Tropezones

Breverías 115

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Lamberto Wägner

Abro mi periódico digital, un día como hoy, y esto es con lo que me desayuno.

«Asteroide en posible colisión con la tierra», «se enquista la guerra de Ucrania», «Trump apunta su candidatura a la reelección», «la gasolina roza el máximo precio del año», «la deuda del país se acerca al billón y medio», «Corea del Norte lanza tres misiles que sobrevuelan Corea del Sur» , «el casquete polar ártico se derrite mucho más rápido de lo que se temía», más una pléyade de noticias similares, que en realidad no son sino un déjà vu de las reseñas de días anteriores. Bueno, no del todo. Hoy de propina inesperada nos anuncian que un cohete chino fuera de control se va a estrellar en las próximas 24 horas, con una trayectoria incierta y un punto de colisión tampoco determinado, pero cuyo periplo lleva un trazado dibujado sobre nuestras cabezas.

En vez del café de todos los días , hoy me voy a tomar una tila.

*

Es uno de esos días en que casi te parecería natural recibir también una notificación de Hacienda. Lo que pasa es que hoy no hay peligro, porque es solo miércoles. Los avisos certificados, con acuse de recibo de la Agencia Tributaria son entregados indefectiblemente los viernes a mediodía. Ello para que el contribuyente, en virtud de la filosofía de la administración de «presunción de culpabilidad», tenga todo el fin de semana para arrepentirse de sus pecados.

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Como verán, he empezado el día con el pie cambiado. Y no es de extrañar. Hoy me toca dentista, para reparar las secuelas de un accidente de restaurante. Les cuento: me serví de una fuente una generosa porción de lustrosas aceitunas Kalamata que estaban riquísimas, y además deshuesadas. Lo malo es que no todas y al hincarle el diente a una que no lo estaba, su hueso me partió la tercera intermolar, la que los odontólogos creo denominan premolar num.13. Al acudir a la consulta, les conté lo que me había ocurrido, esperando de la doctora alguna señal de simpatía, de lamentación de «mala suerte» o similar. Pero no. Por el contrario me reprochó haber caído en la más vulgar y pedestre de las incidencias de rotura dental, la que por lo visto era causa del más alto porcentaje de visitas al dentista.

Vamos, que la fractura de dientes por morder aceituna con hueso era tan frecuente como las reseñas que vemos a diario en la prensa de «accidentes traumáticos domésticos», que suelen describir las caídas en el baño, con o sin bañera involucrada en el desaguisado.

De modo que están avisados: no se fíen de las aceitunas desarmadas: la más inofensiva puede llevar un hueso emboscado.

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Pero hete aquí que un incidente aparentemente sin importancia va a conseguir descarrilar este negativo tren de pensamientos.

Para ello ha bastado contemplar desde mi ventana una espectacular mariposa, libando de una lantana de mi jardín.

Porque se trata de una magnífica monarca, la emblemática mariposa americana: de unos colores cálidos y dispuestos con tal gusto y armonía que parecen dibujados por un consumado artista.

Más que una agradable apa-rición, acoger en mi hogar a una Monarch tiene algo de milagroso.

En primer lugar porque este hermoso insecto de colores anaranjados es ya un superviviente, habiéndose reducido su especie en un 80% en las últimas décadas, debido a la desaparición de su principal alimento vital, el algodoncillo. También por el abundante uso de insecticidas en las plantas. Aunque en cierto modo es este un inconveniente con retranca, pues si la mariposa consigue superar el envenenamiento y asimila la toxina, ésta se troca en antídoto, convirtiendo al insecto en alimento tóxico para sus depredadores naturales, que pronto aprenden a evitar la vistosa Monarca de su dieta cotidiana.

Pero es que tan sólo para sobrevivir la intrépida mariposa ha de mudarse cada año de norte a sur, desde su hábitat canadiense original hasta México, 3.000 km al sur, en un periplo que ni el salmón le envidiaría.

Y el milagro definitivo, el que me permite gozar de su presencia, es haber conseguido desplazarse, a lomos de providenciales vientos favorables, desde América hasta el sur de España, y como tengo el privilegio de admirar ahora, hasta las islas canarias.

¡Pero quién iba a imaginar que la visita de un bendito lepidóptero había de salvarme el día!

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