Opinión | Punto de vista

Aniano Manuel Hernández Guerra

La gran retirada

La pensión no contributiva de jubilación

La pensión no contributiva de jubilación / La Provincia

En los últimos diez años han pasado a la jubilación algo más de un millón de trabajadores en España. De forma añadida, en los próximos diez años, habrá en nuestro país un aumento de dos millones seiscientas mil personas mayores de 65 años. Repito, aumento, es decir, nuevas personas que alcanzarán la edad de la jubilación. Se está produciendo la enorme fuga del mercado de trabajo por parte de los babyboomers, gentes cuantiosas que nacimos entre finales de la década de los cincuenta, y principios de la de los setenta. Nunca antes había pasado a la inactividad tanta gente como ahora. Este fenómeno de envejecimiento se produce al mismo tiempo que la economía española consolida su crecimiento, expande su potencialidad turística, y madura su tendencia hacia una economía avanzada de servicios, por tanto, ávida de fuerza de trabajo. A la vez, y como no veíamos hacía tiempo, se ha producido una considerable incorporación de jóvenes (16 a 29 años) al mercado de trabajo en la última década: más de setecientos mil, que no llegan a cubrir las vacantes que deja la gran retirada de los que se jubilan. Este es el principal nudo de tensión del mercado laboral español actual. Bien es cierto que, ahora mismo, las condiciones laborales y los salarios de estos jóvenes no son tan favorables, como cabría esperar en nuestro entorno europeo. Aun así, es claro que el envejecimiento de la población y el desarrollo económico están consiguiendo un reemplazo de la fuerza de trabajo, cuantitativo y cualitativo, muy considerable. Tan importante como el de los años noventa, que impulsó el despertar económico del país, cuando millones de jóvenes aprovecharon y se incorporaron al trabajo. Pero, en este nuevo ciclo, lo que resulta sorprendente es que la gran mayoría de los jóvenes ocupan puestos técnicos y profesionales, mujeres y hombres, con lo que se va a producir una subida de varios escalones de la generación que reemplaza. Puede que el ascensor social esté reiniciándose en el país, y que el futuro inmediato depare un escenario socio-económico inverosímil, por favorable. Y es que, mientras que los que ahora se jubilan eran mayoritariamente trabajadores de los servicios (personales), y de ocupaciones elementales, los jóvenes que se incorporan desempeñan puestos que requieren altos conocimientos y habilidades técnicas. Visto en perspectiva, estaríamos en un proceso de modernización y tecnificación de la estructura socio-económica, que dotará de mayor calidad-dignidad al empleo, y de mayor productividad a la empresa.

En el momento de la transición en que estamos, observamos una señal evidente del desajuste: la oferta de trabajo (empresas), no encuentra suficientes demandantes de trabajo (trabajadores). Un desequilibrio que no ocurre solo en los sectores del turismo y la construcción, también es notable en muchos otros: agricultura, logística y transportes, informática y telecomunicaciones… Diríamos que el déficit de trabajadores se hace transversal, se extiende por el tejido productivo, una situación que, con esta intensidad, no se veía desde los años expansivos de los noventa del siglo pasado. Pero la diferencia es que ahora el crecimiento económico no es solo de la actividad turística, sino de muchas otras actividades productivas: servicios profesionales a las empresas, sanidad, educación, servicios sociales, industria manufacturera, actividades artísticas y de entretenimiento… ¿A dónde nos lleva este desajuste entre la oferta y la demanda de trabajo? Necesariamente, a la mejora de las retribuciones salariales y de las condiciones laborales de los trabajadores. Hasta ahora, la precarización del empleo derivaba de una oferta limitada de trabajo (empresas), para una amplia demanda (trabajadores): semejante relación perjudica a estos últimos, que han padecido salarios bajos, horarios indignos, y conciliaciones imposibles. En el nuevo contexto, las empresas españolas tendrán que mejorar las condiciones laborales si quieren animar a los desencantados, y también si quieren atraer a los asalariados más competentes, más motivados, y más honrados. Con ello, el conjunto de los trabajadores se verá favorecido, y quizá pronto podamos comparar el nivel de vida (y el poder adquisitivo) de España, con los países avanzados de Europa, o al menos, con el promedio.

La gran retirada de los que se jubilan se convierte en una buena oportunidad para que sus hijos, en la treintena o veintena, desarrollen un itinerario laboral en condiciones favorables para un proyecto de vida independiente, responsable y feliz. Para que tengan viviendas dignas, y construyan relaciones amorosas y familiares confortables. En la otra parte, la empresa tiene que tomar nota, y darse cuenta que la economía española entra en la senda de la calidad en sentido amplio, es decir, en generar la máxima satisfacción posible al mayor número de interesados: clientes, proveedores, consumidores, y trabajadores. Estos últimos lograrán la motivación laboral, junto al compromiso con los objetivos empresariales, siempre y cuando los salarios y las condiciones de trabajo sean justas. En los últimos decenios no ha habido una relación armoniosa en el binomio empresa-trabajo. La empresa ha valorado el trabajo como si fuera una mercancía (cuanto más barato y abundante, mejor), en vez de considerarlo un factor humano, que va más allá del puro interés económico. (Al fin y al cabo, es la economía la que debe amoldarse al concepto de trabajo que queremos, y no al revés). Como consecuencia, el trabajador se hizo irresponsable, y sus tareas se convirtieron en indeseables. Pues quizá con la gran retirada, cuando ya no haya tanta abundancia de trabajadores baratos, como hasta ahora, quizá entonces entremos en la senda que conduce a la modernización y tecnificación, a la satisfacción laboral, a la mayor productividad, quizá lo hagamos asumiendo responsabilidades conjuntas, empresas y trabajadores, por una vez.