Una redacción de periódico es como un enjambre de abejas, donde el zumbido constante llega a aturdir sobre todo antes de la maldita pandemia. A mi llegada a La Provincia a final de los años noventa, entre los muchos y dulces zumbidos que flotaban en un ambiente excepcional, surgió el nombre de Lizardo Martell. "Es un empresario inaccesible y difícil al que es complicado entrevistar" se lanzó a apresurar uno de los zánganos del panal del periódico. A los comentarios gratuitos en ocasiones no hay que hacerles mucho caso. De hecho, de las primeras entrevistas que hice en este tabloide centenario destaca la de Lizardo Martell.

Lo primero que me llamó la atención es la puntualidad que demostró en nuestro encuentro. Algo que no se cuida en exceso y más en personas endiabladamente ocupadas. Lo segundo que me sorprendió fue su locuacidad y en llamar a las cosas por su nombre. Su tono grave y pausado en cada respuesta era como una lección magistral en estado puro. Su cercanía y su familiaridad invadieron un despacho austero en las instalaciones de Ahemón (embotelladora de Pepsi) donde en aquel entonces ocupaba la presidencia. No tenía pelos en la lengua. Recuerdo que antes de comenzar nuestra charla nos preguntó al fotógrafo que iba conmigo y a mí si queríamos algo de agua o un refresco. El gráfico se apresuró a pedir una Coca Cola (craso error). La mirada inquisitiva de Lizardo fulminó en el acto a mi compañero al que con tono socarrón le respondió: "a usted mejor agua que está bien fresquita". La defensa a ultranza por la industria de Canarias (en este caso Pepsico) y por los suyos me conquistaron de pleno. Ésta no fue la última entrevista ni nuestro último encuentro, ya que a lo largo de los años nos encontramos en numerosas ocasiones gracias en parte al empeño de mi padre, José Antonio. Recuerdo que cuando por motivos de trabajo tenía que llamar a Lizardo por teléfono nunca me daba un "no" por respuesta a no ser que pidiese Coca Cola, claro.

La vitalidad de Lizardo Martell, la pasión por el trabajo bien hecho (con su media naranja katty como referente y su familia) y la cultura del esfuerzo eran las constante de un hombre sincero e infatigable. Con el pasar de los años volví a entrevistar al incombustible Lizardo Martel en una visita a Vidrieras. Me encontré a un señor doblado por los años, pero cuyo espíritu seguía igual de firme y infatigable al que le acompañaba como siempre esa mirada transparente que atravesaba. Ahora que Lizardo se nos ha ido sólo puedo decir que era de esos "empresarios inaccesibles y difíciles". ¡Que necedad! Los que han tenido la oportunidad de conocer a Lizardo echarán de menos un señor de pies a cabeza, bondadoso y de alma inquebrantable. Hasta siempre amigo.