El eco de los pasos resuena en el pasillo de llegadas del aeropuerto de Gran Canaria a primera hora de este sábado. La sensación de vacío es palpable en las instalaciones, mientras a cuentagotas van saliendo de la sala de recogida de equipajes los viajeros, con caras de preocupación que se tornan en alegría al ver al otro lado a los familiares. También para estos, que aguardan con ansia la llegada de los suyos, están siendo unos días complicados en los que la incertidumbre campa a sus anchas a la espera de saber con claridad qué hacer y cuándo esta pesadilla quedará como un lejano recuerdo de aquel 2020 en el que un virus chino sacudió los cimientos de la sociedad. Todo ello a la espera de una decisión del presidente del Gobierno central, Pedro Sánchez, sobre si se cerraba finalmente el tráfico aéreo o no, algo que de momento no se producirá.

Los minutos pasan, mientras el sol entra poco a poco por la cristalera del aeropuerto. Un lejano transeúnte mira por los ventanales hacia la pista. Espera a uno de sus familiares, cuyo vuelo se ha demorado. Quienes llegan de Barcelona o Málaga han salido con retraso de sus destinos, por lo que quienes aguardan están algo impacientes. "Ya nos había avisado que llegaba algo más tarde, pero hemos venido a la misma hora que estaba previsto", comenta una madre a otra con quien ha entablado conversación en la terminal.

Mientras esperan la llegada del vuelo procedente de la Ciudad Condal, otros dos que llegan desde Madrid aterrizan. Ambos iban "casi vacíos", según los testimonios de sus viajeros, algunos con mascarilla, otros sin ella. "No ha habido ningún control especial en Barajas, no nos han dicho nada, y algunos trabajadores no tomaron precauciones", explica Sofía Álvarez, una estudiante que decidió el viernes volver al Archipiélago ante el estado de alarma decretado por el presidente español.

Lo mismo pensó Elena, cuya madre Isabel transita por la terminal de llegadas. Su vuelo desde Barcelona llega casi media hora más tarde de lo previsto. "Hasta ayer (el viernes) no se decidió a venir, y lo hizo cuando Pedro Sánchez decretó el estado de alarma, y ya le dijeron que se suspendían las clases del master que cursa", explica. Su hija está en pleno periodo de exámenes y trabajos finales, por lo que está algo inquieta con lo que pasará con sus estudios. Admite que, tanto ella como su marido, no estaban tan preocupados por Elena, ya que es una chica "sin patologías previas", pero que ella misma sí lo estaba por sus abuelos paternos, que viven en la capital catalana y con quienes tiene cierto contacto, por lo que prefirió coger cierta distancia.

Antes de subirse al avión, relata su madre, Elena les escribió para comentarles lo sorprendida que estaba de ver tanta gente con mascarilla por el aerpuerto de El Prat, sobre todo muchos turistas que, ante la situación que se avecina en España, decidieron volver a sus hogares. En su caso, el vuelo de solo ida hacia Gran Canaria no le salió caro, a pesar de haberlo comprado menos de 24 horas antes de emprender el viaje. Esta es una situación que se repite entre el resto del pasaje que optó a última hora por venir a las Islas.

Muchos lo hicieron al pensar que, con el estado de alarma, se limitaría el tráfico aéreo en el país. De hecho, Sánchez anunció que la capacidad de las aeronaves que cubran trayectos dentro del territorio nacional se reduciría a la mitad.

Por su parte, Jorge Marrero y su mujer se encuentran tranquilamente esperando cerca de un mostrador de alquiler de vehículos. "Mi hijo quería quedarse en Salamanca por precaución, pero al cerrar la Universidad, le comentaron que era posible que cerraran también su colegio mayor, así que tuvo que venirse", puntualiza. Ambos tenían un poco de miedo porque, para llegar a la Isla tenía que pasar por la capital de España, donde podía contagiarse. "Buscamos otras opciones, como Vigo u Oporto, pero las conexiones eran muy largas, de más de nueve horas, porque no tenía formas directas de ir a ninguna de esas ciudades desde Salamanca", agrega.

Los padres admiten que en la ciudad castellanoleonesa, donde hay una veintena de casos confirmados, hubiera sido más difícil que se contagiara, pero que al tener que pisar Madrid para regresar, esas posibilidades se multiplicaron exponencialmente. Por ello, tienen claro que le harán una pequeña cuarentena durante los próximos días como medida preventiva por si se ha infectado con el virus de Wuhan. Y es que toda precaución es poca ante esta situación de crisis.

De Buenos Aires a La Paz

En el vuelo procedente de Barcelona también viaja un joven militar que se encuentra cursando estudios castrenses en el cuartel de Zaragoza. Su madre y la pareja de esta charlan para aligerar la espera. "Lo que sentimos es una preocupación un poco generalizada, lo que siente más o menos toda la ciudadanía", reconoce su progenitora antes de apartarse para escuchar el audio que le envía desde dentro del avión su hijo: "Ya he llegado, todo bien".

Para Denis, la pareja de esta madre, la incertidumbre está servida con esta situación, y apunta que el joven ni siquiera sabe cuándo podrá volver a incorporarse al cuartel. "Tenemos que colaborar todos, porque si no, no vamos a salir de esta situación", agrega. Para él, que fue taxista hasta hace apenas unos meses, la primera medida que debieran tomar todas las personas es "quedarse en casa", y proteger a todos los niños y mayores. Lo que no puede pasar, insiste, es que el Gobierno recomiende por un lado el mantenerse en las viviendas salvo que suceda alguna emergencia y, mientras tanto, haya gente que saque a sus hijos al parque sin ningún tipo de control ni responsabilidad hacia los demás.

Mientras tanto, dos jóvenes aguardan unos pocos metros más allá a que su madre saliera cargada de maletas después de un largo viaje en el que partió desde La Paz, en Bolivia, haciendo escala en Madrid. Al relatar que no tuvo que pasar ningún tipo de control en Barajas, sus hijas se quedan ojipláticas: "¿En serio?", preguta una de ellas. Su progenitora, para calmarlas, les asegura que los trabajadores del aeropuerto madrileño llevaban mascarillas para atender al público como medida de prevención. Ella misma porta una tras salir del aeroplano.

Igual que ella, Marcio, un estudiante que cursa su formación en Madrid y que decidió regresar a Gran Canaria al suspenderse las clases para pasar la cuarentena con su hermano. Según afirma, vio mucha menos gente de la normal en el aeropuerto de Barajas y, como el resto de viajeros, no tuvo que someterse a ningún control especial ante la situación de alarma generada por el coronavirus. "El avión venía medio vacío, pero casi todos llevábamos una mascarilla", señala.

De hecho, unos padres argentinos instaron a su hijo a que la llevara puesta en todo momento durante su viaje. El joven había marchado a Buenos Aires y, "antes de que se limitara el libre tránsito" en España, decidió regresar a la Isla y adelantar sus planes. Sus padres cuentan que en el país sudamericano tampoco quedaban mascarillas, ya que, como aquí, la ciudadanía ha terminado con las existencias en la mayoría de farmacias y puntos de venta habituales. No obstante, una pasajera que conoció en el aeropuerto bonaerense le brindó una que tenía de sobra.

Estos progenitores también aseguran que se quedaron "mucho más tranquilos" al saber, tras un mensaje enviado antes del despegue, que el vuelo entre Madrid y Gran Canaria "no venía casi nadie". Había mucho espacio entre asiento y asiento, por lo que el riesgo de contagio, entienden, es menor. Tras unos minutos de espera, al final se produce el ansiado reencuentro. Mascarilla en el rostro y con una pequeña maleta de mano, el joven aparece tras las puertas que separan la zona de recogida de equipaje del pasillo de llegadas y se funde en un abrazo con sus padres. Y es que, cuando la tensión de apodera de una persona, no hay precaución ni medidas de contacto personal que valgan. El amor vence a las flaquezas de la mente humana.