Risas y fiestas

Los mayores

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Aida González Rossi

Aida González Rossi

Nos parecían una gente distinta de otro planeta totalmente extraterrestre, ¿verdad? Y cogimos la manía de escuchar sus conversaciones a través de las paredes para revolvernos la barriga con dos cosas: aburrimiento y estupor. Aburrimiento porque, si nos hubieran agarrado por los brazos y nos hubieran colocado ahí a beber café sin cesar, habríamos echado mucho de menos nuestros juguetes y nuestros brilli-brillis y nuestras cremas hidratantes de mocos. Estupor porque no entendíamos del todo lo que se decía y además no nos permitían entrar, ¿y será, nos preguntábamos, que no estamos capacitadas todavía, que nos tendremos que ir convirtiendo poco a poco en otras que sí lo estén sin duda?

Entonces, risas. Y por eso es que no son ustedes mayores ni nada parecido, y por eso es que tienen que arreglarse ustedes para (buche de café) poder crecer y beberse esto que, si aún tienen esas manitas, las eschaveta.

¿Qué es arreglarse para poder crecer?

Yo de niña era más valiente, más creativa, tenía más facilidad de palabra, ninguna idea se me resistía a vestirse de lenguaje y fundirse con las escupitinas que, ups, perdón, pero vergüenza pues no me daban tampoco. Aprovechaba mejor mi soledad y me relajaba más en compañía. Era capaz de enternecerme hasta que me sudaban los pies y después, cuando ya me apestaban de tantas emociones vividas, no sentía ningún asco: apreciaba su testimonio. Todas las cosas que ahora persigo con desesperación ya las tenía. Hoy encarno otras igual de valiosas, por supuesto, pero me pregunto si han sido construidas en ese esfuerzo de engurruñar los ojos para ver si llegaba ya el hacerme más válida, el tener unos brazos más largos y una vida menos reducida (recuerdo mirar los tanques de pueblos lejanos desde el balcón de mi casa, verles los brillos y los patos aunque me pareciera imposible desde ahí), o, por el contrario, en las cosas que me han pasado durante estos años. Es decir, ¿he mejorado por el crecimiento o por el tiempo?

Mi abuela suele contarme que mi madre decía y repetía y ultrarepetía que no quería crecer. A mí eso me traumatizaba, pues (moviéndome en una concepción de la maternidad bastante rígida, claro) pensaba: yo soy quien hizo que su miedo le cayera encima. Yo: PUMMM. Ella: AHHH. Un día se lo comenté a mi madre, las dos jartándonos a café, elixir de los mayores (GLUPPP), y su respuesta disipó mi culpa: pues yo siempre me he sentido la misma, grande o pequeña. O sea, siempre he pensado y sido igual, no me lo esperaba así.

Esto lo cuento siempre, no sé ni cuántas veces lo he escrito. Pero es que me calmó muchísimo.

Me hizo darme cuenta de que las identidades no se crean en las edades. No somos X y de pronto Y y X ya enterrada, presente solo en las olitas de la memoria, ay, qué risa esto, ay, qué tristeza aquello que menos mal por Dios menos mal que ya no me duele… Esas palabras de mi madre me han ayudado a vivir más tranquila. A veces vivir más tranquila es llegar a ciertas conclusiones que te hacen sobrepensarte menos y ya.

Las mías, en este sentido, son:

1) Si entrar en el espacio de los mayores es inevitable (nos obliga el tiempo), no tengo que rectificar nada mío para merecerlo.

2) Si así como pensaba de niña (+ volteretas y aprendizajes dados por las experiencias) voy a pensar también de mayor, puedo contar con todas mis ideas, todos mis temores, todas mis dudas. No tengo que discriminarlas según su grado de adecuación a lo que toca expresar ahora.

3) Nunca haré de menos las apreciaciones de una niña.

4) Nunca haré de más las de una persona adulta.

5) Perdonaré más y mejor.

6) A veces no perdonaré una mierda.

7) Nunca me tomaré el juego, lo divertido, lo placentero, lo gandul, lo irreverente, lo cochino, lo balbuceante… como algo secundario, fácil o inmaduro. Me lo tomaré como lo que es más difícil de defender en una vida construida para ocultarlo. Me lo tomaré como, así como lo comprendía de pequeña, la parte valiosa de existir, la esperanza frente a todas las tantas las terribles tan terribles cosas terribles.

8) No intentaré construir lo que soy basándome en los criterios de la edad. Me sabré como transversal a mí misma y siempre necesitada de cuidar mi dignidad. Me fiaré de lo que poco a poco me dé por ir edificando, pues no soy una figura acoplada a un molde sino alguien que pasa por etapas y debe ir viendo cómo esas etapas le van encajando. No necesito la directriz de «los mayores» para saber cómo es ser yo: todos estamos igual de perdidos y aburridos. Sí necesitaré lo que sea que el tiempo les haya hecho. A esos niños que sufren por encajar y por eso susurran y nos echan: no quieren, todavía, ahora lo sé (GLUPPP), hacernos eso.

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