Sus hijos, seis, le regalaron ayer a Rafael y a Carmen flores y besos, música y amor. Mucho amor. Le celebraron por sorpresa sus bodas de oro porque los seis querían hacer realidad el sueño de ambos, “si llegamos a los 50 años casados volveremos al altar pero ya con nuestros hijos y nietos delante”, dijeron siempre en casa. Rondan los 70 años y era su ilusión. De manera que les acompañaron al acto religioso como le habían prometido, pero como a la buena gente todo nos parece poco para nuestros padres, los de Carmen y Rafael les tenían guardada una sorpresa; los hijos querían que fuera un gran día para esas dos personas entregadas y luchadoras desde que se casaron el 24 de junio de 1964 en Guía y comenzó a llegar la descendencia. Rafael trabajó en las plataneras, condujo y taxi y acabó como funcionario de la Seguridad Social y Carmen además de atender seis hijos vigilaba comedores escolares. Para los chicos Rafael y Carmen son sus héroes, gente que, como tantos, han luchado duro por un sueldo escaso que les permitiera mantener la casa y escuela. Cómo habrán sido estos padres que Rafael enseñó a conducir a cuatro de ellos.

Rafael y Carmen representan a mujeres y hombres que desde que se casaron su “obligación” era cuidar la casa y vivir para los hijos, los que llegaran, que en esa época Dios fue generoso y envió más chiquillos que los que se podían mantener. Lo cierto es que ayer la pareja pudo hacer realidad su sueño aunque hubo que decir algunas mentirijillas “porque mi madre”, dice uno de sus hijos, el querido Adae, “es muy tímida”. Así que los papis madrugaron y fueron a misa en la Iglesia de Guía, la misma en la que se casaron hace 50 años. Sus hijos les acompañaron y emocionados asistieron a un acto de mucha carga sentimental. Los padres se casaban de nuevo. No sabían los novios inocentes que el día no había hecho más que empezar ya que al finalizar la ceremonia les dijeron, zorritos que son, “mejor mamá ir a comer algo y luego cada uno a casa”. Mentira. En una finca cercana estos chicos tenían preparada una celebración con música de violines que saludaron a los novios cuando estupefactos entraban en la estancia. Imaginen.

Una tiene la certeza de que los enamorados olvidaron como por arte de magia su lucha tenaz por pelear la vida.