ANÁLISIS

En recuerdo de mi padre don Juan Padrón Marrero…

El empresario nació en una familia humilde y despegó sus finanzas con las actividades recreativas | Se le recuerda por su implicación en la reforma del Hotel Santa Catalina

El empresario Juan Padrón Marrero.

El empresario Juan Padrón Marrero. / JUAN CASTRO

Manuel Padrón

El mes de julio de 2014 fue un mes aciago para la familia Padrón. Nuestro padre, don Juan Padrón Marrero, dejó el mundo terrenal en el que tanto luchó: luchó por él, por su familia, por sus cientos de trabajadores y por Las Palmas de Gran Canaria.

Este 22 de mayo hubiera cumplido 90 años y quiero recordarlo y recordar su personalidad y, en alguna medida, su recorrido por esta vida. En mi pensamiento está la celebración de sus ochenta años, rodeado de su familia y amigos, en el Hotel por el que tanto hizo.

Aún percibo su alegría y el ímpetu de sus, entonces, proyectos más inmediatos. Siempre tenía algo que hacer, algo más que aportar a la ciudad, a su isla que le vio nacer y devolver así lo que recibió durante su trayectoria, continua e intensa, de su trabajo diario.

En este especial aniversario quiero rendirle, en nombre propio y de nuestra familia, el homenaje que se merece, su recuerdo continuo, pues si así lo hacemos, siempre estará entre nosotros.

Hace unos días releí unas reflexiones que hizo en un artículo suyo que publicó la prensa local el domingo 1 de febrero de 1998. Entre esos pensamientos y preocupaciones escribía: «Hay que volver a apostar fuerte por tener una oferta competitiva, que complemente al sur de Gran Canaria que acoge a otro tipo de turismo. Hay que apostar por una ciudad lúdica y por mejorar todo el entorno». Y él lo hizo en sus múltiples actividades y, sobre todo, en lo que fue esencial para él: el Hotel Santa Catalina.

De izquierda a derecha, Juan José Cardona, Juan Padrón y Pablo Barbero. | | LP/DLP

De izquierda a derecha, Juan José Cardona, Juan Padrón y Pablo Barbero. / LP/DLP

El que fuera alcalde de la Ciudad, don Emilio Mayoral Fernández, escribió: «De su preocupación por nuestra Ciudad es una buena muestra su actuación en el Hotel Santa Catalina (…) aquellos momentos de incertidumbre en que sacado el concurso para su explotación, hubo de quedarse desierto, pues no había nadie capaz de poner los mil y pico millones de pesetas que eran necesarias para su restauración (…). Fue entonces cuando Juan Padrón apostó por la Ciudad, demostrando creer en ella y en su recuperación…».

Mi padre, que nació en Tejeda, de familia humilde, se hizo así mismo. Emprendió el camino del trabajo desde su infancia y envuelto por una inteligencia natural caminó por la vida recordando aquellas sendas de pastoreo que, de seguro, le afianzaron en sus múltiples iniciativas. Desde su primera juventud, busca su independencia, se hizo latonero, barman y hasta caballista en la película Tirma. Después repartió pescado, fue peón de albañil, reparaba cocinas de gas y aprendió fontanería, carpintería y mecánica. En 1955, contrajo matrimonio con mi madre Matilde; una nueva vida y más trabajo: tendero, feriante, repartidor, convirtió su primera bicicleta en herramienta de trabajo: se hizo afilador. Hubo una época en la que fue conductor de taxis y guaguas. Y así seguiría contando, en este recuerdo del que hubiera sido sus 90 años con nosotros, las vicisitudes de mi padre, hasta llegar a la compra de aquellos futbolines que abrieron el camino, la gran perspectiva, de convertirse en el gran empresario que llegó a ser, con su tesón y esfuerzo.

De su empresa patrimonial Pama e Hijos, S. A., nacen otras relacionadas con la instalación y explotación de máquinas y salones recreativos, salas de bingos y casino, explotaciones hoteleras, centro comercial, parque de atracciones, construcción, inmobiliaria y más. El grupo de empresas de mi padre llegó a tener unas catorce importantes sociedades, dando empleo a cientos de trabajadores.

En ocasiones, se ha solicitado la concesión a mi padre de la Medalla al Mérito en el Trabajo. Hoy, en este recuerdo de sus 90 años, lo traigo a colación, con la tristeza de que esas peticiones hasta el momento no han dado sus frutos.

Cuando por los años veinte, del pasado siglo, se creó esta distinción, se podían leer los méritos para la concesión: «Una conducta útil y ejemplar en el desempeño de cualquier trabajo, profesión o servicio habitualmente ejercido; o en compensación de daños y sufrimientos padecidos en el cumplimiento de ese deber profesional». Otros RR.DD fueron sustituyendo al primigenio: 711/1982 y 153/2022 de 22 de febrero. En definitiva, una concesión que premia el esfuerzo y sacrificios de una trayectoria personal y, en su caso, empresarial, y su proyección en bien de la sociedad.

Recordamos a nuestro padre en el día de su cumpleaños, en la esperanza de que, en algún momento, reciba, a título póstumo, el reconocimiento a la labor que realizó durante toda su vida.

No quisiera finalizar estas líneas sin referirme al que fue, durante años, director del Hotel Santa Catalina, emblema de nuestra ciudad, don Pablo Barbero Sierra, en su última visita. En la mañana del 22 de mayo de 2017, la familia Barbero, visitó el Hotel a fin de organizar la boda de su hija Paula. Mientras eran atendidos por personal del departamento de banquetes, don Pablo Barbero sufrió un desvanecimiento de cuyas consecuencias nunca pudo recuperarse. Desgraciadamente, casi tres años después, falleció el que durante tanto tiempo fue nuestro director y en sus últimos años un eficiente colaborador de Hotelera Nueva Canaria, empresa gestora del Hotel Santa Catalina.

El tiempo nos habla de coincidencias y, en esta ocasión, he de resaltar que este 22 de mayo, en que nuestro padre hubiera cumplido 90 años, se cumple, asimismo, seis años del desafortunado suceso que acaeció en un espacio del vestíbulo del Hotel que nuestro amigo y director conocía tan bien. Desde este recuerdo a nuestro padre, en su descanso eterno, que alcance también al que fuera, asimismo, su amigo y asesor, don Pablo Barbero.

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