"He perdido a un hermano por culpa del sida, y tengo a otro luchando contra la enfermedad". Victor Mooney confiesa así cual es su principal motivación para afrontar una aventura exigente en extremo, sólo apta para verdaderos héroes del deporte: cruzar a remo el océano Atlántico. Ya lo ha intentado en tres ocasiones, pero esta vez ha elegido a Gran Canaria como punto de partida. A su llegada al Caribe ofrecerá pruebas gratuitas de detección del VIH. De momento, ha conseguido captar la atención mundial. Incluso la FIFA, en año de Mundial, apoya una travesía propia de tiempos pretéritos.

Para conseguir llevarla a buen puerto, Mooney navegará en el pequeño Spirit of Malabo. Un bote de apenas 24 pies (7,3 metros), una eslora minúscula para los 120 días que se espera dure su viaje hasta Islas Vírgenes. Desde allí, partirá hasta Miami, empleando otros 60 días. Y entre 60 y 90 más tardará en llegar a su meta: Nueva York, su ciudad natal. Hay más de 5.000 millas de por medio entre el comienzo y el final de su viaje. Entre seis y ocho meses de esfuerzo.

El Spirit of Malabo ya fue preparado y bendecido en el puerto de Brooklyn, precisamente en el Día Mundial contra el Sida, el pasado 1 de diciembre. Se espera que el bote esté en el puerto deportivo de Pasito Blanco en torno al 20 de diciembre. Ya se ha embarcado en un contenedor de Maersk. Esa es, al menos, la agenda que maneja este peculiar vecino del barrio de Queens, empeñado en combatir el VIH a golpe de remo. La FIFA, además, cede a Mooney algunos balones oficiales con los que se disputará la próxima Copa del Mundo en Brasil. Las pelotas serán devueltas a la federación internacional en Nueva York, para su propio programa de ayuda. Será la manera en la que el fútbol comenzará a dar impulso a la campaña contra el sida que se llevará a cabo durante la gran cita del próximo verano.

El remero, entre tanto, se prepara a fondo para completar con éxito su misión. En el pasado ya intentó cruzar el océano, saliendo en dos ocasiones desde Dakar, en Senegal, y en otra desde Cabo Verde. "Pero la corriente era muy fuerte, desde el sudoeste", recuerda, "esta vez, saliendo desde más al norte, espero poder tener la oportunidad de tomar el rumbo adecuado hacia las Islas Vírgenes". De momento, Mooney se muestra agradecido al Consulado de España en Nueva York y al muelle deportivo de Pasito Blanco "por permitirme traer el bote a la Isla, como punto de lanzamiento".

A pocos días del inicio de lo que en internet y redes sociales se promociona como la Goree Challenge, el protagonista de la historia, apunta que "aún hay muchas personas que no son conscientes de su estado seropositivo. De este grupo, muchos tienen miedo de hacerse la prueba. Espero que esta aventura anime a la gente a dar el primer paso y hacerse el test".

Lo que parece que ya ha hecho bien Mooney es mover su particular empresa. A todos los niveles. Desde el Consulado Británico en Nueva York hasta distintas personalidades políticas de la metrópoli le animan públicamente para que consiga pasar ese más de medio año largo en el mar. El Spirit of Malabo, que fue construido en 2006 por Flab Construção Artesanal De Embarcações de Brasil, llegó en mayo pasado a la Kingsborough Community College, una división de la City University de Nueva York. Su Departamento Marítimo examinó la pequeña embarcación, que fue sometida de forma exhaustiva a distintas pruebas para comprobar su fiabilidad en una travesía tan larga. Incluso se ha testado en pleno Atlántico.

Bote certificado

No es un bote cualquiera. Fue diseñado por una firma brasileña de prestigio: Roberto Barros Yacht Design. Según Mooney, "tiene todo lo que cualquier marinero pediría para un viaje de este tipo". Por si fuera poco, la República de Guinea Ecuatorial auspició la capacidad del bote de remos, que ha sido igualmente certificado por la Marina de Brasil como apto para una travesía a través del océano. "También hemos recibido el apoyo de más de 150 empresas que han donado suministros y servicios", apunta el navegante.

Mooney, sin duda, lo pondrá a prueba. Esta vez confía en que sus paladas le lleven al destino, sin ceder a las corrientes o a los imponderables del clima. En su cabeza y en su corazón le empujan sus hermanos. Necesitará, desde luego, toda la tracción posible a bordo de lo que un nativo de las Islas bautizaría casi como un barquillo. Pero sin vela. Ni más patrón que un vecino de Queens.