su producción exigía. Además, la mano de obra azucarera para aquellas incipientes industrias canarias nacidas después de la Conquista –por lo que a nosotros respecta, en la isla de Gran Canaria— era igualmente portuguesa, algunos llegados desde el continente y otros desde la propia y cercana Madeira donde hacía tiempo que estaba cimentada. Incluso, llegaron algunos religiosos que actuaron en varias parroquias de la isla y que al oficiar los distintos sacramentos dejaban constancia en las matrículas de los libros su inscripción en lengua lusitana, como es el caso de Guía, donde hay partidas de nacimientos y matrimonios escritas en esta lengua. Consecuentemente, en Gran Canaria se asentaron, igualmente, muchos apellidos portugueses, como es el caso del Yanes, Sousa (transformado en el actual Sosa) e incluso muchos González.

Las múltiples plantaciones de la caña se extendía por la isla desde la costa a tierra adentro, con altitudes inferiores a 500 metros, siendo preferidas las medianías. Así había cañaverales en Las Palmas, Telde, Arúcas-Bañaderos, Guía-Gáldar, la costa de Layraga, Moya, Firgas y Agaete. En las Constituciones Sinodales del obispo Vázquez de Arce, en 1515, cuando crea las parroquias de Arucas y Moya, hace referencia a las plantaciones de caña señalando que, desde 1503 se han poblado en Gran Canaria aquellos lugares «y se han plantado muchas cañas de azúcar lo que ha propiciado el crecimiento de estos dos lugares». Y cita expresamente los ingenios de Lope de Sosa y Juan de Aríñez, en Tenoya; María de Adurza, López Sánchez de Palenzuela y Nicolás Martel, en Firgas y dos de los Riveroles, uno en el Palmital de Guía, cerca de Moya y el otro, el más conocido, el denominado Ingenio Blanco en la zona de San Juan aprovechando las aguas del desaparecido heredamiento de El Palmital.

Muchos fueron los ingenios o trapiches –movidos por saltos de agua para lo que aprovechaban las acequias o canales de los heredamientos, como se hace hoy con los molinos de gofio, o de tracción animal, sistema menos utilizado-- que se instalaron ya muy desde finales del siglo XV, pero principalmente a partir del XVI, no solo en el Real otras localidades de Gran Canaria, principalmente en Telde, Guía, Arucas, Firgas Agaete, e Ingenio, por citar algunas. El mismo Pedro de Vera construyó su trapiche que se considera el primero o más antiguo, movido por agua, a la vera del barranco Guiniguada, frontero al cual estaba también el del alférez mayor Alonso Jáimez de Sotomayor. No menos famosos fueron el que construyó en Agaete Alonso Fernández de Lugo y los dos levantados por Lope Hernández de la Guerra en Guía que, como otros, mas tarde pasaron a otras manos, según Camacho Pérez Galdós, quien agrega que avanzado algún tiempo la conclusión de la conquista ya no aparecen en el Guiniguada los de Pedro de Vera y de Alonso Jáimez y sí los de Juan de Cobeña, Juan Maluenda, Juan de Herrera, Juan Bautista Corona, el licenciado Hernando de Aguayro, y los genoveses Antonio de Mayolo, los Cairasco, y Corona. En Telde continúa el del Cristóbal García del Castillo con los de Bartolomé Martín de Zorita, María Mayor, además del trapiche de Alonso de Matos, éste con otro ingenio en Agüimes. El mismo Camacho Pérez Galdós recopila datos sobre los existentes en el norte de Gran Canaria a principios del s. XVI: en Tenoya el de Juancho de Siberio que terminó siendo de Bernardino de Lezcano; los de Santa Gadea y Lope de Sosa, en Arucas. En Firgas, el de la familia Rodríguez de Palenzuela y el de Hernando de Bachicao. En Moya el de Juan Bautista Salvago. En Guía los dos que tenía los Riveroles, los de “Ingenio Blanco”, el más conocido, y el del Palmital, además del de Mateo Cairasco, para finalizar citando, en Agaete, el de la familia Palomares que, Elisa Torres Santana nos proporciona el dato de la existencia, a principios de 1600 en la isla de Gran Canaria de nueve ingenios: en Telde, los de Cristóbal Cachupin-Gregorio del Castillo; el de Marcos de León y el de Miguel de Mujica-Hernando del Castillo Olivares; en Guía, uno que aparece arrendado por Gregorio Méndez de Pedrosa (que fue mayordomo de dicha iglesia); en Arucas, el de Gaspar de Ayala, también arrendado; en el Guiniguada, el de Gaspar de Ayala, propietario; en Agaete, otro de Cristóbal Cachupin, y los de Tenoya y Azuaje del que no pudo averiguar quienes eran sus propietarios.

Sobre los cuidados de las plantaciones de caña y los diversos y sucesivos sistemas rudimentarios propios de la elaboración del azúcar en aquellos tiempos, aconsejamos el ya mentado trabajo de Guillermo Camacho Pérez-Galdós, que proporciona un pormenorizado estudio no solo de los procedimientos, sino de los costes y beneficios de esta industria. De todas formas añadir, por nuestra parte, que en Canarias fueron muchas las variedades de caña que se cultivaron en todo tiempo, pero las que más enraizaron fueron la ‘Criolla o común amarilla’, la ‘morada de Batavia’ y la ‘violada de cinta de Otaití’, aunque se probaron con mayor o menor éxito otras.

¿Hasta cuándo duró el auge de la industria azucarera, concretamente, en Gran Canaria? No hemos visto concretada ni la fecha ni la época. Sí se conoce que el nacimiento de una incipiente industria azucarera en América que luego se va cimentando fuertemente produce una paulatina agonía en los siglos posteriores al de la conquista de Canarias. Con el paso del tiempo los grandes y conocidos ingenios fueron desapareciendo y fue creciendo la diversidad de cultivos entre los que destacó en algún momento la explotación de los nopales o tuneras para la obtención de la cochinilla que se convirtió en una especie de salvación de la economía agrícola de las islas, al menos en la de Gran Canaria, Pero la aparición a mediados del siglo XIX de la anilina como nueva materia tintorera reemplazó la cochinilla y supuso otro desastre económico en la isla, acontecimiento que se produce coincidente con la estancia en Cuba de Rafael Almeida que en su despedida de aquella isla para su regreso a Gran Canaria pidió consejo a sus amigos que le recomendaron se reinstaurase el cultivo de la caña de azúcar y le dieron varias cajas con trozos para plantar. A su regreso alentó hacerlo a sus paisanos que siguieron sus consejos y se produjo el cultivo de cerca de 120 fanegadas en Gran Canaria.

Fue así como a finales del siglo XIX (estuvo moliendo caña entre 1880 y 1909) surge la idea del montaje en Guía de una fábrica de producción de este producto a cargo de la llamada entonces «Compañía Azucarera de Gran Canaria» de la que era principal impulsor la empresa inglesa «Lathbury», -en la actualidad edificio casi desaparecido- que luego compró David J. Leacock sobre la que no nos extendemos porque existe una publicación con la muy amplia historia 0de lo que siempre fue conocida como «la máquina».

Otra circunstancia en la que la caña de azúcar se convierte en protagonista la que conocemos popularmente como «cañadulce» es la celebración todavía con mucho esplendor de las fiestas populares de Jinámar el 8 de diciembre. Posiblemente, el origen de esta tradición habríamos de localizarlo en 1857 cuando Agustín del Castillo Bethencourt y Amoreto, conde de la Vega Grande de la época (lo fue desde 1826 a 1870), propietario de aquellos extensos terrenos se decidió cultivar la caña de azúcar, experiencia que quedó plasmada en un folletito que él mismo escribió y mandó imprimir del que puede deducirse, quién sabe, si en el contenido de aquel texto esté el origen de la popular fiesta jinamera. Refiere que en su último viaje por Europa en el año anterior se enteró que en Francia se había introducido lo que él describe como el «sorgo azucarero de Chjina» y el «Imphy o sorgo africano», para entendernos, la caña de azúcar o cañadulce. Cuenta que a su regreso a la isla «hice en mi hacienda de Ginámar la siembra de las pocas semillas que pude traer de las dos especies, cuyas cañas crecieron con gran admiración propia y de los amigos, pues algunas estaban a los 45 días echando espigas de siete u ocho pies de altura y que llegaron alcanzar hasta los 10 o 12».

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