Opinión | Reflexión

Covid persistente

El catálogo de sorpresas que nos ha dado el adenovirus Sars-CoV-2 es quizá más largo que el de las confirmaciones de lo previsto. Una de la más oscuras es el Covid persistente o de larga duración.

Los estudios sobre su frecuencia, características, pronóstico y causas son confusos entre otras cosas porque las series en las que se basan tienen formas diferentes de recogida y contabilización. La OMS incluye como síntomas más frecuentes de esta entidad, dificultad respiratoria, problemas de memoria, concentración o sueño, tos persistente, dolor torácico, dificultad para hablar, dolores musculares, perdida de olfato o gusto, depresión o ansiedad y fiebre.

Naturalmente, no debe haber una causa que pueda explicar los síntomas, de manera que todos los estudios han de ser negativos. Los síntomas aparecen dentro de los tres meses tras la infección, clínica o no, y para que se diagnostique como tal, deben durar al menos dos meses. Aunque todo parece indicar que la vacuna puede proteger, no está del todo claro.

No se sabe qué características de la infección por Sars-CoV-2 hacen más probable que el sujeto sufra un Covid de larga duración. Es posible que los que tienen una carga viral alta, que no siempre se corresponde con la gravedad de los síntomas, tengan más probabilidades de desarrollar más adelante el Covid persistente.

También la presencia de autoanticuerpos, esos anticuerpos que atacan a los propios tejidos como ocurre en el lupus o la artritis reumatoide. El virus de Epstein-Barr, un virus que logra infectar de manera silente a la mayoría de las personas y solo en algunas puede causar la mononucleosis infecciosa, permanece inactivo en casi todos los que invade. La idea es que puede despertarse con la infección por Covid y ser causa de esos vagos síntomas. También se menciona la diabetes tipo II y la obesidad como factores pronósticos, pero hay muchas dudas.

Llama mucho la atención la respuesta al ejercicio de las personas que padeciendo Covid de larga duración sufren disnea o fatiga. Al principio se atribuía a la falta de forma física debido al confinamiento y a la propia enfermedad. Y se recomendaba más ejercicio. Se tardó en reconocer que lejos de mejorar los síntomas, en muchos casos los agravaba. Y como se debe esperar, nada hay en los exámenes físicos ni en las pruebas complementarias que lo justifiquen. Se plantea así una incógnita que confirma las mil caras de este virus, su raro e impredecible comportamiento. Lo que ocurre, muy probablemente, es que el Sars-CoV-2 de alguna forma ha trastornado la respuesta fisiológica al incremento de demanda de oxígeno. Como saben los que encienden fuegos, aportar oxígeno es necesario para quemar, por eso se sopla: es el comburente necesario, en este caso para producir la combustión de la glucosa y la grasa y arrancarles así toda su energía.

Cuando se hace ejercicio, los músculos que se contraen con más fuerza y frecuencia, la necesita. Ávidos de oxígeno, mandan una señal para que todo el aparato cardiocirculatorio se acelere: se respira más rápido y más profundo para ingresar el aire que contiene el 21% de oxígeno, esas moléculas llegan a los alveolos, atraviesan su pared y la de los capilares para incrustarse en la de hierro que porta la hemoglobina del hematíe. Ya en la sangre, viaja hasta la célula muscular, entra y viaja a la mitocondria, la caldera de la célula.

Allí se une a la glucosa o la grasa, (menos frecuentemente a las proteínas o el alcohol) y produce la combustión hasta descomponerlas en CO2 y agua, una reacción que suelta grandes cantidades de energía. Pues el virus Sars-CoV-2, o sus subproductos o las reacciones inmunológicas que provocó, pudieron haber dañado los nervios que adecúan los vasos sanguíneos al caudal que precisan llevar, de manera que el aparato circulatorio no logra aportar la sangre a los pulmones para que se oxigene y a los músculos para que «ardan». Un trastorno que afectaría al sistema nervioso vegetativo y que podría también ser el responsable de las arritmias que sufren algunos pacientes, o de la falta de respuesta cardiaca al ejercicio o del ortostatismo: esa sensación de mareo al levantarse porque no se mantuvo el necesario flujo sanguíneo al cerebro.

Una pregunta que el ciudadano debe hacer es : ¿cuánto puede durar la enfermedad y qué se puede hacer para prevenirla y para curarla? Este es otro de los manifiestos fracasos de la medicina con el maldito virus. Nuestra misión, como médicos es diagnosticar, pronosticar e intentar curar: modificar ese pronóstico si el curso natural lo hace indeseable. Pues no sabemos diagnosticar la enfermedad Covid persistente, lo hacemos solo por exclusión, no sabemos cómo evolucionará y no hay tratamiento. Un ente mínimo, en el borde del ser, nos ha recordado que nos queda mucho por saber para poner la naturaleza a nuestros pies como creíamos que la teníamos con el imperio de la tecnología.

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