A fondo

Juventud, divino tesoro

El 20,6% de los jóvenes que trabajan (recuerden: menores de 30 años) «está en riesgo de pobreza o exclusión social». No me lo creo

Un grupo de jóvenes.

Un grupo de jóvenes. / Shutterstock

Juan Carlos Laviana

Juan Carlos Laviana

No sé si será por el vacío informativo de agosto, pero los pasados días el llamado asépticamente Balance del segundo semestre de 2022, elaborado por el más pomposo Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud de España (CJE), ha gozado de un privilegiado tratamiento en todos los medios. Y eso que el balance no ofrece una sola solución; se limita a decirnos lo mal que lo pasan los jóvenes españoles.

El gran titular con el que se encendieron todas las alarmas era: «La edad media de emancipación supera los 30 años». El informe concluye que el porcentaje de jóvenes que residen fuera de la casa de sus padres es del 15,9%, la mitad que sus vecinos europeos, donde casi uno de cada tres ya se ha emancipado. Un problema para los jóvenes, sin duda, pero nada se dice de la carga para los padres.

¡30 años es una barbaridad!, pensarán los padres, deseosos de que sus polluelos echen a volar. Y se acordarán de aquello de que el pobre bebé humano es el más débil e indefenso de todos los bebés del reino animal. Es más, el hombre (y la mujer, claro) es el único animal que bebe leche toda su vida y no solo durante la crianza. Por algo será.

Pasado el sofocón, vamos a ver, porque igual nos estamos liando. ¿Qué entendemos por joven? El CJE considera joven aquella persona entre los 18 y los 30 años. Uno se imagina a su padre a los 30 o, incluso, a sí mismo, y ni le ve ni se ve joven. No se preocupen, porque en España hasta pecamos de prudentes. En la Unión Europea el rango de edad de una persona joven llega hasta los 34 años. Pero vamos a ver, si hay abuelos de esa edad. Si mi padre, a los 30, no solo trabajaba, sino que ya había ido a la guerra, ya se había casado y hasta tenía un hijo, y mi madre había hecho lo mismo, salvo lo de ir a la guerra.

Vale, sí. Los tiempos han cambiado. Resisto la tentación y no haré comparaciones de los jóvenes de hoy con los jóvenes de antes. Pero, por impopular que resulte, estoy convencido de que, materialmente, ahora vivimos mejor que nunca, incluidos los jóvenes.

Sigamos con el informe del CJE –por cierto, financiado por el aún ministerio de Ione Belarra–. El 20,6% de los jóvenes que trabajan (recuerden: menores de 30 años) «está en riesgo de pobreza o exclusión social». No me lo creo. ¿Cómo es posible que casi nueve de cada diez jóvenes reconozcan ser gamers, usuarios habituales no sólo de videojuegos, sino también de plataformas como Spotify, Netflix, Disney o HBO? ¿Quién paga eso? ¿O es gratis?

Asegura la presidenta de la CJE, Andrea González Henry, que este año se han encontrado con «algo inusual». «Las personas jóvenes –sostiene– ya no se emancipan, lo hacen cuando dejan de serlo». En fin, que se les pasará el arroz esperando en casa de sus padres, dejarán de ser un problema del Consejo de la Juventud y, ya camino de los 40, seguirán siéndolo de su padres.

Denuncia el informe que «la gente joven que se emancipa ha tenido que moverse de provincia y que apenas un 10% de los que dejan el hogar residen en la misma provincia». Me pregunto: ¿desde cuándo es un problema la movilidad laboral? ¿No es bueno para todos que los jóvenes se muevan? Vivimos en el siglo XXI, en un mundo interconectado; siempre ha sido propio de la juventud buscar nuevos horizontes.

Otro problema que plantea el CJE es trabajar en lo que no se ha estudiado. Asumir trabajos alimenticios –inferiores a nuestra preparación– mientras se estudia tampoco es ningún drama. Muchos lo hemos hecho y muchos lo hacen con toda naturalidad en el mundo entero.

A veces da la sensación de que organismos como el CJE se comportan de forma paternalista con los jóvenes, con informes de carácter lastimero que no aportan ninguna solución a las dificultades que se encuentran cuando se hacen adultos. Lo que hay es que luchar contra los grandes problemas de la población en general, como son el trabajo (el doble de paro juvenil que la UE) y la vivienda. A los jóvenes hay que empezar a tratarlos como adultos, porque de lo contrario estaremos creando una sociedad infantilizada.

Entiendo que abandonar la juventud es duro. Que todos nos resistimos a envejecer, pero todo tiene un límite. Ya lo decía el poema de Rubén Darío: «Juventud, divino tesoro,/ ¡ya te vas para no volver!/ Cuando quiero llorar, no lloro/ y a veces lloro sin querer».

Suscríbete para seguir leyendo