Objetos mentales

Espíritus transhumanos

Mesa de Educación en el Cabildo de Lanzarote.

Mesa de Educación en el Cabildo de Lanzarote. / CL

Antonio Perdomo Betancor

Antonio Perdomo Betancor

La educación de la que se espera tanto, apenas nos alcanza. Apenas es un grano de arena en un pedregal. Una vez y otra vez, debido a que los seres humanos llegan a la vida desprovistos de conocimiento útil y apropiado, para sobrevivir necesitan acumular conocimientos y sabiduría.

Sin ese bagaje la humanidad no sobreviviría. Por supuesto, cuenta con el importante apoyo de instituciones cuya intención no es otra que crear ciudadanos y hombres buenos. Pero incluso con las dotaciones presupuestarias adscritas y los recientes sistemas de formación y educación sus resultados son, a pesar de todo, insatisfactorios, o francamente malos. Pese a todo, no alcanza para proyectarnos como individuos y especie.

A poco que se analicen sus resultados, lo primero que destaca es que su relevancia es meramente superficial. Y su penetración epitelial. Para proyectarnos no alcanza a aquellos aspectos que potencialmente como seres humanos podríamos ser o llegar a ser.

A menudo, el área de seguridad y estabilidad neuropsíquica oscila con rapidez y se precipita por la pendiente de la inestabilidad y la confrontación, por lo que, como comunidad política, o sociedad, los seres humanos bordeamos el precipicio. Hasta que el azar deje de agraciarnos.

En la modernidad, en cada conflicto suenan las trompetas del apocalipsis y no se privan, ufanos, los representantes políticos de deleitarnos con su trompeteo. Al observar someramente los conflictos armados y las degollinas en Europa y Oriente Medio, algunos de sus episodios parecen propios de las snuff movies.

«¿Qué puede pensarse, entonces?». A lo que en primer lugar impulsa es pensar cómo aminorar o retardar esa predisposición humana ineluctable a la violencia. Por lo que se intuye, no es tanto una cuestión de educación ni de bienestar cuanto de «naturaleza». Por lo cual, aunque parezca antipedagógico, es absurdo insistir que sea una cuestión de educación que, aunque importante, no es tan esencial.

La historia ha demostrado que se puede escuchar a Wagner con el refinamiento de un melómano y al tiempo cremar a judíos o hacer saltar por los aires un tren de civiles en hora punta en la que, todavía somnolientos, acuden inocentes a su trabajo. Las líneas básicas para lograr una comunidad floreciente y con perspectivas de futuro hay que redescubrirlas por consiguiente en otras fuentes. En lo profundo de la «naturaleza» y en el atrevimiento humano. En la corrección y reparación misma de la «naturaleza» humana, no vayamos a creer inocentemente en su «perfección». Para allí, mediante ingenio, aportar abundancia donde hay escasez, o cuando por su condición natural se muestra avara de bien, aumentar lo que propiamente nos beneficia.

No nos alcanza el espíritu con los procedimientos actuales. Porque contra todo lo aprendido, los recursos humanísticos e idealizaciones canónicas de la tradición no han frenado los conflictos ni tampoco la barbarie ha depuesto sus pendones. Resulta penoso que los más audaces y sofisticados logros del espíritu humano se esfumen, mientras el fuego tecnológico incrementa la variedad del apocalipsis.

Si se acumulara la experiencia de la humanidad, habría alguna esperanza. Abriría la posibilidad de paliar o sortear ese destino. El nuestro es un destino que comienza en el kilómetro cero y sin experiencia previa de mal. Enfrentado a su particular big bang, y al mayor hándicap de la especie que es el silencio registral genético de sus espíritus excelsos. Con ese olvido registral, su acervo genético silencia la trascendencia y su paso por la vida se desvanece, ante la inmensidad geológica del tiempo.

Cada generación, cada individuo, o grupo social repite las mismas equivocaciones y repite las mismas experiencias, las que conducen a los mismos errores. Así trenzan una cadena infinita de repeticiones. Un observador exterior, si hubiera un observador extraordinariamente curioso y tuviese paciencia, con facilidad comprobaría lo previsible que somos. Con precisión atómica nos describiría. Por eso quizá Dios ya conoce el destino de cada hombre y sabe del momento en que cada hoja se desprende desde su pedúnculo y cae.

Es probable que la razón por la que una y otra vez repetimos promesas esperanzadoras sobre la educación y la formación lo sea porque, por de pronto, ignoramos otras alternativas. Admitamos que la educación y la cultura de la que se espera tanto, apenas ofrece poco, o muy poco. Admitamos que la cultura alude a una cultura ritualizada, pero errada; defendida a muerte, pero errada; glorificada pero errada. La cultura que merece atención es la que brota de las entrañas de la naturaleza cuando se la golpea en el yunque del discernimiento. Es a partir de esas flaquezas de una cultura errada, especialmente en este momento del destino humano, donde el espíritu transhumano se despliega más allá.

Pongamos como ejemplo la experiencia acumulada por la especie humana sobre la resolución de conflictos, o incluso los que pugnan en su interior. Pongamos por un instante la vista en las degollinas que actualmente nos atenazan. «¿Qué estrategias han desarrollado los seres humanos o la propia especie acerca de la resolución de conflictos armados?». La respuesta probablemente es: «Ninguna que sea eficaz». Antes esta constatación, escudarse en subterfugios apelando a la inexperiencia u otras excusas resulta infantil. No son los conflictos un hecho aislado que nos asalta por sorpresa. Somos el mismo conflicto que sobrepasa al espíritu humano, lo cual que, nos impulsa a probar el alcance de un espíritu transhumano.

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