Reseteando

Golpismo y pornografía

Simpatizantes del expresidente de Brasil Jair Bolsonaro asaltan la sede de los poderes del Estado para exigir un golpe de Estado contra Lula da Silva

Simpatizantes del expresidente de Brasil Jair Bolsonaro asaltan la sede de los poderes del Estado para exigir un golpe de Estado contra Lula da Silva / CRISTIANO MARIZ/O GLOBO / ZUMA PRESS / CONTACTOPHO

Javier Durán

Javier Durán

De la toma del Palacio de la Moneda con la caída de Allende o el asalto de Antonio Tejero, dos casos de colapso democrático, a las escenas del Capitolio y Brasilia hay un trecho. En el primer caso, la conclusión la pone el suicidio (verificado científicamente) del presidente, con lo que el golpismo demostró su fuerza bruta, pero también aprovechó un drama personal para exhibir la cobardía y desesperación del sujeto perseguido. Algo abominable, pero dado por supuesto en mentes sanguinarias. En el segundo acto, queda abierto en canal el pánico a la Guardia Civil, cuerpo benemérito del temor que se personifica en la tribuna del Parlamento para subrayar el miedo. Frente a la potencia del ejecutor militar, estilo 18 de julio, emerge una turbamulta sin orden, escenográficamente en movimiento, que manosea y destruye los símbolos del poder obtenido en las urnas, y que monta una especie de performance para burlarse de un sistema armónico de convivencia. Al igual que en otros derrocamientos, existe un alto grado de enigma sobre qué está por venir o quién está detrás. La apariencia es importante: en el golpe militar, el grado jerárquico de los que están visibles da a entender que habrá un superior en la guarida o bien una trama civil. Ante un fracaso, queda el juego de las muñecas rusas, una matrioska oculta en otra. En las hordas contra Lula y Biden no están visibles los galones, aunque sí elementos vestidos con ropa militar de desecho en Brasilia, y disfraces de cornamentas, pieles de animales y vestimenta de cazadores en los EEUU. Un esquema libertario que aumenta la incertidumbre sobre la finalidad del propósito, y da pábulo a todo tipo de teorías y patrañas sobre quiénes se encuentran detrás de la algarada. Se podría decir que el impacto de la acción, inverosímil, destructiva y descarada, no tiene como objetivo una ejercicio del poder, sino una humillación de los mismos, una demostración de que no son nada en manos de quiénes lo conquistaron en las urnas. Una forma por tanto de vulgarizarlo y llevarlo al espectro de la cruda pornografía.

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