Retiro lo escrito
Con el golpismo
Aznar no prodiga especialmente sus juicios o análisis en el espacio público, el golpista que no es golpista, por supuesto, lleva más de un lustro intentando destruir la imagen de España
Nunca simpaticé –más bien lo contrario– con la figura de José María Aznar. Mucho y malo podría escribirse sobre el presidente Aznar, muy particularmente, a partir de su segunda y última legislatura y su ridículo y al tiempo temible transformación en un neocon colega de los Bush por el Imperio hacia Dios o por Dios hacia el Imperio, como apuntaba Manuel Vázquez Montalbán. Pero ocurre que Aznar se ha pronunciado sobre esa pútrida y sobre todo estúpida amnistía que urden los psocialistas en varios despachos oficiales –empezando por los de la Abogacía del Estado– y el Gobierno ha sufrido el enésimo ataque de sinvergüencería irresponsable. Como en opinión de Aznar los ciudadanos españoles deberían manifestarse contra ese discutible proyecto de amnistía, el Gobierno ha decidido que la actitud de Aznar es propia de un golpista. Es decir, que Aznar está propugnando un golpe de Estado. Al mismo tiempo el Gobierno negocia con el individuo que intentó, quebrantando la Constitución y el Estatuto de Autonomía, desgajar Cataluña del resto de España, por lo que está procesado judicialmente. Un presidente constitucional que cumplió ocho años en el poder y se marchó es tratado como un golpista de ultraderecha, en cambio un golpista reclamado por los juzgados españoles, que se dio a la fuga encerrado en el maletero de un coche y al que el Parlamento Europeo retiró la inmunidad es un respetable socio potencial con el que se negocia, nada menos, que una investidura presidencial.
No es solo eso. Aznar no prodiga especialmente sus juicios o análisis en el espacio público, el golpista que no es golpista, por supuesto, lleva más de un lustro intentando destruir la imagen de España y su sistema democrático por toda Europa. España, según el golpista que no es golpista, es una suerte de Turquía pestilente al otro lado del Mediterráneo. Y aún más: el golpista que no es golpista ha proclamado, antes de sentarse a negociar, que no abandona su derecho a intentar de nuevo proclamar una república catalana unilateralmente, es decir, el golpista que no es golpista, por supuesto, ha manifestado claramente su voluntad de propiciar otro golpe de Estado cuando quiera, cuando pueda, cuando sea más fácil o más conveniente.
Generalmente uno no dice cosas como esta en las columnas, pero si se convoca en mi ciudad, o en la que quisiera que fuera mi ciudad, una manifestación contra la amnistía a favor de las autoridades catalanes que propugnaron e impulsaron el intento de golpe de estado de 2017 incluyendo dos leyes fascistas, la ley de referéndum y la ley de transitoriedad un servidor asistiría. Ya sé que a muchos les pareceré un criminal fascistoide, pero asistiría, incluso, aunque también participara en la misma el señor José María Aznar. Pues no ha compartido uno manifas con gente que le generaba una irreprimible antipatía, a los veinte como a los cuarenta años. Es más. Me parece una estupenda idea la apuntada por el señor Aznar. Una de las pocas cosas que cabe hacer, aunque su eficacia resulte extremadamente improbable. Contra una ley de amnistía para beneficiar a esos sujetos. Contra una quita sustancial de la deuda catalana con el Estado español porque nos perjudica a todos pero, muy especialmente, a las comunidades autónomas peor financiadas, como Canarias, que es la mía. Y, por supuesto, contra ceder un milímetro de soberanía ante aquellos que actúan como si la democracia parlamentaria fuera un juego de llaves para conseguir los objetivos políticos de una minoría sobre la mayoría dentro y fuera de Cataluña, y no como un conjunto de valores, principios y leyes que permiten una convivencia razonablemente imperfecta, tolerablemente liberal, compartidamente reformable.
Así que ya saben. Aquí estoy, bogando con el golpismo para que un golpista que no es golpista no decida el futuro del país en el que habito para que dos o tres mil cabronazos conserven sus poltronas un par de años más. Pueden apuntarme. Y dispararme progresistamente.
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