Risas y fiestas

Eso no es deseo

Aida González Rossi

Aida González Rossi

Deseo, aprendiste a quitarme las costras. Me guiaste en el arrancarme la piel de la piel sin nadie mirando y todo el mundo dispuesto a echarme la bronca pero yo a por lo que sea que me entrecorte la respiración siempre, siempre. Ah. Aprendiste a escoger las mejores magdalenas, y a desmigajarlas y a tragarme incluso un fisquito del papel si hacía falta porque esos ciscos (curiosidad) me gustan (grito del corazón, pum pum) y me impulsabas la garganta y por eso digo tragarme tú a mí: a descolocar el lenguaje incluso en mí aprendiste, a ir a por la palabra que mayor gusto, a explotar peta zetas imaginarios con el imaginario frío que me tiembla el pelo. Aprendiste a despeinarme. Y enseñarme así mi verdadero yo.

Deseo, yo me aprendí en ti y aprendí a querer a tus mosquitas. Las mosquitas del deseo son las cosas que una va deseando. Es decir, los puntitos negros que se juntan para formar el enjambre del deseo, y lo que sucede con el deseo es que la forma del enjambre no se corresponde con las formas de las moscas. Las moscas posan para una foto y su conjunto tiene siempre otra pose, sonrisa, cara seria, cara seria, lengua por fuera dispuesta a lamer una pared,m y le imaginas un sabor pero te sorprende con otro.

Deseo, una cosa es lo hermoso de lo que prometes. Agua siempre cayendo. Placer infinito llevado en el bolsillo. Besos recordados para siempre.

Y otra cosa, deseo, es la violencia que ejercen en tu nombre. Uña arañando una uña que no araña.

Deseo, tú aprendes a hacer cosas en nosotras. Pero más aprendemos nosotras de ti. Por algo estamos obsesionadas contigo, ¿no? Por algo escribimos poemas sobre ti, por algo hablamos de ti entre nosotras como quien se cuenta un secreto tan privado que hasta la baba se cae del placer de compartirlo. Por algo disfrutamos de tus oleadas y por algo te convertimos en ternura y aprendemos a acariciar los cuerpos, a cobijarlos bajo la manta que somos, a atender sus identidades ocultas y ver lo que se le ve a lo que se deja hablar bajo la mejor promesa. Esa energía de: hasta el último cisco completo.

Desear nos enseña a mirar la belleza del mundo, y el deseo y el placer (mosquitas) nos enseñan que estamos en ese mundo tan bello para disfrutar, para comérnoslo todo y exclamar me supo y para disfrutar de nuestro derecho a vivir la vida más plena posible. Nuestro derecho a desarrollarnos con libertad y escucha y a formar parte de esa misma belleza que nos sobrecoge. Desear (mosquita) significa vivir mejor y pedir que por favor los demás vivan mejor porque de verdad así lo sientes y de verdad aprecias sus existencias.

Sin embargo, deseo (enjambre), todo puede pervertirse y es increíble cómo tu nombre puede subyugar. Alguien viola y en su defensa revolotean cuestiones como «sexo duro», «adicción al sexo». Es un discurso común y todas lo conocemos, de hecho recorre muchas de esas obras que buscan que empaticemos con los abusadores y sostienen así en su mecanismo gran parte de la cultura de la violación: la épica del abuso. La apelación al deseo, como si el deseo no fuera un dar, una luz, un dignificar, como si no existiera una ética tras él que debe hacer que nos replanteemos cómo y por qué deseamos. Como si el deseo no fuera susceptible de torcerse y fuera irrefrenable en su torcedura.

Nuestro deseo era limpio porque nos dignificaba, incluso cuando era sucio era limpio. Al crecer fuimos aprendiendo un discurso (enjambre) que poco tenía que ver con nuestros yoquieroyoentiendoyoaprecioyomeesfuerzo (zzzz). La cultura de la violación agarra nuestro impulso natural al placer y nos niega, a través de él, el placer mismo. Nos educa en las enseñanzas que le convienen a un sistema que cree ampararse en nuestro silencio y en nuestra conformidad, en nuestra concepción de lo que es normal o no lo es, en nuestra falsa identidad de seres no tan deseantes pero abocados a amoldarse a un deseo que se manifiesta de formas tan dolorosas, que debe aceptarse para satisfacer y gustar y porque así es el mundo y punto.

El problema no es el deseo, no es el sexo, no es el sexo duro, son los abusadores, son los discursos que nos fuerzan a desviar la mirada, que falsamente nos señalan para: tú eres parte del mecanismo.

No, no lo soy. Yo soy del deseo que libera y no del «deseo» que subyuga. Soy de respetar las promesas que el placer les hizo a les otres y las que me hizo a mí. De la ternura y la sororidad. Y ustedes son de enturbiar lo limpio, y por eso (y por tantas otras cosas más) no vamos a escucharles.

Eso no es deseo.

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