No saben lo que Alexis está batallando para escribir el libro que quiere dedicar a la memoria de los 15 amigos de su pandilla que con menos de 30 años sucumbieron a la heroína. De los 25 sobrevivieron 10. Juntos fueron al colegio, a coger tunos, a gamberrear en Las Torres y a enamorar a las niñas. Eran eso, una pandilla. Todos fueron víctimas de lo que él llama “el boom” de la heroína que en los noventa los atrapó, un mundo en el que él entró de cabeza. Escapó, es verdad, pero con las secuelas de una larga adicción. Cada poco se viene abajo pero sale a flote. Es delgadito, poca cosa, ojos grandes, tatuajes hasta en los dedos que adorna con anillos. Un hombre, 35 años no más, que a veces se pregunta quién le protege “allá arriba”. Sabe que su salud se la puede jugar en cualquier momento. Pero se cuida. Es un joven desnortado al que conocí en un reportaje y con quien a lo largo de casi ocho años mantengo una relación de cierta protección porque Alexis necesita que lo quieran, que lo escuchen, que lo animen, que compartan sus ilusiones, grandes o pequeñas. Con 14 años dejó la escuela y lo que sabe hoy es por sus ganas de aprender. Desde hace un año pelea con una libreta tomando notas, recopilando “a ojo” la incidencia de la droga en algún barrio. Lo hace por el placer de conocer. Alguna vez se ofrece para ir a un cole y explicar al alumnado los efectos nocivos. Cuenta su vida y con eso basta.

Siempre habla de su pandilla, de tantos pibes que se quedaron en el camino, por eso el día que me confesó que quería escribir un libro sobre ellos no solo lo animé sino que me comprometí a echarle una mano. “Escribir te vendrá bien. Hazlo. ¿Tienes algo mejor que hacer?, pues venga. Adelante”.

Hace nada me contó que el texto está avanzado y que pronto nos sentaremos a leer. Dice haber llorado ordenando letras, recordando amigos y lamentando que la ignorancia se haya llevado por delante tantas vidas. No sabían nada de la droga pero cada tarde la pandilla se sentaba en la escalera del bloque, encendía el mechero y compartía heroína. Así empezó todo. Alexis no entiende que nadie les alertara de que se metían en la boca del lobo. Los consejos llegaron tarde, cuando todos ya habían asistido a más de un entierro.

Carlos, Tito, Samu, Vane, El peluca, Iván, María, Juanca, Moncho, Sergio, El Lapa, El Negro, El Agua, Roberto, Rosita, Pepote, Santi, El Pera, La Negra…Decenas y decenas de nombres, decenas y decenas de jóvenes que entraron el mundo de la droga en plena adolescencia, como si de juego se trataba, y que acabaron con sus vidas. Quizás las peores escenas que he vivido en ese contexto las vinculo a la llegada de “la forguna de la meta” tal como llamaban a la Furgoneta de la Metadona. Los pobres toxicómanos la veían llegar a las chabolas de Martín Freire y literalmente la asaltaban.

Tremendo.