Opinión | Retiro lo escrito

El insultado

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. / EP

Recuerdo con estupor la tarde, hace cuatro años más o menos, en la que me encontré a algunos militantes socialistas indignados en una terraza santacrucera. Alguno parecía incluso furioso. Les pregunté qué ocurría. «Es que han llamado mentiroso al presidente». Confieso en que tardé unos segundos en entenderlo. El presidente era Pedro Sánchez y estos militantes –todos magníficas personas– estaban indignados porque le llamaban mentiroso. Ah.

La mayor de las mentiras de Pedro Sánchez y su régimen dialectal es presentarse como el político español más vituperado de los últimos cuarenta años. Por supuesto la campaña de insulto y escarnio la ha propulsado y mantenido el PP; ya se sabe que la gente de izquierdas no insulta, ni descalifica, ni desprecia jamás al enemigo, perdón, al adversario. La pretensión de Sánchez es ridícula. He puesto el dedo al azar en archivo digital de El País y, caramba, me ha salido una información sobre el 20 de noviembre de 1978. Los ultras se manifestaban en la plaza de Oriente para exaltar la memoria de Franco, muerto apenas tres años antes. Varios miles de fachas estuvieron media hora llamando hijo de… a Adolfo Suárez para expresar después su deseo de llevarlo al paredón codo con codo con el general Gutiérrez Mellado. Un simpático carlista explicó en un florido discurso que Suárez –elegido democráticamente presidente del Gobierno año y medio antes– «gobernaba con ETA» (sic) y que por eso ETA «mata todo lo que quiere». ¿Y Felipe González? Hace ya tiempo Luis María Anson reconocía que un grupo de periodistas y medios de comunicación habían llegado a principios de los años noventa «al límite mismo de conculcar las leyes» para evitar la continuidad de González en el poder. Por supuesto se le llamó asesino, ladrón, corrupto, manipulador, vendido, canalla, terrorista. Aznar (es una rapidísima antología) fue tachado de franquista, farsante, ignorante, idiota, analfabeto, podrido, señorito falangista, ridículo, belicista asesino, marioneta, rencoroso, resentido. Rodríguez Zapatero ejerció como «un idiota solemne», según expresión de Mariano Rajoy. Ah, Rajoy. Quizás junto a González ha sido el presidente más insultado, y sin duda el más ridiculizado. Lo que ocurre es que con una habilidad enigmática asimila el ridículo y lo convierte en un rasgo propio, jocundo, divertido. En el primer debate electoral que mantuvieron, Sánchez, el pobrecito vapuleado por la fachosfera, lo llamó indecente en la cara. Y no durante un encendido intercambio de dicterios, sino en su primer turno de intervención: «Un presidente debe ser una persona decente y usted no lo es».

Ignoro como la gente puede gestionar su memoria tan libérrimamente para seleccionar que quiere recordar y lo que no. Sospecho que solo perteneciendo a una iglesia lo puedes hacer sin dificultades, y que a esa condición eclesiástica han venido a parar el PSOE y el PP. Si escribiendo crónicas parlamentarias yo empleara ciertas expresiones y palabras que utilizó maravillosamente Wenceslao Fernández Flórez cuando gobernaba Eduardo Dato a buen seguro me habían empapelado en un juzgado. Pedro Sánchez no es ninguna víctima y sí un cínico extraordinariamente versátil. Se me antoja casi repugnante esta indignación postiza, pero entra dentro de su estrategia política: la extrema derecha (y todo es extrema derecha, salvo las derechas independentistas) va a por él pero Sánchez es valiente y seguirá cuidando de nosotros y de la democracia, que sin él caería huérfana bajo las pezuñas del franquismo. Si hace falta se va y se fotografía con un montón de huesos de asesinados por el fascismo hace casi ochenta años. Porque no basta, por supuesto, que anuncie que su Gobierno defenderá en los tribunales españoles y europeos su ley de memoria democrática (¿cómo puede ser la memoria democrática o antidemocrática?). Tiene que convocar las cámaras para grabar su dolorosa pero inalterable determinación frente a una bandeja con un surtido de calaveras.

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