Reseteando

Anciano, pero con botón nuclear

Un imagen de archivo de enfrentamientos entre Israel y Líbano durante la guerra de Gaza.

Un imagen de archivo de enfrentamientos entre Israel y Líbano durante la guerra de Gaza. / EP

Javier Durán

Javier Durán

De la geostrategia bélica y la competitividad armamentística de Ucrania, Israel o Hamás hemos pasado a especular sobre la capacidad mental del presidente de la gran potencia mundial. El fiscal Hur exime a Biden de un delito en la custodia de documentos confidenciales, pero cuestiona su fortaleza y agilidad intelectual para afrontar los retos a los que se enfrenta: no considera que sus 81 años sean una garantía de estabilidad para sus súbditos, ni tampoco (interpreto) para todos los países, entre ellos España, que se ven atados a las relevantes decisiones que toma la Casa Blanca. El controvertido y geriátrico asunto se incorpora por la vía galáctica a la pugna electoral, tanto para buscar a todo gas un relevo al mandatario demócratra, o bien para defender su lucidez frente a la bipolaridad destructiva de Trump. Una apuesta, en todo caso, resbaladiza: el republicano está en los 78 años.

La disputa pone sobre el tapete el edadismo, la discriminación por edad y la supuesta pérdida de facultades de las personas afectados por el desgaste del tiempo para tomar determinadas, ninguna o alguna decisión. En un mundo doblegado a las contraseñas para acceder al ciberspacio o a necesidades tan comunes como una cuenta bancaria, el olvido o un mero lapsus temporal puede resultar definitivo. El entorno del perjudicado acuerda entonces traspasar su capacidad legal a otros a través de un poder notarial. Nadie ha certificado que esa personas se encuentren presas de un deterioro cognitivo. Pero rige la cautela.

El puntilloso fiscal Hur le preguntó a Biden sobre la fecha de la muerte de su hijo por un tumor cerebral. Erró. El jurista constató, asimismo, que confundía al presidente de México con el de Egipto. Estas conclusiones, entre otras, han enfurecido al presidente, que rechaza su bajo rendimiento cerebral y ve animadversión contra su persona. Los republicanos, sin considerar que Trump no es ya ningún mozalbete, se han lanzado como locos para convertir el supuesto déficit del demócrata en un acicate para descabalgarlo de la pugna electoral. Visto a vuelo de gaviota, se trataría entonces de que los estadounidenses tendrían que optar entre un anciano decrépito y un candidato también en la ancianidad, pero con turbulencias psicológicas.

Pese al oportunismo electoral, no deja de inquietar que el país mas poderoso del mundo se encuentre en la disyuntiva de elegir entre un desmemoriado y un personaje errático. Y que uno u otro deberá enfrentarse a diestro y siniestro contra los designios de otro sujeto tan dudoso como Putin, con 72 años y subido al tren de la megalomanía con las repercusiones ya conocidas. O a Netanyahu, que con sus 75 está enfrascado en su genocidio contra los israelitas.

No son catedráticos eméritos a los que se les va la bola en clase y empiezan a hablar en voz alta de su primer amor, ante un auditorio anonadado. Ni tampoco son los conductores a los que se les nubla el cerebro y cometen la imprudencia de circular en dirección contraria. No, hablamos de un poder que puede apretar el botón de la guerra nuclear, desatar una conflagración mundial o invadir un país con una matanza jamás vista. No, no se trata del anciano que se confunde y se toma las pastillas que no le corresponden. No, no tiene el mismo valor un apagón neuronal momentáneo en una persona a la que le ha delegado la autoridad para hacer y deshacer en la cúspide, que el señor, digamos, que sólo aspira a cobrar a final de mes su pensión de jubilación y que se ve acosado por un edadismo bastante discriminatorio. Biden, Putin, Trump o Netanyahu, en cambio, si merecen un edadismo que investigue sus facultades. Aunque lo más tranquilizador sería que se retirasen y dejasen al planeta en paz.

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