Observatorio

Camisetas y empatía

Fue en la segunda mitad del siglo XIX cuando se organizaron en Europa y Norteamérica los primeros zoológicos humanos que pretendían mostrar a sus ciudadanos la diversidad y riqueza de los territorios que dominaban

Mario Vaquerizo

Mario Vaquerizo

Manuel Lorca

En 2007 se puso a la venta en Europa la tercera generación de la consola de videojuegos PlayStation, cuya carcasa se ofrecía en el tradicional color negro o en un innovador color blanco. Meses antes, Sony hizo publicidad de su nuevo producto en el Benelux con una campaña que, bajo el lema White is coming (Llega la blanca), incluía la distribución en grandes vallas publicitarias de un cartel protagonizado por dos mujeres de distinta etnia, en una escena cargada de violencia, donde los roles de ambas están bien diferenciados: agresivo y dominante el de la modelo de piel blanca; pasivo y sumiso el de la joven de piel negra. La imagen causó polémica y, ante el aluvión de críticas, Sony decidió retirar la campaña. ¿Por qué lo hizo? Porque comprendió que para amplios sectores de la población la escena evocaba situaciones de un pasado doloroso y aún cercano.

Fue en la segunda mitad del siglo XIX cuando se organizaron en Europa y Norteamérica los primeros zoológicos humanos. Su existencia solía integrar el programa de las grandes exposiciones que las potencias coloniales organizaban periódicamente para mostrar a sus ciudadanos la diversidad y riqueza de los territorios que dominaban. El objetivo de estos peculiares zoos era ilustrar al visitante en el modo de vida, costumbres y rituales de los pueblos primitivos que habitaban las colonias, supuestamente inferiores a los estándares occidentales. A tal fin, y dentro de un recinto previamente acotado, se construían falsos poblados indígenas adonde eran trasladados grupos humanos desde sus tierras de origen, cuyas actividades podían ser observadas por quienes pagaban la entrada al recinto. El desarraigo, la ausencia de intimidad y un clima muchas veces opuesto al que conocían, causaron estragos entre quienes fueron forzados a vivir, siquiera temporalmente, en condiciones de observación permanente. El último gran espectáculo de este tipo se inauguró en 1958, en la Expo 58 de Bruselas, junto a ese alarde técnico de acero y aluminio que es el Atomium. Reproducía un poblado congolés y a su entrada se ubicó una escultura del rey Leopoldo II, el mismo bajo cuyo reinado murieron millones de congoleños en condiciones de explotación laboral particularmente siniestras, que enriquecieron impúdicamente sus bolsillos. Habitaron ese poblado de ficción 700 nativos del Congo, de distintas edades, importados desde la colonia, a los que se vistió con atuendos primitivos. Las quejas que estas personas hicieron llegar a los organizadores de la exposición por el trato paternalista que recibían de los visitantes motivaron que el poblado congolés se clausurara antes de lo previsto.

Camisetas y empatía

Camisetas y empatía / Manuel Lorca

Data de 1904 una tarjeta postal impresa en Estados Unidos con motivo del día de San Valentín. La ilustración muestra a un niño y a una niña negros. Su autor aplicó a ambas anatomías los tópicos que sufría la imagen de los afroamericanos en esos años donde nada era políticamente incorrecto: labios exageradamente abultados, nariz aplastada, grandes globos oculares, cabello lanudo, indumentaria andrajosa… Son características que se repiten, una y otra vez, en tarjetas, cómics o productos publicitarios protagonizados por afroamericanos en la Norteamérica de entonces. En el ejemplo que nos ocupa, el niño protagonista come con apetito voraz una enorme rodaja de sandía. La presencia de esta fruta en la ilustración no es casual y tiene un significado simbólico, cuyo origen se remonta a los tiempos de la guerra civil, cuando los esclavos obtuvieron su libertad. Acabada la contienda, muchos, sobre todo en el sur, abandonaron las plantaciones y se dedicaron a cultivar y vender sandías, con el fin de ganarse el sustento. Los blancos de esos territorios, inquietos ante la nueva situación, hicieron de esa fruta tan común símbolo de la pereza, la suciedad y la estupidez que atribuían a los afroamericanos.

Es probable que los visitantes de los zoos humanos no advirtieran la humillación que sufrían quienes eran sometidos a un Gran Hermano no deseado durante las horas de apertura del recinto. Seguramente muchos de ellos recordarían tan solo las exóticas imágenes que habían tenido ante sus ojos durante el recorrido: mujeres y hombres negros semidesnudos, cuerpos pintados, extrañas danzas tribales… Y, sin duda, el enamorado que adquirió la tarjeta del negrito devorador de sandía solo vio en ella a una simpática pareja infantil. Sin embargo, parece obvio que los congoleños que trasladaron a la Expo de Bruselas se sintieron en algún momento vulnerables y que a los afroamericanos de la Norteamérica de 1904 los estereotipos negativos sobre su aspecto, personalidad y costumbres les hacían maldita la gracia por mucho que vinieran acompañados, a veces, de condescendientes palmaditas en la espalda si se mantenían dentro del marco que la sociedad blanca les permitía.

Todo esto viene a colación de la polémica generada estos días por las camisetas que han vestido en alguna ocasión dos de los componentes de Nancys Rubias, sobre todo la de uno de ellos, estampada con una reproducción del Valle de los Caídos y la frase «Una, Grande y Libre». No viene mal recordar aquí que el Valle de los Caídos, Valle de Cuelgamuros desde octubre de 2022, es un monumento cuya finalidad, según se recoge en el preámbulo del decreto firmado por Franco de 1 de abril de 1940 -donde se ordenaba su construcción- era recordar y rendir homenaje a «los héroes y mártires de la Cruzada», es decir, solo a los muertos del bando vencedor en la Guerra Civil. En cuanto a la frase «Una, Grande y Libre» es uno de los muchos lemas que empleó el régimen franquista, utilizado en círculos falangistas desde 1932, y cuyo significado deja pocas opciones interpretativas sobre la España que reivindicaban sus inventores: un país que rechazaba su propia diversidad, nostálgico de un pasado imperial moribundo e impermeable a la influencia externa. Lucir en nuestro país una prenda así es una cuestión de empatía, que, como sabemos, es la capacidad que tiene el ser humano para comprender los sentimientos y las emociones ajenas.

Un último detalle. España es, según The Economist y desde hace años, uno de los 24 países que integran el club de las democracias plenas. Los españoles formamos parte de ese 6,4% de la población mundial que, en 2022, disfrutaba de tal privilegio. Nancys Rubias pueden seguir vistiéndose como quieran sin problemas.

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