Comercios históricos de Las Palmas de Gran Canaria

Siete décadas y cuatro generaciones: descubre el bodegón que aúna historia y modernidad en Las Palmas de Gran Canaria

El bar Pachichi comenzó como una tienda de aceite y vinagre y progresivamente pasó a servir comida y copas

La cuarta generación gestiona el local que lleva 78 años abierto

Bar Pachichi, en Las Palmas de Gran Canaria

Juan Carlos Castro

El bodegón Pachichi va por la cuarta generación y tiene, nada más y nada menos, que 78 años en Las Palmas de Gran Canaria. A pesar de su longevidad el bar sigue en su mejor momento después de ampliar hace diez años su plantilla y superar crisis como la de la Covid-19. El actual dueño, Samuel Rivero, considera que el éxito del negocio ha sido su atención familiar y el sentido del precio justo. «Tenemos un trato cercano y no vemos al cliente como una cartera con patas», apunta.

El bar comenzó como una tienda de aceite y vinagre fundada por Juan Rivero, el bisabuelo de Samuel. El hombre viajó a Cuba como tantos otros canarios en busca de un futuro más próspero. «Aquí no había nada de trabajo y no tenían casi ni para comer, así que se fue a la aventura», cuenta. En el país caribeño trabajó en un hotel y nada más reunir suficientes ahorros volvió a Gran Canaria. El dinero lo invirtió en abrir la tienda, con una pequeña barra donde los clientes echaban el enyesque mientras esperaban por su pedido. 

Transformación a bodegón

Rivero escogió la ubicación porque el local está cerca del puerto y su intención era dedicarse al transporte y venta de mercancía. Sin embargo, lo que comenzó como un picoteo fue dándose de sí hasta que de la tienda de aceite y vinagre no quedó nada.

Samuel Rivero, al fondo, junto a sus empleados Andrea, Yraya, Karen y Joaquín.

Samuel Rivero, al fondo, junto a sus empleados Andrea, Yraya, Karen y Joaquín. / Juan Castro

«Mi abuelo quitó la zona de almacén, la hizo más pequeña y puso mesas», explica. La transición fue poco a poco, al principio como no había cocina servían quesos, pescados secos y alimentos que no hiciera falta calentar. «Mucha gente le reclamaba que quería comer ahí y puso una mesa, después puso dos y tres», explica. Y ese fue el germen de lo que es hoy: un bar que cada noche está a rebosar y sirve 130 kilos de papas arrugadas a la semana, casi 600 al mes.

Mesas con 40 años

Ese cambio ha dado origen a lo que es hoy el bodegón, pero aparte de esta transformación poco se ha modificado. La imagen del bar no es buscada para que sea antigua, los troncos que sirven como taburete los compró su abuelo, las mesas son de hace 40 años y la decoración y fotos siguen siendo las mismas. Entrar en su interior es como traspasar una máquina del tiempo y llegar a un bar como los de antaño. Las estampas de paisajes grancanarios cuelgan en las paredes y las puertas grandes y verdes abren paso a un bar de toda la vida. 

Gran parte de sus clientes han sido una parte importante de su historia, aunque Rivero apunta que la clientela se ha renovado. «A veces te aparece alguno para recordar viejas historias pero digamos que la clientela se ha renovado bastante. Viene gente de toda la vida, pero ya gente con 50 y pico años no suele salir tanto», comenta.

Rivero agradece que el bar no se ha quedado estancado con la clientela, y es que a lo largo de los años ha cambiado mucho. Por ejemplo, durante los 80 estaba mal visto que las mujeres entraran al bar, también en esa época comenzó a ser famoso entre las tribus urbanas como los punkis, heavys e incluso los pijos. Personas muy diferentes entre sí que tenían como punto en común el Pachichi. «Ahora las tribus urbanas realmente ya no existen, vas por la calle y no te encuentras a los heavys con las crestas, ahora la gente viene con un tema más informal, todo el mundo va casual», detalla.

Carta actualizada

En su carta conviven platos de toda la vida como las papas arrugadas, con nuevos que han causado sensación como el almogrote gomero. También la ensalada, preparada con producto local con aguacates de Mogán, queso tierno de Valsequillo y un buen tomate de la Isla. «Es imposible que esa combinación falle», afirma Rivero.

Rivero tomó las riendas del negocio hace diez años cuando su padre, Santiago Rivero, se retiró. «Él está súper contento sobre todo ahora cuando pasa por la puerta y lo ve lleno y lee las buenas críticas de Internet», destaca. El negocio comenzó a experimentar un subidón de clientela una vez que lo heredó, Rivero opina que fue por la sangre nueva y las ganas que trajo consigo. «Mi padre estaba cansado entonces a lo mejor le venían mesas y no las podía atender porque estaba solo», explica. En la década que lleva al frente ha tenido que aumentar la plantilla para abarcar todos los pedidos. Gracias a la ambición del joven el bar sigue en sus andaduras más fuerte que nunca, con clientela renovada y sin perder de vista sus orígenes.