Realidad imaginaria

Diez años sin Gandolfini Soprano

Miqui Otero

No aceptaríamos, ni nos parecería verosímil, que el protagonista, un personaje verdaderamente carismático y especial, falleciera de un ataque al corazón en una ficción y, sin embargo, es algo que todos hemos tenido no solo que aceptar, sino asumir, en la vida.

Hace justo ahora diez años moría en la habitación 499 del Hotel Boscolo Exedra, en Roma, James Gandolfini. Choca ver ahora que solo tenía 51 años y, aún más, que cuando empezó a interpretar a Tony Soprano, esa especie de roble en camiseta imperio, no llegaba a los cuarenta.

En el Templo de las Cucarachas, el piso del Raval que compartía con mis amigos cuando teníamos veintipico, queríamos mucho a Tony, claro, y nos comunicábamos con frases de la serie. Para explicar, con cara picassiana de resaca, por qué habíamos acabado tan tarde la noche anterior, para fingir que había sido a nuestro pesar y que querríamos habernos marchado antes, soltábamos esa sentencia de El Padrino, que solía entonar Silvio: «When I thought I was out, they pulled me back in». Y luego la mejor amenaza de Tony: «La próxima vez no habrá próxima vez».

Llegamos a comprar el libro de cocina de Los Soprano y, para ver los capítulos, cocinábamos spaghetti alle vongole, que devorábamos vestidos con camisetas de tirantes antes de darle al play y encender habanos. El contagio era tal que después de una maratón de episodios recuerdo colgarle de malas maneras, o de mafiosos modos, el teléfono a alguien con una frase en un italiano manicomial (aún no sé si al otro lado alucinó una teleoperadora de Vodafone, el editor de alguna de las revistas donde colaboraba casi gratis o mi madre).

Tampoco sé si nos impactó más el final de Los Soprano, que debimos ver hacia 2008, o la muerte de Gandolfini, que nos sacudió cinco años después con aquel piso ya desmantelado. O, aún más, descubrir ahora que tenemos la edad de aquel padre de familia (y de La Familia) calvo y con cuello de secuoya.

Quizás por el primer impacto llegamos a ir a Nueva Jersey con mi chica poco después del final de la serie, para recrear esa críptica escena final. Pagamos la ruta de fans de Los Soprano, en la que un bus de HBO nos llevaba por diversas localizaciones. Un tipo, micrófono en mano al lado del conductor, regalaba anécdotas. Era, de hecho, un extra de la serie, que contó algo que me hizo pensar en que me daría más pena que muriera el actor que el personaje. Por lo visto, esos actores terciarios y esporádicos cobraban por frase. Algunas de las estrellas intentaban siempre regalarles otra línea. Por ejemplo, si ellos interpretaban a un camarero, Gandolfini improvisaba alguna frase (corto de café, quiero la carta en papel, lo que sea) para provocar una segunda réplica y que cobraran un pellizco más.

Fuimos también al Bada Bing, donde algunos clientes bebían bajo la norma booze or boobs (es decir, si las stripppers hacían top less no se servían bebidas). Cuando una amiga, que quería comprarse un tanga con el letrero del famoso local de la serie, dudaba entre la talla S o la M, el encargado del local le dijo: «Conozco tu cuerpo mejor de lo que tú conoces tu cuerpo. Es la S».

Dentro o fuera de la ficción

Era difícil, en ese momento, saber si estábamos dentro o fuera de la ficción, tal y como le coges cariño a un actor a través de su personaje célebre, del mismo modo que algunas abuelas arrean bolsazos a los intérpretes de los malos de telenovelas. Comimos aros de cebolla en el dinner de la última escena. Y, cuando acabó la ruta, bajamos del autobús y escuchamos un silbido: ahí estaba Vito Spatafore, o el actor que lo interpretaba (difícil ya saberlo a esas alturas), haciendo top manta. Vendía de tapadillo merchandising falso de la serie y aceptaba fotos. Aún deslizo el ratón de mi ordenador sobre una alfombrilla con el logo de Los Soprano. El trabajo del tiempo ha borrado el autógrafo, del mismo modo que hemos perdido los DVD, ya inservibles, que poníamos en aquel piso, pero no el recuerdo de Tony Soprano en camiseta imperio, de James Gandolfini en camiseta imperio, de nosotros en camiseta imperio. ¿Alguien le ha puesto vino blanco a las almejas con perejil? Sobró un culín de la fiesta de ayer.

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