«Mi hermana me vendió a la mafia»

Faith llegó a Europa desde Nigeria como víctima de trata con solo 15 años para ser explotada sexualmente v Cáritas la ha acompañado en su proceso de reconstrucción

La sombra de Faith en el momento en el que relataba su historia.

La sombra de Faith en el momento en el que relataba su historia. / Andrés Cruz

Isabel Durán

Isabel Durán

A pesar de su imagen frágil, la historia de Faith refleja la fortaleza que puede llegar a tener una mujer. Con solo 15 años su hermana la vendió a la mafia nigeriana, que la trajo a Europa en patera para prostituirla en diferentes clubes de Italia y España. Sus años de esclavitud terminaron gracias a la ayuda de la Policía Nacional, que la pusieron en contacto con Cáritas, donde la han acompañado en su proceso de reconstrucción personal.

«Mi hermana mayor me vendió a la mafia después de que su marido me violara. No le gustaba mi presencia en su casa. Me raparon todo el pelo del cuerpo, me cortaron las uñas y lo metieron todo en un sobre junto a mis bragas y sangre que sacaron de mi cabeza para hacer un ritual de vudú». Ese es el comienzo de la historia de Faith, uno de los muchos nombres ficticios que ha tenido para sobrevivir a la explotación sexual a la que la mafia nigeriana la tuvo sometida durante años. Con apenas 15 la trajeron a Europa en patera con la promesa de que trabajaría como camarera. Después de pasar por muchos clubes de Italia y España llegó a Gran Canaria, donde gracias a la ayuda de la Policía Nacional logró romper las cadenas invisibles que la ataban a la red de prostitución en la que la metió la mafia. Ahora trabaja junto a Cáritas Diosesana de Canarias para reconstruirse emocionalmente, superar el trauma y luchar por cumplir su sueño de trabajar como enfermera. 

Junto a otras dos niñas y a un miembro de la mafia recorrió durante meses los más de 3.000 kilómetros que separan Nigeria de la costa de Libia –una distancia similar a la que hay entre Madrid y Moscú–. «Al llegar al inicio del desierto no teníamos ni comida ni agua, pero había un pozo en el que todos bebían, a pesar de que en su interior flotaban cadáveres de migrantes», relata Faith con la mirada perdida, como si pudiera ver en ese momento el fondo de aquel pozo.

Una vez en Libia, la metieron en un piso donde varios hombres las violaron día y noche. Ahora, desde la tranquilidad de saberse fuera de ese infierno, reconoce que aquellos días han sido los más duros de su vida. Su barquilla zarpó junto a otras 15 embarcaciones, pero solo alcanzaron la costa de Italia dos. «Había cuerpos flotando por todas partes. Esa imagen me sigue asustando todavía», apunta la joven. Alrededor de 37.500 nigerianos alcanzaron las costas italianas en 2016. Más de 11.000 eran mujeres, frente a las 1.450 de 2014, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), que estima que cuatro de cada cinco de esas mujeres fueron obligadas a prostituirse. 

Su hermana la vendió a la mafia después de que su marido la violara. Terminó en burdeles de España e Italia

Con un pasaporte falso, en el que no figuraba ni su foto ni su edad real, llevaron a Faith hasta el aeropuerto de Barajas, donde pasó todos los controles sin problema. Un fallo del sistema que la envió directa a un burdel en el que confirmó su sospecha de que iba a ser prostituida. «Me dieron ropa muy corta, me maquillaron y me llevaron a una sala que parecía un bar. Nunca en mi vida había pensado que yo podría ser prostituta, pero me dijeron que si no quería volverme loca o morirme por el ritual que me practicaron, tenía que trabajar», afirma la joven, que reconoce que pasó noches enteras llorando. Durante meses se vio obligada a mantener relaciones sexuales con hombres que incluso podían ser sus abuelos. «Tenía sexo con un hombre cada 15 minutos. Día y noche», lamenta.

Un hombre cada 15 minutos

Todo el dinero que ganaba lo destinaba a liquidar la deuda de 50.000 euros que la mafia le había impuesto para abonar los supuestos gastos de su viaje y que sellaron con el ritual de juju que le realizó un sacerdote espiritual. «Yo no sabía cuánto era lo que me pedían, pensaba que era como el dinero de mi país», explica Faith, que con 15 años desconocía que esa cantidad equivalía a más de 40 millones de nairas –moneda de Nigeria–, cuando el salario medio del país es de apenas 100.000 nairas. Desde el primer día empezó a apuntar cada céntimo que le entregaba a sus explotadores, porque entendía que esa era la única vía para llegar a ser libre  

La mafia jugaba con la policía al gato y al ratón. Movía a la menor por diferentes burdeles para evitar que la detectaran, pues tenía un alto valor y si la encontraban sabían que les traería problemas. «No solo me forzaban a tener sexo, sino que en algunas ciudades me obligaban a robar a los clientes y si no lo conseguía me pegaban y me ponían los ojos morados», detalla.

Faith vivió muchas atrocidades en primera persona, pero también compartió el dolor de algunas de sus compañeras. «Una chica, también menor de edad, se quedó embarazada y, cuando estaba de tres meses, le dieron 100 pastillas de un medicamento junto a una botella de ginebra para que abortara, pero no funcionó. Con más de seis meses de embarazo repitieron la operación y entonces perdió al bebé. No contó con ninguna ayuda, ni con ninguna asistencia médica», rememora la joven nigeriana, a la que le obligaban a trabajar por ella y por su compañera para no perder ni un euro de los clientes.

El último movimiento que hizo la mafia con ella fue traerla hasta Canarias, a donde llegó con solo 17 años. A los seis meses de estar aquí, fue retenida por la policía al no tener la documentación en regla, pero no les contó nada sobre su situación a pesar de la insistencia de los agentes. «En Nigeria nos metieron en la cabeza que la policía era mala y que no podíamos hablar con ellos», reconoce. 

«En el desierto bebimos agua de un pozo y en su interior flotaban cadáveres de migrantes», recuerda

Desde los ojos de Europa es difícil entender los poderes que tiene el vudú pero supone un arma muy potente para los nigerianos, pues es una tradición que está profundamente arraigada en su sistema de creencias. Los rituales de magia negra dejan a las víctimas con miedo a que sus familiares enfermen o mueran si desobedecen a sus traficantes, acuden a la policía o no pagan sus deudas. En marzo de 2018, un líder tradicional nigeriano abolió los rituales de vudú sobre las víctimas de trata, con la intención de reducir el número de mujeres explotadas en Europa y mejorar las posibilidades de procesar a los traficantes. «Ese fue uno de los días más importantes para las chicas en Europa. Todas estábamos felices porque éramos libres», explica Faith con una ligera sonrisa en su boca aunque con tristeza en los ojos y señala que ella es cristiana, pero en Nigeria todo el mundo le tiene miedo al vudú.

Esa decisión tomada a 3.000 kilómetros de Canarias supuso un punto de inflexión en la vida de Faith, que entonces se sintió segura, libre y fuerte para poder contar a la policía todo lo que le había ocurrido. Inmediatamente le ofrecieron ayuda y la pusieron en contacto con el Centro Lugo de Cáritas, donde la han ayudado a regularizar su situación pero, sobre todo, la han acompañado en su recuperación. «Si no fuera por ellos, no sé lo que sería de mí», afirma lanzando una mirada cómplice a Idaira Alemán, responsable del centro.

«Desde que me sacaron de Nigeria he tenido miedo a morir muchas veces y hasta hace poco era incapaz de dormir con la luz apagada porque tenía pesadillas brutales», relata Faith, quien admite que ha sufrido disociación de su personalidad, pues ha llegado a olvidar su nombre real o su fecha de nacimiento. «Ha habido momentos en los que realmente he creído ser otra persona», lamenta. Aunque ahora teme estar en determinados lugares por si toman represalias contra ella, Faith se animó a contar su historia después de que un hombre se acercara a ella cuando paseaba por una conocida zona comercial para preguntarle cuánto cobraba. Ese acto racista la empujó a convertirse en ejemplo para muchas otras chicas que pueden encontrarse en su situación y para que los clientes de la prostitución sepan lo que hay detrás de las mujeres con las que mantienen relaciones sexuales. 

La educación, base para borrar la prostitución

Idaira Alemán, responsable del Centro Lugo de Cáritas Diocesana de Canarias, señala que «la salida del contexto de prostitución no solo tiene que estar apoyada por las administraciones, sino que tiene que haber respaldo social». A su juicio, la educación es la base fundamental para evitar que haya demandantes de prostitución y destaca que lo único que tienen en común los clientes es que son hombres. El año pasado, Cáritas atendió a 546 personas en contexto de prostitución y trata que luchan por salir de esa situación. El 99% son mujeres y siete de cada diez son extranjeras. El personal y los voluntarios del centro acompañan a las mujeres en su camino hacia una vida más autónoma y las animan a desempeñar una labor de sensibilización y denuncia para que su salida pueda ser real. «Como Cáritas, las acompañamos en su propia toma de decisiones, pero se tienen que buscar salidas reales a esas mujeres y ponerlas a ellas en el centro», concluye Alemán. El 57% de estas mujeres tienen menos de 40 años y el 45% cuenta con cargas familiares. | I. D.

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