Un carrusel vacío

De mariposas y alfileres

Nos empeñamos en descifrar cada una de nuestras emociones, en nombrarlas, incluirnos en grupos basándonos en clasificaciones que ofrecen una falsa confianza

Ilustración para De Mariposas y alfileres

Ilustración para De Mariposas y alfileres / Texiade

Marina Casado

Marina Casado

Hace unos días, encontré en un diario nacional un artículo titulado ¿Eres un sociópata? Averígualo con este test. Lo que me sorprendió no fue la publicación en sí, sino que esta apareciera en un medio de comunicación serio. No me hubiese extrañado verla en una revista destinada a un público adolescente o en un canal de Instagram, mezclada con otros test como ¿Qué personaje de Harry Potter eres? Desde luego, el objetivo de generar curiosidad en el lector lo cumplía perfectamente. «Le ofrecemos un psicotécnico para dilucidar si usted va a convertirse en un asesino en serie», le faltaba añadir.

Dejando a un lado la broma, el autor del artículo se apresura a aclarar que el término «sociópata» está mal entendido, popularmente, porque no equivale a «asesino en potencia», sino que se trata de un trastorno de la personalidad que solo en algunos casos desemboca en lo primero. Más adelante, explica que el test «no sustituye en modo alguno la valoración de un profesional médico». Entonces, ¿por qué elegir ese titular morboso? El cuestionario sirve, según el periodista, como aproximación a un diagnóstico, y ha sido elaborado por especialistas. Es decir, que, dependiendo de tu resultado, tendrás que plantearte consultar a un psiquiatra. Resulta extraño imaginar una situación en la que una persona aparentemente normal lee este artículo, realiza el test mientras disfruta del primer café de la mañana y llega a una conclusión sorprendente: que tiene todas las papeletas de ser un sociópata.

La sociopatía implica una tibieza en el terreno sentimental, ausencia de empatía, dificultades para construir relaciones sociales. Presupongo que una persona con estas carencias ya habrá podido averiguar, en algún momento de su vida, que existe una cierta anomalía en su ser, haya acudido o no a un psiquiatra.

Pero la existencia de este tipo de cuestionarios es una demostración del afán contemporáneo por etiquetar nuestros perfiles, nuestros comportamientos y caracteres. Si te emocionas con facilidad, eres una «PAS2 (Persona Altamente Sensible). Si a la hora de enamorarte te atrae más la inteligencia que el físico, eres «sapiosexual», y «demisexual» si necesitas tener una confianza en la otra persona, conocerla lo suficiente, antes de poder mantener relaciones sexuales con ella. Y yo que creo que eso va más con la personalidad, con el ambiente en el que te has criado, con los acontecimientos biográficos que te han ido configurando. No es equivalente a la orientación sexual –ser heterosexual u homosexual–, y nombrarlo así casi lo sitúa al mismo nivel.

Toda la vida lleva repitiéndose la situación de conocer a alguien en el terreno sentimental y que de repente deje de dar señales, porque su interés ha remitido, pero ahora hablamos de «ghosting». O aquella otra en la que una persona te hace caso de manera intermitente, que «ni come, ni deja comer». Lo que siempre se ha llamado «ser como el perro del hortelano» ahora es «breadcrumbing».

«Ocho señales que mostrarían que tu pareja te está engañando», reza otra página. A mí esto me suena al horóscopo, cuando menos. ¿Cómo es posible teorizar sobre sentimientos de esa forma tan brutal, hacer afirmaciones categóricas sobre relaciones y personas, igual que si estas pudieran etiquetarse y pincharse con un alfiler en la pared?

Las relaciones humanas son la cosa más compleja del mundo; dependen del carácter de cada persona implicada, de la situación… Diez señales de que te estás enamorando sin notarlo, es el fascinante título de otro artículo. Y me pregunto: si estás predispuesto a leer algo titulado de esa manera, ¿no será que una ligera sospecha sí tienes? ¿De verdad alguien es incapaz de identificar no ya sus sentimientos amorosos, sino de mera atracción? Creo que todos podemos ser conscientes de cuándo una persona nos atrae, aunque nos neguemos a profundizar o a perfilar ese sentimiento. ¿Por qué sería lógico pensar que una página va a descubrirnos si estamos o no enamorados? ¿Acaso todos nos enamoramos de la misma forma? ¿Hay unas directrices de cómo enamorarse?

Vivimos en la era de las listas, de los test, de las evidencias tangibles. Nos empeñamos en descifrar cada una de nuestras emociones, en nombrarlas, incluirnos en grupos basándonos en clasificaciones que ofrecen una falsa confianza, una seudociencia, un refugio de la incertidumbre. No somos capaces de creer en la indeterminación de algunas cosas, de comprender que, precisamente, las más bonitas de la vida son imposibles de analizar: el arte, el amor, el corazón humano. Y nos abandonamos, como mariposas con las alas atravesadas, a la seguridad de las etiquetas.

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