Hoy 20 de agosto de 2014 se cumplen 6 años de la tragedia aérea -vuelo JF5022- que truncó la vida de 154 personas. Así que pasen los años no olvidaré ese día.

El día 20 de agosto del 2008 a eso de las 14.00 me quedé prácticamente sola en la redacción de La Provincia. Un compañero de sucesos y otro de deporte. Poco más. Cada uno en distintas zonas. De pronto uno de ellos, el que más cerca estaba, desde su asiento, sin darle mayor importancia, dijo en voz alta “…oye, un avión se cayó en Barajas…parece que no hay víctimas”. A los pocos minutos, diez doce, entré en Internet y observé con estupor que aquello de “parece que no hay víctimas” se venía abajo: ya eran seis, siete, ocho, nueve, los fallecidos…“. El avión tenía como destino Gran Canaria”, comentó de nuevo el compañero. Y en ese momento, como activada por un resorte, con la redacción prácticamente desierta llamé a un jefe y ofrecí para tirar para al aeropuerto de Gran Canaria. Si el avión tenía como destino nuestra isla la noticia estaba allí: “Vale, vale, vete y vas llamándonos”. Fernando Ojeda, entonces compañero gráfico de Canarias7 sabe bien que cuando llegamos al aeropuerto lo hicimos a la vez y con la misma interrogación en la cara; “¿Qué ha pasado…?”. Antes, en el trayecto hasta el aeropuerto, el taxista tenía la radio encendida y una voz iba dando cifras de fallecidos que aumentaba a velocidad del vértigo. Todo era miedo, desconcierto y terror. Al aeropuerto recuerdo -y no sabe ella cómo lamento no poder sentarme un día y contarle el dolor que me produjo su desasosiego- a Laly, la madre de Rayco, su hijo, un joven que en ese momento nada sabía que figuraba entre las víctimas. Asimismo recuerdo con nitidez como en su desesperación mostró un sms de su hijo escrito desde el avión: “Ya estamos dentro de avión, mamá”. Amigos comunes me cuentan que Laly ha enviudado de manera que llamarla en estos días me ha parecido una falta de respeto.

En menos diez minutos el aeropuerto de Gran Canaria se llenó de cámaras, periodistas, llantos, gritos, carreras, una actividad trágica. Los familiares iban llegando al recinto para recoger a los que venían de Madrid; algunos desconocían lo ocurrido, otros habían escuchado que un avión procedente de Barajas había sufrido un accidente.

Una lleva en esta profesión algunos años pero la jornada de aquel 20 de agosto de hace seis años ha sido una de las más duras que he vivido en lo profesional. Imágenes y escenas muy duras, recuerdo, por ejemplo, a la abuela de Marcos, Carmen, que buscaba desolada a su nieto. Venía en ese vuelo. Lloraba sin aspavientos porque sus hijos no querían verla llorar. “Mi nieto se llama Marcos, ¿sabe usted algo de él?”, preguntaba desesperada. Su imagen, sus lágrimas y su dolor nos conmovió a todos.

Lágrimas y lágrimas. Las salas que habilitaron en el aeropuerto de Gran Canaria para facilitar la intimidad en el dolor eran un trajín de entradas y salidas. De empujones y sollozos. Apenas se escuchaban voces. La imagen del padre de Patricia Morillo sigue viva en mi retina. Rafael entró en la sala como una exhalación. Rafa, amigo mío, se había enterado del accidente por un amigo en la oficina pero en ése momento no sabía que su hija iba en ese vuelo. Más tarde saltó de la silla: “¡Patri venía hoy, Dios mío…!”. Uno de los titulares del día siguiente fue el suyo: “Esto pinta mal. Si mi niña venía en ese avión está entre las víctimas”. Su entereza inicial nos impresionó a todos.

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