Algunos lectores ya conocerán que el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria me ha distinguido con el título de Hija Predilecta de la Ciudad en la que nací, crecí y he ejercido durante 30 años la profesión más hermosa del mundo, el periodismo, hoy igual de hermosa pero mal remunerada. La distinción destaca mi trayectoria con lo que se conoce como “periodismo social”, es decir, con un periodismo cercano, puerta a puerta, contando qué le pasa a los que tienen escasas posibilidades de hacerse hueco en la prensa. Los desfavorecidos. Siempre me interesó más lo que me contaba esa gente que lo que cacareaban los políticos. Mucho más. Tenían y tienen más crédito. El periodismo social es una opción profesional al igual que Economía, Deportes, Política, Cultura, etc., pero no nos engañemos; ese periodismo del que estoy tan orgullosa ha sido escasamente valorado por quienes tienen la aspiración, legítima pero no compartida, de llegar a lujosos despachos. Los “sin techo”, los chabolistas, los enfermos, los ancianos, las miserias de la sociedad son feas y lo feo se oculta, se desprecia. Hay quienes consideran que ese periodismo, necesario antes y hoy aún más, es un género menor. De segunda. Que sepan que las grandes alegrías de mi vida profesional me las han dado gente que vive al límite, esos que agradecen con gestos conmovedores que le prestes la oreja. Los que son ninguneados, engañados. Estos días de emociones, reencuentros de voces y cariños he pensado qué razones me llevaron por ese “mal camino” periodístico y dos imágenes me han venido a la cabeza. Una, la de un grupo de enfermos renales que a finales de los 80 se manifestó en la puerta de un hospital canario. No podían ser dializados, no había medios. Se morían. Así era la cosa. Otra que siempre guardaré en mi corazón es el reportaje que le hice a unos chabolistas con 5 hijos en una playa recóndita del sur grancanario. Lo sacamos en primera página contando su vida, sus miserias, ratas y enfermedades. Les dieron una vivienda.

Poco tiempo después la familia llegó a LA PROVINCIA con un sobre. 70.000 pesetas. Venían a pagar “el favor”. Me los llevé a tomar café y les obligué a volver a casa. “Con ese dinero vayan y coman en un restaurante”, les dije. Lo hicieron.

Termino agradeciendo el nombramiento y a su vez a quienes me permitieron ejercer un periodismo necesario; el que hoy se me reconoce. El que escucha a otra gente.

Ese.