Análisis

El progreso de finales del siglo XIX que iluminó Las Palmas

Durante esa época la ciudad fue testigo de la construcción de la carretera que uniría el centro urbano, el tranvía y la instalación de un motor que modernizaría la iluminación

El tranvía eléctrico por Triana en el tramo de raíles ahora al  descubierto.

El tranvía eléctrico por Triana en el tramo de raíles ahora al descubierto. / La Provincia

Pedro González Sosa

Finalizaba el siglo XIX cuando el progreso inició tímidamente su arribada a la entonces ciudad de Las Palmas. Primero el trazado y la construcción de la carretera que uniría el centro urbano formado por los barrios de Vegueta y Triana y barrios cercanos con el entonces pujante puerto; el tranvía, (primero impulsado por el vapor y después eléctrico), uniría las dos zonas y, finalmente, la iniciativa de instalar un motor que diera fluido y sustituyera los faroles de petróleo que iluminaban hasta entonces las calles principales por los entonces conocidos ‘bombillos’, una idea que Eusebio Navarro trajo desde Europa.

Don Esteban Bethencourt y Sánchez Ochando, que vivió entre la primera y segunda mitad del siglo XIX, fue un curioso personaje de la sociedad de Guía, capitán de las Milicias del Regimiento de aquella entonces villa, que se destacó como un negociante innato, principalmente en lo tocante a los prestamos, muchas de cuyas propiedades las obtuvo por ejecución de hipotecas. Aunque se le conoce también por su proceder «de cabeza liviana», como se adivina en el testamento de su propia hermana Isabel. Don Esteban fue uno de los hijos de don Pablo de Bethencourt y Molina, hermano del inolvidable don Agustín, fundador de la Escuela de Ingenieros de Caminos, que fue llamado por el Zar de Rusia para que le diseñara la ciudad de San Petesburgo.

Entre la numerosa correspondencia que conservamos de don Esteban y su familia, fue hallada en una vieja casona de Guía dentro de un también viejo baúl, que generosamente nos fue regalada por nuestra condición de cronista, una carta que revela algunos datos, tal vez nuevos, referentes a la construcción de la carretera de Las Palmas al Puerto diseñada y construida a mediados del siglo XIX. Alfredo Herrera en su libro La ciudad de Las Palmas nos descubre que la iniciativa partió de una Real Orden de mayo de 1853 a partir de cuyo momento se pensó en diferentes trazados, decidiéndose finalmente por la continuación de la que ya era entonces calle de Triana. Agrega que del proyecto de ejecución de esta vía se ocupó el ingeniero provincial de Obras Públicas, el grancanario Antonio Molina.

La llegada de la luz eléctrica a la ciudad vino de la mano de Eusebio Navarro después de una temporada disfrutando las luminarias parisinas

La carta dirigida y enviada a Guía a don Esteban Bethencourt está fechada en Las Palmas en febrero de 1861 firmada por un Nicolás Massieu en la que él mismo descubre que es «contratista de la carretera del Puerto de la Luz». Se desvela la existencia de una vieja amistad entre ambos por el tono de la misiva. Massieu le dice que como tal contratista es preciso hacer una casa de camineros que, según el proyecto del ingeniero aprobado por el Gobierno debe situarse «junto al camino» y en los terrenos situados en la propiedad de este y que frente de la casa tendrá unas 14 varas y el fondo unas 26.

Agrega que el terreno en el que se ha de fabricar la casa es completamente erial y de ningún valor para el cultivo, para comunicarle que según los cálculos de don Gregorio Guerra no valía ocho pesos. «Para evitar un expediente de expropiación me ha dicho el ingeniero León, [suponemos que se trata de don Juan de León y Castillo, ocupado en aquellos momentos en el diseño y ejecución de varias carreteras en la isla de Gran Canaria] que el asunto debería arreglarse amistosamente», objeto que tiene la remisión de dicha carta.

Le dice que debe nombrar un perito para que, en unión del de la contrata, se ajuste el precio del terreno, «si es que te avienes, pues de lo contrario será preciso instruir el expediente de expropiación». Finalmente le ruega que con su respuesta acompañe una orden dirigida a su mayordomo para que le permita hacer la fábrica, «pues siempre hay lugar de arreglarnos en cuanto al precio».

Ignoramos donde se situaban los terrenos propiedad de la familia Bethencourt, en el espacio que separaba la ciudad del puerto. La misiva agrega que Massieu había hablado con la hermana de don Esteban, Leonor, (a quien llama Leonorita, seguramente por la amistad que unía a ambas familias) quien le respondió que no quería resolver ella por su cuenta sin contar con él.

Del resultado de aquellas gestiones, nada sabemos, aunque suponemos que, al fin, la casa del caminero se construyó.

La llegada a la ciudad, finalizando el siglo XIX, de aquel revolucionario progreso que se llamó la electricidad y que propició que los faroles alimentados hasta entonces con petróleo que iluminaban las calles de Las Palmas y algunos pueblos fueran sustituidos en 1898 por la más brillante luminosidad gracias a la luz eléctrica ante el asombro y algunas veces la incredulidad de algunos de sus vecinos.

Aunque la historia de la inauguración de la electricidad en la ciudad y en la isla es harto conocida no nos resistimos a evocar aquel acontecimiento y algunos otros detalles que pudieran haber permanecido «casi» desconocidos. Llegó aquella novedosa modernidad de la mano de Eusebio Navarro, a quien la ciudad le recuerda con el rótulo de una calle, quien después de una larga estancia en París regresó a la isla en 1896 se le ocurrió la idea de dotar a nuestra ciudad del moderno y limpio alumbrado de que había disfrutado en sus estancias europeas. A pesar de unos intentos fallidos por los consejos de un ingeniero electricista no desvaneció en su empeño pues quería que la ciudad contase con este moderno sistema de alumbrado que en principio producirían dos motores de 500 caballos de fuerza para alumbrar, al menos y en principio, las calles de los barrios de Triana y de Vegueta, para lo que solicitó del ayuntamiento en mayo de 1897 una concesión por cuarenta años para la explotación de este servicio, que le fue concedida tiempo después con la autorización en el bolsillo regresó a Europa, concretamente primero a París donde tenía buenos amigos y luego a Bélgica, donde constituyó la que se llamó Sociedad de Electricidad de Las Palmas con un capital de tres millones de francos, acto que quedo recogido en un acta ante el notario de Bruselas Albert Poelaert, según los datos que nos legó en un folletito publicado en 1939 Francisco Morales Rodríguez. Esta compañía levantó cerca de la Plaza de la Feria sus instalaciones en la que trabajaban al principio solo 20 empleados donde se construyó una soberbia torre que es el único vestigio que queda afortunadamente de tan histórico acontecimiento.

El primer tranvia, a vapor,  que tuvo Las Palmas unía Triana con el Puerto | | LP/DLP

El primer tranvia, a vapor, que tuvo Las Palmas unía Triana con el Puerto | | LP/DLP / Pedro González Sosa

Pasaron algunos años hasta que en agosto de 1926 se constituyó en Madrid otra sociedad la llamada Compañía Insular Colonial de Electricidad y Riegos, la popular Cicer, que levantó sus instalaciones cerca de la playa de las Canteras y que un año después ya daba fluido a localidades del sur de la isla gracias a los motores con 12.500 caballos de fuerza. Al mismo tiempo se entabló entre las dos compañías un enconado litigio al considerar y alegar la creada por Eusebio Navarro, que había fallecido en 1903, tener la exclusiva durante 40 años a partir de 1898. El resultado de esta lucha mercantil y económica fue la fusión en 1932 de las dos sociedades de la que nació la actual Unión Eléctrica de Canarias, la desaparecida Unelco, que aunque al principio tuvo una lánguida actividad, con el paso de los años se convirtió en una pujante compañía que suministra electricidad a todo el archipiélago, en la actualidad denominada Endesa.

Ahora que por lo visto va en serio el proyecto del Cabildo Insular y de otras instituciones y entidades en poner en marcha un tren que desde la ciudad llegue al sur de la isla, parece casi obligado recordar que Las Palmas de Gran Canaria tuvo antaño otros análogos medios de transporte que necesitaron de raíles que vimos y pisamos, hasta que fueron sepultados por el asfalto hace algunos años, desde la Plaza del Mercado al Puerto de la Luz.

El primer tranvía, que fue de vapor, nos recuerda José Miguel Alzola, inició su andadura en 1890 promovida por los hermanos Antúnez, (Luís y Juan) que desapareció después de veinte años de servicio en 1910. Le sustituyó, igualmente auspiciado por los Antúnez, el tranvía eléctrico que realizaba el mismo recorrido. Empresa y explotación que fue vendida por aquellos al Banco de Castilla, que tras traspasarlo a la Compañía de Electricidad, el servicio fue municipalizado hasta su desaparición en 1937. Para los curiosos invitamos a que observen en algunas casas de las más antigua de Triana la existencia, todavía, de unos soportes en sus frontis que servían para sujetar los vientos que sostenían los cables eléctricos cuya corriente alimentaba la locomotora.

En marzo de 1942, nos cuentan, que por la escasez de carburante como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, el Ayuntamiento sacó de nuevo de la vieja estación de las Alcaravaneras, en el solar que hoy ocupa el Club Náutico, los viejos vagones y una locomotora a vapor que circuló pocos años, que fue bautizada y se popularizó con el nombre de La Pepa porque, al parecer, salió por primera vez el día de San José y estuvo funcionando hasta junio de 1944.

Hubo otro intento de implantar en Las Palmas un tranvía. Esta vez en los años sesenta del pasado siglo. El que todos conocimos como ‘tren vertebrado’ que en raíles aéreos sostenidos por columnas se probó en un tramo entre el Náutico y el Parque de San Telmo. Pero quedó en un intento porque la desidia de algunos y los intereses económicos de otros, como a lo mejor puede ocurrir ahora con el tren provocó la desilusión de los promotores.

Y para terminar una aclaración: cuando hace unos años el Ayuntamiento descubrió para recuerdo de los viandantes una parte ínfima de los raíles escondidos bajo el asfalto en la calle Triana puso una placa que dice que fueron los que «utilizó la Pepa», dando a entender que solo los utilizó aquella, cuando en realidad se colocaron entre 1895 y 1890 y por ellos circularon el primer y sucesivos tranvías, primero a vapor y después eléctricos.

Y dos curiosidades:

En la década de los años sesenta del pasado siglo vino a Las Palmas destinado, por error o desconocimiento de alguien, como inspector de ferrocarriles un señor que, por supuesto, tuvo que regresar a Madrid sin ejercer el cargo.

Y cuando a finales del siglo XIX y mediados del XX circularon los tranvías a vapor que inundaban de humo el ambiente, los vecinos de Las Palmas decían con cierto humor, y ya comprenderán sus razones, que los artilugios eran: El «blanco» de la curiosidad y el «negro» de las fachadas.

Suscríbete para seguir leyendo